| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Adriana Lastra, en la clausura del Congreso
Adriana Lastra, en la clausura del Congreso

Lastra, todo fe sanchista

Puño en alto, como cargándolo por si hay que utilizarlo, Adriana Lastra ha llegado al puesto que un día fue de Alfonso Guerra o de José Blanco. La fe sanchista critalizada en una asturiana.

| Buendía Opinión

La imagen lo dice todo: ella, Adriana, inhiesta, alzándose brazo en alto entre una multitud que ve Lastra y no lastre, coplilla fácil para los detractores de la nueva número 2 del PSOE.

Es el perfume y la esencia de Sánchez, el tarro pequeño pero poderoso que inunda de fragancias ácidas el avance aparentemente dulce de Pedro: donde él pone sordina, esa actitud de disimulo tan presidencial, de no querer ofender pero menos perder, ella arrambla para no dejar barón ni títere con cabeza.

Lastra es todo fe sanchistas, y desde allí ha llegado al puesto que fue de Guerra y de Blanco

En la biografía de Adriana Lastra lo que más destaca es lo único que aparece en ella, lo que tiene su mérito: nunca ha sido otra cosa que militante y dirigente del PSOE, desde una tierna infancia que convirtió la vocación en un trabajo. En su currículo destaca también, si acaso ése es el verbo, la inquina hacia Javier Fernández, el astur de la Gestora a quien la vicesecretaria general quiere tan lejos como, paradójicamente, querrían tener cerca los votantes: aquí son los hijos los que se comen a Saturno, y no les repite.

Una heavy de Ribadesella

De Lastra, que no llegó a currar en ningún sitio ni a estudiar en serio en ningún lado, no hay dudas de su inagotable fe sanchista, ni de su facilidad para entonar La Internacional cuando otros y otras tarareaban la música de 'La abeja maya'. Signifique eso unas profundas convicciones o un pavoroso postureo, la nueva dama del PSOE ocupa ya un puesto que en su día acogió a Alfonso Guerra y, más recientemente, a José Blanco.

Amante del heavy y natural de Ribadesella, fundada en su día por Alfonso X El Sabio, no podríamos apostar porque esa herencia real se haya proyectado en ella, pero que nadie dude de su fortaleza y decisión para partirle las metafóricas piernas a cualquiera que se meta con su Pedro. El puño en alto no es un gesto en Adriana: es una advertencia siempre.