| 20 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Una teoría sobre los colores políticos

El autor juega con la teoría de los colores de Goethe para trasladarlo al mapa político actual en España, con un resultado sorprendente que mezcla escepticismo con hilaridad e ironía.

| Luis Marí-Beffa Opinión

"El periódico es una tienda en que se venden al público las palabras del mismo color que las quiere" (Honoré de Balzac).

 

Ideologías. Son como los ombligos: todos tenemos una. Son como los pedos: toleramos las nuestras, pero nos repugnan las de los demás. Son como las novias o las madres: todos pensamos que la nuestra es la más guapa, la de mejor corazón, la más elegante y humilde; la mejor, al fin y al cabo.

Pero una ideología no deja de ser un sesgo político que, a su vez, no deja de ser un prejuicio que, a su vez, no deja de ser una distorsión de la siempre compleja y cambiante realidad. Quizá el sesgo cognitivo madre de la ideología sea el anclaje. Un buen día nos despertamos y una idea, o mejor dicho, un rasgo de una idea, queda fija en nuestra mente como un ancla en el fondo del mar.

Y a partir de entonces, esta idea, es decir, el rasgo de esta idea, es defendido de un modo obsesivo, empecinado, inflexible, aunque las evidencias, o algunos rasgos de esas evidencias, vayan en su contra. De ahí que en política se creen esos bandos cerrados que toleran las corruptelas propias, pero detestan las de sus enemigos.

Los morados pretenden rescatar a pobres, ricos, perros, gatos, desheredados, inmigrantes... y a los semáforos

Por lo general, en psicología electoral existen cuatro sesgos cognitivos principalmente. El de disconformidad (filtramos la información que nos llega para ignorar la que va en contra de nuestros dogmas, y dar crédito a la que corrobora nuestras tesis, sin importar el medio de comunicación), el de arrastre (votamos en base a lo que creemos que los demás van a votar), el de de impacto (creemos firmemente en el apocalipsis si ganan nuestros adversarios) y el sesgo de control (pensamos irracionalmente que nuestro voto lo cambiará todo).

Metan estas distorsiones en la coctelera de una urna y obtendrán un Frankenstein político.

Cómo crear hoolingans

Pero existe otro resorte de nuestra mente, más desconocido por la propia psicología, que es más interesante y definitorio a la hora de crear una banda de hooligans políticos: el efecto Stroop. El efecto Stroop es esa interferencia que existe entre el color en el que está escrita una palabra y el análisis semántico de la misma. Por ejemplo, si azul está escrito en rojo es muy probable que nos equivoquemos y creamos que lo que es azul sea rojo, es decir, que alguien progresista ande detrás de lo escrito.

En cambio, si rojo está escrito en azul el espejismo parte de pensar que lo rojo sea azul, con lo cual nos toparemos con un conservador tras esas palabras. ¿Dónde están los que escribían las palabras en su mismo color? En el sumidero de las elecciones. Y luego están los nacionalistas, pero no me detendré a analizar una excrecencia social tan rancia, casposa y estéril, como históricamente peligrosa, a estas alturas de mi vida. Ya lo dijo Orwell: "Los nacionalistas no sólo no desaprueban los hechos atroces realizados por los de su bando, incluso tienen una capacidad increíble para ni siquiera oír hablar de ellos". Si ellos no quieren, ¿por qué tendría que hacerlo yo?

Según el espectro luminoso que Goethe describió en su libro Teoría de los Colores, si un haz de luz estaba rodeado de oscuridad, podríamos encontrar tonos amarillo-rojizos en la parte superior, y azul-violáceos en la parte inferior. ¿Lo van cogiendo? Y, sin embargo, el verde en el centro solo aparecía cuando los bordes violáceos se superponían a la parte roja-amarilla.

Lo sé.  Ya lo sé. Es difícil de entender. Lo intentaré explicar mejor. Intentaré explicar cómo el bueno de Goethe dio en el clavo y explicó, sin él saberlo -aparentemente-, nuestro panorama político. Pobre panorama, me atrevería a decir, sin demasiado miedo a equivocarme.

Morado fascista

Los tiempos ya han cambiado. Y los colores también. Por ejemplo, si atendemos a la teoría del color tenemos el morado que, como comprobarán en el esquema que encabeza este artículo, es una mezcla entre rojo y azul.

Tiene muy poco de rojo bolchevique -aunque lo parezca-, mucho de azul fascista y tres canales de televisión a sus espaldas vendiendo peines y jabón, mientras nosotros, boquiabiertos, ensimismados, casi babeando, contemplamos el esperpento, pasándonos una cestita de mimbre donde echamos nuestros últimos céntimos para financiar este culebrón circense.

¡El mundo es una controversia! -exclamaba Valle-Inclán. Qué menos que la controversia mantenga un mínimo de coherencia. De modo que no me culpen a mí, por favor. Culpen a aquella línea roja de pacto establecida en una exigencia tan azul como es el derecho a referéndum popular de secesión de una de las regiones más ricas de nuestro país. (Nacionalismo: esa detestable verruga azul del alma producida por el miedo). O ese manto de silencio que se cierne en torno a Syriza.

