| 25 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Rajoy y Rivera se estrechan la mano antes de su reunión este miércoles
Rajoy y Rivera se estrechan la mano antes de su reunión este miércoles

El deshielo entre Rajoy y Rivera descoloca a un Sánchez obligado a decidir

La disposición del líder de Ciudadanos a establecer un canal permanente de comunicación con el presidente en funciones abre la puerta para evitar el fantasma de las terceras elecciones.

| Antonio Martín Beaumont España

Por empezar en sentido inverso: Albert Rivera no le ha cerrado la puerta a Mariano Rajoy en su encuentro de este miércoles. De lo contrario, visto el poco feeling que el líder popular arrancó un día antes de Pedro Sánchez, el presidente hubiese tenido que presentarse en La Zarzuela para decir a Felipe VI que si la política es el arte de lo posible, con las cartas que tenía en su mano salir investido del Congreso era imposible. “Hemos dado un primer paso de una larga caminata”, ha resumido tras su cita con el líder de Ciudadanos el presidente. Puede ser el comienzo de una colaboración más estrecha o el de un viaje sin futuro, pero ambos partidos, PP y C’s, han acordado explorar las posibilidades juntos y abrir un canal de comunicación permanente.

No es que tras esta entrevista vaya a ser un camino de miel y rosas. Aunque, al menos, la puerta ha quedado entreabierta para que los diputados naranjas pasen de la abstención “técnica”, en la que hoy continúan, a sellar algún tipo de compromiso que garantice su colaboración con el PP si va adelante la legislatura. Además, Rivera buscará jugar el papel de mediador para tratar de mover a Sánchez de su “no” rotundo a una abstención “estratégica” que facilitaría la puesta en marcha del Gobierno en minoría de Rajoy. Eso sí, tanto Rivera como Rajoy saben bien que si el PSOE continúa inamovible, su marcha acabará en otras elecciones. La tarea que tienen por delante no es sencilla.

El canal abierto entre Rajoy y Rivera permite, al menos, mantener entreabierta la puerta del desbloqueo.

Para darse cuenta de ello, bastó con ver la foto del encuentro del martes entre Rajoy y Sánchez. Una imagen que lo dice casi todo: el presidente mira a la cámara estrechando la mano del socialista, que vuelve la cara justo hacia el lado contrario. El secretario general del PSOE, pese a su juventud, sigue anclado en ese bando de la izquierda española para el que la derecha es siempre su adversario irreconciliable, cuando no su enemigo. Así es imposible. “No es no”. Punto. Es el socialismo del pacto del Tinell o los “cordones sanitarios” contra la derecha “cavernícola”. El “pedrismo” se obstina con aquello que ha llevado al PSOE a ir perdiendo su identidad, al mismo ritmo que a sus votantes, camino de la irrelevancia. El fracaso de la cita entre los dos dirigentes de los partidos más representativos de este país lo expresó el presidente en funciones: “Pedro Sánchez no ha sido receptivo”.

La calculada ambigüedad de Sánchez

El refranero español sentencia lo que ocurre: “Ni come ni deja comer”. El PSOE no puede gobernar porque le faltan diputados. La suma con otros partidos para convertirse en alternativa posible al PP (el ganador electoral con 52 escaños de distancia sobre el segundo partido, el socialista) es una macedonia de frutas políticas inverosímil de digerir sin correr el riesgo de morir envenenado. El mismo Sánchez ha dicho que el papel que las urnas le han otorgado es el de oposición. También ha dicho que no habría terceras elecciones. Algo no cuadra con lo anteriormente expuesto, claro.

Porque hay otra cuestión más que no es desde luego irrelevante: Las sumas y restas parlamentarias han concedido al secretario general del PSOE la posibilidad de embarrar lo suficiente el campo para que nadie, sin su concurso, pueda empezar el juego. Y a ello parece entregado en cuerpo y alma. Prefiere el bloqueo y arriesgarse a aparecer como el culpable de ir a otras votaciones, a que arranque la legislatura con un Gobierno respaldado por sólo 137 diputados sobre el que la oposición tendrá una permanente espada de Damocles. Así las cosas, España mira en pleno agosto a unas terceras elecciones en noviembre. Pese a que nadie las quiera. Y con los riegos que la situación conlleva.