| 26 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Orgullo y democracia

La mayoría silenciosa se ha hartado de desprecios y ha salido la calle con la única bandera que representa la democracia y protege la convivencia entre distintos: la de España.

| ESD Opinión

 

 

De todas las banderas que ondean en tiempos de conflicto constitucional, la única en la que caben todos y en todo caso encarna los valores democráticos y constitucionales, es la de España. Por eso ondearla, real o metafóricamente, no sólo es un acto de orgullo nacional perfectamente normal, sino también un mensaje constitucional de enorme envergadura frente a quienes, por distintas razones, no creen en España e intentan sembrar el caos político, social y jurídico.

Si algo bueno ha tenido el terrible desafío del secesionismo, auxiliado por el populismo de manera irresponsable y poco replicado por el socialismo actual, es que ha invitado al ciudadano común, poco sectario y ocupado en sacar adelante su vida, a dar un paso al frente para defender, con tan simple gesto, el sistema de valores y normas que le ha dado a España su mayor periodo de paz y libertad en la historia.

Es la mayoría silenciosa, menos ruidosa y politizada que otras minorías que, al calor de sus aspiraciones o ideologías, se comportan y sienten propietarias de de la calle, de los derechos y de las decisiones.

España ya es plural

Porque España no sólo ha estado desaparecida en Cataluña durante décadas, con el bienintencionado pero equivocado deseo de que ello calmara al nacionalismo y le hiciera encajar mejor en un país generoso como pocos con sus distintas identidades; sino que también lo ha estado de algún modo en la propia España, como si tuviera que hacerse perdonar eternamente por la antigua patrimonialización de los símbolos nacionales desde el Régimen franquista.

La ciudadanía se ha rebelado cívicamente, cansada de quienes pasan por víctimas cuando son los agresores

No ha existido ningún país en el mundo, y menos siendo nación histórica como es España, que haya minusvalorado tanto sus esencias históricas ni sus valores constitucionales para contentar e integrar a todo el mundo, como bien sabe un soberanismo que fabula con una imposición inexistente que sólo ha existido en su caso.

El hartazgo ciudadano es una buena noticia, en ese sentido, y los cientos de miles de personas que se han dado cuenta de que este conflicto no es un simple pulso entre un Gobierno y unos insurgentes lo atestiguan.

Rebelión cívica

La pluralidad cultural, lingüística y social de España es un ingrediente básico de su identidad nacional, y no un indicio de la convivencia artificial bajo un Estado de distintas naciones irreconciliables. Ése es el relato del independentismo, tan falso y agresivo como todo su discurso excluyente.

Y contra eso, la ciudadanía se ha rebelado cívicamente, cansada de ser minusvalorada y caricaturizada por quienes intentar pasar por víctimas cuando son los agresores. La mayoría silenciosa ha dicho basta, al fin, y ha enviado un mensaje que deben recordar las instituciones españolas cuando se apacigüe el conflicto: hace falta más España, no menos, y hace falta en todas sus regiones.

Acabar con un relato falaz

Esa España democrática, tolerante y abierta en la que caben todos, se ha cansado ya del maltrato de quienes pretenden pasar por maltratados de un país que no existe, el de la represión, para dañar al que sí existe, el de la convivencia.

Tan importante, pues, es retornar al orden democrático cigente como acabar con el falaz relato que el nacionalismo y el populismo hacen de España como país antipático, injusto y agresivo para justificar su discurso y actitudes. Es justo al revés, y la célebre mayoría silenciosa ha irrumpido para demostrarlo.

Nacionalismo y populismo

España siempre ha sido plural, y el hartazgo ante la propaganda que la presenta de otra forma ya es absoluto: la única pluralidad que no se respeta es la española, que es, paradójicamente, la más numerosa. De forma abrumadora. Los cientos de miles de personas que se lanzaron ayer a la calle en Barcelona y el silencio de secesionistas y populistas son la prueba definitiva.