| 26 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
En primer término, Jaume Matas, en el juicio de Nóos. Al fondo, la Infanta Cristina.
En primer término, Jaume Matas, en el juicio de Nóos. Al fondo, la Infanta Cristina.

El terrible secreto del Rey Juan Carlos que Jaume Matas se llevará a la tumba

Con condenas atemperadas y silencios en el caso Nóos, nuestra imprescindible Corona sigue respirando. Afortunadamente. Matas sigue callado. Otra cosa podría acarrear un cambio de régimen.

| Carlos Dávila España

Jaume, Jaime, Matas ha sido condenado a tres años y ocho meses en el caso Nóos. Estaba en el sitio equivocado y en el momento más comprometido. Era presidente de Baleares. Ha sido condenado, Matas calla mucho y, según todas las trazas, va a seguir callando. Antes de su declaración, hace un año, recibió ánimos para que tirara de la manta. La manta se la dejó en casa. Y calló.

Durante años fue el anfitrión perfecto, el “virrey” (así le llamaban algunos de sus forofos que ahora le han retirado el saludo) que se tomaba todas las semanas, o casi todas, por obligación ineludible la de recibir al jefe de toda España en Son Sant Joan, el aeropuerto de Palma, en sus constantes visitas a la ciudad y a la isla que entonces más le entusiasmaban.

Una ciudad, una isla que se ha aprovechado en decenios de esta presencia real, un beneficio industrial que nunca agradecerán suficientemente los habitantes isleños. Matas, presidente, no preguntaba nada porque, probablemente, lo sabía todo; más, desde luego, que los cotillas que se hacían lenguas sobre los motivos de las reiteradas visitas a las que nos referimos.

Se limitaba Matas a asumir la seguridad, que no la protección, del mayestático forastero y a proporcionarle, en la medida de sus posibilidades, una discreción complicada porque no es fácil cubrir de intimidad a quien por carácter es dado desde la cuna a la expansión cordial. No se cerraba en la capital de las Islas Baleares un solo negocio (y se hicieron muchos) del que no se tuvieran noticias en los restaurantes de la ciudad y sus aledaños, “Flanagan” por ejemplo, siempre frecuentados por todo el que quería pintar algo en la demarcación.

Todo el mundo se colocaba adecuadamente en aquel reducto maravilloso de opulencia, Palma era el paraíso de la gran vida y también…de la omertá

Baleares era lugar pujante no solo de España sino de todo el Mediterráneo, de Europa e incluso de los árabes más caudalosos. Baleares se había quitado de encima el siniestro gobierno, la rapiña turística del pentapartito del socialista Francesc Antich, y respiraba los nuevos euros, los viejos dólares y marcos, por todas las calas de su celeste geografía.

Antich fue un siniestro personaje atrapado siempre por las manos avariciosas de María Antonia Munar, una política a sueldo siempre del mejor pagador, y por el pancatalanismo colonialista de sujetos políticos que cobraban directamente de la Generalitat catalana, o sea de Pujol y de sus negocios en Andorra.

La Munar, hoy en la cárcel por mil apropiaciones indebidas, traicionó cada vez que pudo a Matas quien, de forma bastante estúpida, le aupó hasta la presidencia del Consell de Mallorca, donde la muñidora de Unión Mallorquina forró sus bolsillos de papel moneda, su cuello de collares a lo Farah Diba, y sus muñecas de pulseras sultanas.

Todo el mundo se colocaba adecuadamente en aquel reducto maravilloso de opulencia, Palma era el paraíso de la gran vida y también…de la omertá, del silencio rentable e institucionalizado. Todo el mundo sabía de todo el mundo y todo el mundo callaba sobre todo el mundo. Esas eran las reglas del juego. El visitante semanal, un caballero en toda ocasión, se comportaba como un chaval cortejador y flechado y nadie se dejaba llevar por la menor tentación de interrumpir su cadenciosa felicidad.

La Presidencia del Gobierno autonómico por su parte era un ámbito acogedor, emprendedor desde luego, del que nunca salía descontento cualquier personaje que quisiera plantear iniciativas de lo que entonces y siempre se ha llamado “desarrollo”. El eje marítimo y aéreo entre las propias Baleares y Valencia funcionaba a las mil maravillas y la pequeña distancia entre sus dos capitales era sólo un paseíto cotidiano para un apuesto deportista, ya en el retiro, que había tenido la ocurrencia de contraer matrimonio con la hija más intelectualmente dotada de los Reyes de España: la Infanta Doña Cristina de Borbón.

