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Matando a Anaxágoras

¿Por qué se nos han olvidado nuestros orígenes? ¿Por qué se ha impuesto la palabra soez, irreflexiva y falsamente transgresora? ¿Dónde está el poso de la civilización occidental?

| Luis Marí-Beffa Opinión

 "Hay que quitarse de encima dos mil años de ignorancia y superstición, de un modo de vivir y de yacer mórbido, insanamente subterráneo. Hay que ir a Eleusis desnudo de las lapas acumuladas durante siglos de permanencia en aguas estancadas".

Henry Miller. El Coloso de Marusi.



Hubo un tiempo, hace tan solo veinticinco siglos, en el que en un grupo de islas, y ciudades costeras del mediterráneo oriental, se expandió una población civil cuya principal ventaja fue desenvolverse al margen de las grandes capitales del momento. Eran personas prácticas, en su mayoría mercaderes, pescadores, turistas y artesanos, que con su esfuerzo individual consiguieron que su sociedad brillara colectivamente a un nivel desconocido por entonces. 

En una de estas ciudades vino al mundo Tales, de ascendencia fenicia, que demostró, al ser censurado por su absoluta ausencia de ambición material, que los filósofos, utilizando sus conocimientos astronómicos, también podían especular y ser ricos si así lo deseaban.

Y con él, nació la idea de que el mundo no estaba moldeado por los dioses, sino por los elementos sobre los que se sustentaba la Naturaleza.

También nació en Mileto el principal discípulo de Tales, Anaximandro, primer pensador en barruntar que cabía la posibilidad de que el arché era lo indeterminado.

Venimos de los jónicos, gente humilde y educada que no decía naderías irreflexivas. Se nos ha olvidado



De otra isla cercana, Samos, era oriundo Polícrates, que tomó el mando de la ciudad tras una rebelión y posteriormente fue asesinado por un sátrapa. Bajo su dominio la ciudad se fortificó y se crearon dentro de sus murallas infraestructuras tan avanzadas y modernas que serían consideradas las antecesoras de nuestra actual ingeniería civil.

Allí, en aquella pequeña isla del mar Egeo y con esta espontánea efervescencia intelectual, el arquitecto y escultor Teodoro inventó la llave, el nivel, el cartabón y la regla. Y, cómo no, Empédocles, que a través de sus experimentos llegó a la conclusión de que el aire pesaba porque estaba compuesto por átomos, aunque fuera Demócrito el que lo estudiara más tarde de una manera sólida y demostrable.

Ellos sí arriesgaban su vida

Otro padre de nuestra actual civilización que se estableció en Jonia fue Anaxágoras que, además de impulsar la investigación mediante la experiencia, la memoria y la técnica, arriesgó su vida al insinuar que la Luna y el Sol no eran productos de ninguna superstición religiosa, sino planetas con una descripción y una actividad que se desplegaban bajo unas particularidades determinadas potencialmente observables.

 

El anfiteatro de Mileto, casi derruído, una metáfora de casi todo

O Pitágoras, el titán de Samos, que afirmó que la Tierra era como un ciclópeo globo y su naturaleza podía describirse bajo la armonía de las matemáticas, dando como resultado nuestro cosmos, un lugar capaz de resultar mensurable, inteligible y contrapunteado con el caos.

Nos hablaban de cosas hoy olvidadas, o perdidas, entre tanta palabra grosera y actitudes falsamente transgresoras.

 Todos estos filósofos nos hablaban con juegos del lenguaje, para dar a entender que la verdadera sabiduría se nos transmitía a través del enigma. Frente a nuestra interpretación desde el final, desde la muerte que da sentido a la Biblia -como instauró San Agustín-, el griego entendía el tiempo como "kairós", donde cada instante es un espejo de lo anterior y lo venidero.

Nos hablaban de grandeza. Nos hablaban de cumbres. Nos hablaban del ingenuo estremecimiento ante la revelación. Nos hablaban de la inexorable superioridad del orgullo, la generosidad y la nobleza. Nos hablaban de cosas hoy olvidadas, o perdidas, entre tanto ruido de fondo y tanto anglicismo vacío, tanta palabra impúdica y grosera y actitudes falsamente transgresoras.

El mundo no nos pertenece

Si occidente es hoy lo que es es gracias a ellos. Los jónicos. Una gente humilde, educada, reservada, que no daban lecciones a nadie. Ni decían naderías irreflexivas que podían herir los sentimientos de un ser amado. El mundo actual no nos pertenece a nosotros. Les pertenece a ellos. Se nos ha olvidado.

Y, cuando eso sucede, viene aparejado con algo que ya se contaba en Crónicas Marcianas, de Ray Bradbury. "En todas partes veo cosas usadas. Cosas que fueron tocadas y manejadas durante siglos. Si usted me pregunta si creo en el espíritu de las cosas usadas, le diré que sí. Ahí están todas esas cosas que sirvieron algún día para algo. Nunca podremos utilizarlas sin sentirnos incómodos. (...) Las bautizaremos de nuevo, pero sus verdaderos nombres serán los antiguos. (...) Y al no poder alcanzarlas, nos pondremos furiosos. ¿Y sabe usted qué haremos entonces? Las destrozaremos, le arrancaremos la piel y las transformaremos a nuestra imagen y semejanza".

 

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