| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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El último terrorista abatido, conductor de la furgoneta de Las Ramblas
El último terrorista abatido, conductor de la furgoneta de Las Ramblas

Periodismo de carnaza

¿Tiene sentido mostrar el horror de la yihad sin cuidado con las víctimas? ¿Hay límite y dónde está? El autor desmonta la idea de que el morbo está justificado y critica a sus defensores.

| Fran Carrillo Opinión

 

 

Ha sido el peor atentado terrorista en España desde 2004. Tras el 11-M, hemos tenido años de paz relativa gracias a la actuación de los diferentes cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, cuya pericia y preparación han impedido la ejecución de más acciones como la del jueves pasado.

Quien decide que se suba la foto del niño atropellado, no lo hace por interés informativo, lo hace sabedor de que el morbo es el credo nacional

Pero como siempre en estos casos, al acto de terror le acompaña el eterno debate sobre la difusión mediática del mismo, azuzado por unas redes sociales donde el debate se traviste de fácil prejuicio y la opinión en dogma de tribu sin fundamento.

¿Informar sobre todo y a costa de todo, o con el filtro debido? ¿Ponerse el gorrito y contar el terror como una película de género o simplemente ofrecer datos fríos, secos, hacer periodismo de verdad y no protagonizar el periodismo? Eterno dilema.

He visto a compañeros periodistas, analistas de todo tipo y condición (también amoral y oportunista) criticar a quienes consideramos que el muestreo de las víctimas, sacudidas en el suelo por el teatro del terror, no era una necesidad informativa incuestionable.

La propaganda

Columnas de contexto por quienes han sacado de ídem la noticia. Opiniones creadas a la contra simplemente por dejar los redaños marcados negro sobre blanco. Mis ideas no son sospechosas. La deontología que me enseñaron en la Universidad, tampoco. Explicaré a continuación las razones por las que ciertas fotografías, grabaciones y filmaciones a las víctimas del atentado de Barcelona no eran pertinentes, ni periodística ni moralmente.

1) Porque todo terror necesita de la visibilidad, no del resto del mundo, sino de sus propios militantes. Fernando Reinares, uno de los mayores expertos mundiales en terrorismo, ha explicado en no pocas ocasiones que demostrar la efectividad de este tipo de actos mediante el sufrimiento que provoca en la población es la principal arma de seducción de los yihadistas a la hora de captar nuevos adeptos a la causa.

Por encima de cuestiones como la desafección frente al sistema o la no adaptación a formas de vida autóctonas (sean de primera o segunda generación), se encuentra observar que sus acciones tienen repercusiones y sobre todo, éxito publicitario. Y en el mundo global, aquello que es filmado es inmediatamente viralizado. Reinterpretamos el mundo a partir de las conexiones visuales que lo definen. Lo que se nombra adquiere más fuerza, como dice Milosz, pero al mismo tiempo lo que se ve genera un recuerdo que en función de su intensidad y crudeza, puede generar reacciones a futuro aún más impactantes.

 

 

Y en Oriente y Occidente sabemos las consecuencias de un acto terrorista, siga la vía que siga, así que usar el argumento de la concienciación sobre si mostrar o no cuerpos destrozados sólo obedece al excitante deseo de formar parte de la minoría disidente, que en redes sociales suele ser, casi siempre, la más sensata. No en este caso. Si el terror no tiene propagandistas activos o pasivos acaba consumiéndose en su propia cazuela de odio.

2) Porque compararlo con las fotos e imágenes de niños fallecidos en la orilla de una playa cualquiera no es acertado. Localizar la tragedia migratoria es más difuso, admite muchos matices en los detalles y requiere de más insistencia. Es como la pobreza que se muestra en la televisión. Por muchas campañas que hagan desde UNICEF, Cáritas, Cruz Roja o Acción Contra el Hambre, la solidaridad exige persistencia cuando la conciencia mira para otro lado.

Si el terror no tiene propagandistas activos o pasivos acaba consumiéndose en su propia cazuela de odio.

Y el alma del ser humano se agita ante la desigualdad cuando la ve, no cuando se la cuentan. Con el terrorismo no pasa la mismo. La panoplia visual sólo incrementa el miedo del ciudadano, sus reacciones viscerales en caliente que a la semana se convertirán en la continuidad indiferencia de antaño. No se va a alistar para ir a Siria a combatir contra los yihadistas ni a convertirse en activista contra el terror. Con la pobreza demuestra qué tipo de persona eres. Con el terror, qué ideología profesas.

Todo por un click

3) Y porque al final todo es por el ‘puto’ click, la maldita tecla que hace que el digital de turno o la versión web del periódico de toda la vida consiga visitantes y por ello, justificaciones ante los que pagan, anunciantes de todo a mil. Porque quien decide que se suba la foto de la gente desangrada, ya muerta, o del niño atropellado, no lo hace por interés informativo, ni por ontología profesional. Lo hace sabedor de que en este país el morbo es el credo nacional que nos une y que el vídeo de Las Ramblas en pánico desatado alimenta nuestra sed emocional.

Cuando otorgamos al Estado el monopolio de la violencia lo hicimos también para hacer caso de sus recomendaciones y éstas, en boca de la Policía, Mossos de Esquadra y Guardia Civil, fueron muy explícitas tras el atentado. Restricción de las informaciones e imágenes del suceso, con objeto de no dar pistas ni alimentar el ego siniestro de los terroristas. Para muchos, sonido de viento. El click del lector por encima de otras consideraciones. Y no hablo de empatía, algo que la psicología ya ha descartado para casos como éste. Hablo de una simple elección: la bolsa o la vida. Y muchos saben que el parné siempre ha exigido carnaza.