Pretendían reducir deuda y déficit públicos. Y solo han conseguido triplicarlos desde que comenzó aquella triste legislatura

Los azules son rojos

Luego tenemos el azul, que hace cosas tan rojas como mantener intacta nuestra oxidada estructura estatal. Esos hombretones, que tan desacertada como osadamente, se autodenominaban liberales, llegaron al poder gritando, dando codazos, levantando los puños, muy exaltados, llevándose las manos a la cabeza, señalando a todo el mundo y acusándolo de rojos. ¿Rojos? Ellos son los rojos. Nos dijeron que se había acabado el despilfarro, que nuestro Estado estaba oxidado. Unas viejas babuchas, poco menos. Hablaron de nuestra ineficiente, deficitaria y corrupta administración.

¡Fuera grasas! Gritaron cosas preciosas, magníficas, como cerrar determinadas empresas públicas rojas deficitarias. No lo hicieron. Todos nuestros problemas quedarían resueltos, al fin. Pretendían reducir nuestra deuda y nuestro déficit público. Y solo han conseguido triplicarla desde que comenzó aquella triste legislatura de cuyo nombre no quiero acordarme. 

 

El célebre espectro luminoso de Goethe

 

También tenemos el naranja, supuesta mezcla de rojo socialdemócrata y amarillo liberal. Pero, ¿saben algo? No termino de creérmelo. Su pacto en Andalucía y la manera en que se mueven en Málaga hace que recele, de momento. Son más rojos que amarillos. Y de ser amarillos, su cabeza más visible en Málaga -a ese al que que la brigada tuitera lo pilló cagándose en España y su mierda, antológica ratificación- es más de Humor Amarillo.

La izquierda caviar

Y después están los rojos rojos, que han sido tragados por los morados. Además, para rematar la cosa van de verde, que es la mezcla entre amarillo y azul. Vaya, ¡que no deberían estar ahí! ¡Y muchísimo menos de verde! A veces los partidos políticos no caen en estos detalles pero, oye, si eres rojo eres rojo, no sé a santo de qué te vistes de verde

En fin, que últimamente los rojos, como les decía, se están comportando de una manera muy azul. Ahí lo tienen. Toda esa progresía, esa izquierda caviar silenciada. Porque los sesgos son prejuicios que distorsionan la realidad, como les dije, y nos hacen ver lo azul como rojo y viceversa. Y algunos contemplamos, con asombro, cómo no solo los rojos se están convirtiendo en azules. Sino los azules en rojos. Tantísimo Estado, por dios bendito. Vamos a empachar. Los rojos van de Armani y los azules de rastafari.

Les diré una cosa. Aunque no lo crean, en España hay un partido político amarillo amarillo, no amarillo azul o amarillo rojo. Un partido político que se llama Partido Libertario y antes se llamaba Partido de la Libertad Individual. Me leí su programa electoral y todo. Ya. Lo sé. Soy así de imbécil. Si algún día llegaran al poder pretenden crear un paraíso fiscal en Ceuta y Melilla. Maravilloso.

El texto parece escrito por la mismísima Ayn Rand. Puro duende. Demasiado radical, en mi opinión, pero idealista, que ya es algo. Nada que ver con el programa de los morados, que pretenden rescatar a los pobres, a los ricos, a los perros, a los gatos, a los desheredados, a los inmigrantes, a los semáforos.

No solo los rojos se están convirtiendo en azules. Sino los azules en rojos. Tantísimo Estado, por dios bendito. Vamos a empachar

Y, claro, cuando juntas tantos rescates, ¿qué da como resultado? El rescate azul de un país. ¿Y qué supone eso? Condiciones leoninas de los prestamistas que hay que cumplir sí o sí, como vemos en Grecia. Pobreza y demás. ¡Quién me iba a decir a mí que iba yo a echar de menos el rojo socialdemócrata!

El rojo suave y viejo

Si alguien me lo hubiera sugerido hace unos años me hubiera reído en su cara. Pero viendo y analizando el morado que hay enfrente, quiero que vuelva el rojo suave. El viejo. Porque este nuevo, con ese guapo azul al frente, parece resuelto a hundir este país que antes era multicolor.

Aunque, a fuerza de ser sincero, yo el color que echo de menos de verdad es el magenta. El rosa de Rosa.  Los únicos que escribían las palabras en su mismo color. Lucharon de un modo tan heroico y quijotesco por erradicar la corrupción azul de España, fueron tan honrados, tan brillantes, tan justos, se comportaron tan honestamente... que no les votó ni dios. Ay. ¡Si es que a este país hay que entenderlo! No le pega un rojo aclarado, mezclado con blanco, como el magenta. A nosotros nos gusta el rojo pasión y el azul saturado y esos colores que solo sirven para que nos metan la mano en el bolsillo.

Y el negro. ¡Cómo nos mola el negro! ¿Saben por qué? Porque dentro del negro hay una ausencia total de luz, sin claridad, acromático, sin matices, presa de lo políticamente correcto. El negro. Ese es, sin duda, nuestro color. La saturación extrema del resto de colores.

El mismo color de nuestro horizonte político.

 

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