| 29 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Cristina Cifuentes en su despacho de la Comunidad de Madrid.
Cristina Cifuentes en su despacho de la Comunidad de Madrid.

Cristina Cifuentes, la esperanza rubia

Su rareza emana de una extraña capacidad de no dejarse mojar la oreja por ningún populista cuando juega en su terreno pero, a la vez, sin perder una clara visión política desde la derecha.

| Antonio R. Naranjo Opinión

Cifuentes se ha convertido durante la campaña electoral en uno de los pocos antídotos del centro derecha contra el exitoso populismo que, con distintas caretas ideológicas, campa a sus anchas desde el Reino Unido hasta Grecia, pasando por Estados Unidos, Francia y desde luego España.

Rubia, guapa, tatuada y capaz de echarle un pulso a un camionero o de desfilar en la Cibeles Fashion Week; la jefa se ha convertido en una peculiar rara avis en el panorama político patrio, tan convulso como para otorgar cierta razón al espléndido historiador Jacques Barzun cuando presagió hace años lo que ahora estamos viviendo: el fin de una era.

Su rareza emana de una extraña capacidad de no dejarse mojar la oreja por ningún populista cuando juega en su terreno pero, a la vez, sin perder una clara visión política desde la derecha, más liberal que conservadora y con unas gotas socialdemócratas que entre otras cosas ha servido para frenar las extenuantes mareas sanitarias y educativas de la Comunidad de Madrid.

Esto es, la Cifu queda mejor que Iglesias vacilando con Trancas y Barrancas; compite como nadie en el postureo escénico o de la apuesta social (ahí tienen el incremento de becas, los guiños a los rectores plañideros, el aumento de la plantilla de profesores o el refuerzo de la sanitaria y de las ayudas sociales regionales); empata o supera a los artistas capaces de bailar en tres platós para inyectar la falsa droga del amor a los televidentes y, además, lo hace sin perder las esencias de una política antagónica a la de tanto vendedor de crecepelo.

Los casi 3.000 millones de euros de inversión extranjera depositados en la Comunidad de Madrid en los primeros meses de 2016 –el 70% del total español- y el mantenimiento de una política fiscal respetuosa con el bolsillo del ciudadano y del empresario son, junto a una retórica claramente guerrera con el populismo y el secesionismo, la prueba de que para combatir el éxito de los encantadores de serpientes no hace falta convertirse en uno de ellos pero hay que saber jugar con sus armas: el contraste entre las tibias recepciones de Carmena al Real Madrid y las carantoñas que gigantones como Felipe Reyes o mitos como Sergio Ramos le hacía a Cifuentes es un elocuente ejemplo de la habilidad de la presidenta para ganarse al respetable con gestos para el camarero o para la estrella.

Muchos pensaban que era la mejor candidata a La Moncloa, y aunque las capillas del PP están acostumbradas a anteponer el interés gremial al de su organización, esa certeza será estruendosa si hoy no acompaña el resultado

Que a Cifuentes le hayan invitado a dar mítines por media España y que el propio PP se haya encomendado a su tirón para pelear por el escaño en el aire en una veintena de provincias evidencia que, aunque no se diga, todo el mundo la reconoce como la gran esperanza rubia; bastante por encima del bueno de Feijóo -¿otro gallego con gafas?- y del cada vez más enjuto ramillete de futuribles, en unos casos por mérito propio, en otros por cercanía al líder vigente y en alguno más por poder territorial.

Pero la gran clave de Cifuentes es, tal vez, que no tiene prisa y que las sirenas de Ulises sólo funcionan con hombres, al menos según la Odisea: la lealtad mostrada a Rajoy, auténtica y muy alejada de la de cartón-piedra de Susana Díaz con Pedro Sánchez; no sólo es una respuesta sincera a la envergadura del momento que atraviesa su partido; sino también la mejor actitud para que la fruta caiga sola del árbol cuando esté madura.

Muchos ya pensaban que era la mejor candidata a La Moncloa en estos tiempos de cólera, y aunque las capillas del PP están acostumbradas a anteponer el interés gremial al de su organización para no perder su espacio propio de confort, esa certeza será probablemente estruendosa si hoy no acompaña el resultado: sea porque un eventual acuerdo a dos o tres tenga por precio la cabeza de Rajoy o porque éste consiga retener La Moncloa durante un tiempo; el futuro al medio, largo y quién sabe si hasta corto plazo para estar escrito con las letras de esta madrileña que el próximo viernes cumplirá 52 años.

El hiperliderazgo ya consolidado en el PP madrileño, la habilidad para mantener una relación sólida con Ciudadanos en Madrid y con Rivera en toda España y la magnitud del terremoto político que va a vivir el país sea cual sea el resultado electoral e incluso en el caso de que Rajoy conserve su plaza en La Moncloa –más probable es que lo haga el PP, la identidad del inquilino dependerá de su resultado personal-; son el resto de cartas de un juego que para el resto de sus compañeros puede ser la escoba pero para ella es sin duda el póker.

Aunque desde hace meses incluso se han hecho innecesarias cábalas sobre cuál de sus consejeros se irían con ella a Moncloa, llegado el caso, y cuál se quedaría al frente en la Puerta del Sol; lo único cierto es que Cifuentes está centrada en la Comunidad de Madrid y que le haría muy feliz ver a su Mariano de presidente y verse a ella misma toda la legislatura en el mismo sillón que ocuparan Leguina, Gallardón, Aguirre o González.

Tal vez porque, a diferencia de tantos, tiene claro que lo importante no es saber cuándo va a llegar tu momento como que va a llegar seguro. Y eso, sea en unos días si el jeroglífico postelectoral impone sacrificios personales para mantener proyectos colectivos antipopulistas; en un par de años si la solución es provisional antes de una terceras elecciones diferidas o dentro de cuatro, si se mantienen los ciclos naturales y el relevo de Rajoy discurre por los cauces tradicionales; parece asegurado si nadie en el PP, con la suficiente fuerza y la suficiente poca visión, impone un harakiri colectivo con tal de no perder la jefatura de su tribu.

Lo cierto es que Cristina, hija de militar y de ama de casa, de familia numerosa y militante del PP desde que con apenas 16 años el hoy detestado Vestrynge le firmara su alta en el partido, está preparada para lo que venga. Y mientras otros parecen dejarse llevar por la historia, ella parece dispuesta a escribirla, despacito y con buena letra, con ese tipo de tranquilidad que probablemente sólo tienen las personas que una vez estuvieron a punto de morir: a ella el corazón se le llegó a parar dos veces tras su accidente de moto en 2013, y quizá por eso hoy late con más fuerza que nunca.