| 29 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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José Manuel Soria y Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.
José Manuel Soria y Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.

La grosera puerta abierta a Soria agrieta la fiabilidad de Rajoy

Colocar en el Banco Mundial, en este delicado momento, a un personaje tan corrosivo como el canario perjudica gravemente al Gobierno y al PP y abochorna a la militancia del partido.

| Antonio Martín Beaumont Opinión

“¡Vamos, que había que dejar a Soria con el riñón bien cubierto, colocado en el Banco Mundial!”, exclama ante mí, indignado, un mandamás del PP de esos que no dijeron ni mu el sábado en el Comité Ejecutivo Nacional. Así es: el cargo al que aspira el ex ministro, cesado por mentiroso, le garantiza 260.000 euros al año. No es poco aliciente viendo cómo algunos, por desgracia, se mueven por la arena política más preocupados por el beneficio que puede reportarles una nueva responsabilidad que por lo que pueden hacer al frente de ella.

Poco, más bien nada, han debido importar otras razones: 260.000 euros y seguir en el machito deben tener mucho peso. Tanto como para ponerse la opinión de la gente por montera y volver a abrir la puerta, en este delicado momento, a un personaje corrosivo públicamente como José Manuel Soria. Tanto como para abochornar -otra vez- a un partido que se parte la cara por defender sus ideas por los rincones de España y a cuyos militantes estos tejemanejes arteros, siempre para beneficio del amigo del que manda, le sacan los colores con más frecuencia de la que cabría esperar en una organización responsable.

Me imagino lo que pueden estar pensando candidatos populares como Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Alonso desayunándose una cacicada tan tosca días antes de sus difíciles retos electorales. Los partidos españoles los tienen secuestrados cúpulas dirigentes, más bien cuadros concretos, que los consumen a su gusto particular. 

Lo de Soria abochorna -otra vez- a un partido que se parte la cara por defender sus ideas por los rincones de España y a cuyos militantes estos tejemanejes arteros, siempre para beneficio del amigo del que manda, le sacan los colores

Al final, estamos siempre ante lo mismo: en el PP hay quienes todavía no han entendido nada. Porque quien haya dado el visto bueno a las apetencias de Soria en el Banco Mundial, o quienes lo hayan amparado, en realidad siguen creyéndose que esto (este país, tal o cual institución, su partido) es su cortijo. Es esa vieja mentalidad tan perniciosa de que el poder no sólo se tiene, sino que es imprescindible exhibirlo manejando los agasajos que permite. Esa manera de entender la política por parte de ciertos dirigentes del PP les ha llevado de casi once millones de votantes a menos de ocho, y al centro derecha a presentarse  a las elecciones dividido y enfrentado.  Sin embargo, no aprenden y tropiezan con la misma piedra. 

Tras los varapalos electorales recibidos por los populares desde 2014 y consumados el pasado 20-D, cuando se le escapó a Rajoy la mayoría absoluta de cuatro años antes y el PP, si ganó, fue porque es un enorme partido (pese a sus dirigentes actuales), pensé, sinceramente, que esos tremendos toques de atención habían sido escuchados por un rajoyismo moribundo que deseaba cumplir la misión, desde el poder, de ceder los bártulos a otro PP con otra sensibilidad. Así debieron pensarlo también otros muchos que decidieron, después de castigarlo con la abstención o con su fuga, darle otra oportunidad y regresar el 26-J a sus siglas de siempre.

La estúpida -grosera, diría- decisión de colocar a Soria en el Banco Mundial (como la de cargar el nido de amor parisino de José Ignacio Wert a las espaldas de los españoles) trasluce que ese rajoyismo, instalado en un mundo paralelo, en esta su tribulación final, parsimoniosa como fue la gestión en el periodo de esplendor, aunque logre alargarse en el poder un tiempo más puede llevarse consigo no sólo a una generación de compañeros de filas, sino poner en riesgo al gran partido de España. Sería absurdo no decir a Mariano Rajoy que la decisión debe enmendarse. Sería suicida. Porque lo que ahora es un golpe, duro, pero un golpe todavía, acabará hinchándose. 

En definitiva: un error político de formidables dimensiones que perjudica al Gobierno y al PP en un momento en el que los focos deberían permanecer fijos en otros asuntos más prioritarios.