La formación naranja fue una ilusionante alternativa política para inyectar savia nueva a nuestra democracia y hoy, en el plena descomposición, es un estorbo para acabar con el sanchismo.
La irrupción de Ciudadanos en el panorama político nacional, tras batirse el cobre con valentía y principios sólidos frente al separatismo en Cataluña, supuso una inyección de aire fresco como alternativa constitucional frente los chantajes de los nacionalismos periféricos a los Gobiernos de turno.
Pero aquel partido aguerrido, cargado de buenas razones y mejores ideales, fue sucumbiendo a una absurda ambición que ha derivado en una dolorosa autodestrucción de la que están escribiendo el capítulo de despedida Inés Arrimadas y Edmundo Bal con su bochornosa bronca.
Arrimadas tiene una responsabilidad directa en esa deriva devastadora. Su huida a Madrid tras ganar las elecciones catalanas, sin intentar una investidura que testimonialmente al menos hubiera dejado en evidencia el totalitarismo independentista, fue el primer golpe duro a la credibilidad de Ciudadanos.
Los siguientes golpes se los propinó Albert Rivera, primero auxiliando a Pedro Sánchez, después echando el resto para superar al PP y por último dando la espantada tras dejar a su partido con diez diputados. Desde entonces, la formación naranja ha entrado en descomposición, entre burdas reyertas internas, acciones vergonzosas como los acercamientos a los socialistas en Murcia o la Comunidad de Madrid o el apoyo incomprensible al Gobierno de Sánchez en los estados de alarma o la ley de Irene Montero.
Con la perspectiva suficiente se podrá hacer un examen más justo al recorrido de un partido promovido por algunas de las personalidades más lúcidas, preparadas y decentes de nuestro país, que acabará destruido en una pugna ridícula de egos absurdos. Pero a corto plazo, lo único que cabe desearle a Ciudadanos es su pronta liquidación.
Más que por respeto a aquel proyecto liberal que entusiasmó a cientos de miles de españoles, porque los pocos votos que pueda recabar en el próximo ciclo electoral solo servirán para perpetuar aún más el infame fenómeno del sanchismo. E impedirlo con la autoeliminación sería el último gran servicio de Ciudadanos al orden constitucional. Puede incluso que el mejor, pues en estos momentos no es más que un penoso lastre.