El duque, la ONG y los "eventos"

El casamiento se produjo contra todas las razones de la esencia dinástica, las razones que, como solía sugerir el abuelo de la citada, “no tienen muy en cuenta el amor”. Don Juan sí que sabía. Iñaki Urdangarin, el gallardo balonmanista del Barcelona del amigo separatista Masip y de la selección de Juan de Dios Román, aparecía siempre por Palma, ya como duque consorte (el dato no es baladí) con la humildad ufana, términos contradictorios pero también reales, de quien lleva bajo el brazo una ONG ricachona especializada en promover “eventos” que, desde el principio, se tildaban de irrelevantes o irrealizables y por los que cobraba de antemano contando, claro está, con la comprensión de un Gobierno que tampoco se fijaba mucho en los entresijos legales de cada operación, eso sea dicho con toda claridad.

Según decía a la sazón un orondo consejero de Jaume, Jaime como le llamaban los amigos de toda la vida, Urdangarin no era “propiamente un conseguidor”, quizá, en palabras también del mencionado político popular, era “el monaguillo del conseguidor”. Eran sus palabras.

Matas, como otras cuantas víctimas de la voracidad de Urdangarin, no fue capaz de ofrecerle resistencia

El conseguidor tenía un mecenas al que ni siquiera hacía falta mencionar, al que nadie se hubiera atrevido a denegar la entrega de un solo euro. Supóngase el siguiente episodio asimismo real. Teléfono que suena y voz que sugiere: “Jaime, “éste” (Urdangarin en la intimidad era conocido trivialmente por “éste”) tiene algo, un proyecto o algo así parece que interesante; me gustaría que le atendieras”.

La respuesta era rápida, concluyente, esperanzadora, segura: “No hay problemas”. Y el señor presidente se despedía del Señor. Pero incluso aunque no hubiera existido la llamada, hecha más veces en directo que por el comprometedor teléfono, el encargo hubiera sido atendido, según insinuaba entonces un periodista tan de campeonato como Antonio Alemany que después ha sufrido injustamente cárcel por escribir sencillamente para otro, como han hecho clásicamente otros muchos (¿quién no recuerda el caso de un cándido, las cincuenta mil pesetas y el abad del Valle de los Caídos Fray Justo Pérez de Urbel?).

Urdangarin, sin Infanta al lado, sin ducado postizo, y sin padrinos tan familiarmente generosos: “Nunca se hubiera comido un “saci” ni en Palma, ni en sus alrededores”. Palabras de periodista, reo y amigo. Pues bien, se lo comió y ahora Jaume, Jaime Matas, está otra vez a la vera misma de la mazmorra. Se comerá unos cuantos años de rejas y permanecerá callado.

Afortunadamente, Matas sigue callado. Otra cosa podría acarrear un cambio de régimen

A lo más que aspira su abogada es que el penado no ingrese en la prisión antes de que el Supremo decidida definitivamente sobre su pecado. Matas, como otras cuantas víctimas de la voracidad de Urdangarin, no fue capaz de ofrecerle resistencia. Es más: ¿quién lo hizo a la sazón? Nadie; venía de parte muy real. Ese fue su error y esta de ahora es su condena.

El fiscal es el mismo que, con toda justicia, no ha creído que la responsabilidad de Doña Cristina tuviera otro fundamento que el amor por su deportista de cabecera. Diferentes varas de medir, no obstante. Matas pasará a la historia, o ha pasado ya, como un golfo repudiado hasta por los que antigua y presuntamente fueron suyos. Su pena es también pena de silencio que, quizá debamos agradecer todos. Matas va a callar por ahora y por luego, dicho sea de forma castiza.

Si pusiera a pasear su facundia el caso Urdangarin no se llamaría exactamente así. En esto el condenado está siendo más coherente que la propia señora Urdangarin que aún no ha renunciado a sus derechos dinásticos, algo que debería haber hecho hace muchos años para no comprometer aún más a la Monarquía y que quizá, a sabiendas, exonera a su marido de toda culpabilidad en el tráfico de influencias que Urdangarin por él solo, por su capacidad, no hubiera podido desarrollar de ningún modo.

Es difícil, pero contado así, con condenas atemperadas y silencios permanentes, la principal institución de este país, nuestra imprescindible Corona, tal y como somos los españoles, sigue respirando. Afortunadamente. Matas sigue callado. Otra cosa podría acarrear un cambio de régimen.