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De la sonrisa de Mendoza al 'no' rotundo de García Márquez

El Premio Cervantes de literatura ha mezclado decisiones controvertidas con clamorosos olvidos de escritores y celebrados aciertos, como la del autor de 'La ciudad de los prodigios'

| Pedro Pérez Hinojos Opinión

 

“En mis escritos he practicado con reincidencia el género humorístico y estaba convencido de que eso me pondría a salvo de muchas responsabilidades”. Así se confesaba el escritor Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) en su divertido discurso en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá ante los Reyes en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes el pasado jueves día 20. Esta ligera pero a la vez muy seria confesión del autor de La verdad sobre el caso Savolta coincide con la feliz perplejidad con la que muchos acogieron esta concesión. Porque hasta hace muy pocos años era impensable que un autor respetado por la crítica y adorado por el público lector pudiera aspirar a recibir el conocido como ‘Nobel’ de las letras españolas.

 
Parece, no obstante, que los tiempos en los que los imperativos académicos, el celo estricto a la conservación del canon o los oscuros intereses que anteponían alambicadas exigencias políticas o diplomáticas a los méritos artísticos; han empezando a pasar y el Cervantes inicia una nueva etapa, partido de risa gracias al maestro Mendoza.
 
 
Gabriel García Márquez, en una pose ya clásica con su 'Cien años de soledad' de sombrero
 
 En este cambio de paso han tenido mucho que ver las modificaciones que el Ministerio de Cultura introdujo en la composición del jurado del premio en 2008, siendo César Antonio Molina titular de la cartera. Básicamente, y además de subir la cuantía económica del galardón a los 125.000 euros, en el ‘tribunal’ de galardón perdieron presencia los altos funcionarios y representantes institucionales y se aumentó la de especialistas literarios y periodistas culturales, así como de portavoces de la cultura hispanoamericana.

Se puede explicar así que en el palmarés más reciente del premio, solo entre los galardonados españoles, figuren literatos de acreditado respaldo por parte de los críticos y de los lectores, aunque ajenos a la alta intelectualidad y a círculos de poder, aparte de eternos candidatos a la distinción. Juan Marsé en 2008, Ana María Matute en 2010, José Manuel Caballero Bonald en 2012 y Juan Goytisolo en 2014, han precedido a Mendoza en la concesión de la máxima corona de  las letras españolas –curiosamente, cuatro de ellos nacidos en Barcelona, como hizo notar el Rey Felipe en su discurso en la Universidad de Alcalá. Y por el lado americano, de los cuatro últimos autores premiados, tres son mexicanos: el poeta José Emilio Pacheco en 2009, la periodista Elena Poniatowska en 2013 y el narrador Fernando del Paso en 2015, en atención a la pujanza de la cultura de la primera potencia mundial del español, con sus 122 millones de hispanohablantes.

En 2008 se cambió el jurado del Cervantes: ganaron presencia los académicos y periodistas

El futuro dirá si prosigue esta deriva que incluye reconocimientos a creadores que se salen de los ámbitos de la alta cultura. Por detrás, queda un bagaje de cuatro décadas en la que se han premiado a un total de 42 escritores, 22 de ellos españoles, 6 mexicanos, 4 argentinos, 3 chilenos, 3 cubanos, un colombiano, un paraguayo, un peruano y un uruaguayo. Y de entre todos, solo cuatro mujeres. Por lo demás, no están dentro del club todos los que son, como suele suceder. 

La Generación del 27 y los grandes narradores americanos

El poeta vallisoletano Jorge Guillén inició en 1976 la galería del Cervantes. Y también marcó la pauta para los galardonados posteriores, pues el jurado mostró especial empeño en distinguir a autores del exilio y de la célebre Generación del 27, dentro de la consigna general a favor a la reconciliación que inspiraba todas las políticas institucionales de aquel histórico momento, en la transición de la dictadura a la democracia. De este modo, desaparecidos ya los García Lorca, Cernuda o Salinas, Dámaso Alonso (1978), Gerardo Diego (1979) y Rafael Alberti (1983) recibieron el Cervantes.

Por la otra orilla, fueron encumbrados grandes nombres de la narrativa, padres del fenómeno conocido como boom latinoamericano, caso del cubano Alejo Carpentier (1977), para muchos pionero del “realismo mágico”, o el argentino Jorge Luis Borges (1979), un referente absoluto de la literatura española del siglo. El autor de El Aleph recibió el galardón junto a Gerardo Diego, una práctica que nunca más volvió a repetirse en la concesión, que desde 1990 se alterna entre España e Iberoamérica, en una norma no escrita.

El polémico Camilo José Cela recogiendo su premio

El mexicano Octavio Paz (1981), el argentino Ernesto Sábato (1984), el mexicano Carlos Fuentes (1987), el paraguayo Augusto Roa Bastos (1989) y el argentino Adolfo Bioy Casares (1990) completaron el cuadro americano en la década de los 80, mientras en el lado español se siguieron ‘ajustando cuentas’ con el poeta Luis Rosales (1982), el narrador Gonzalo Torrente Ballester (1985), el dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1986), la filósofa María Zambrano (1988) y el escritor total Francisco Ayala (1991).

De las 'patadas' a Fidel Castro al premio “lleno de mierda”

En los 90 se comenzaron a registrar las primeras controversias importantes, como las suscitadas por los Cervantes para la poeta cubana Dulce María Loynaz (1992) y el narrador Guillermo Cabrera Infante, interpretados como gestos calculados para incomodar al régimen de Castro; o los insultos del Premio Nobel Camilo José Cela al premio, que entre otras lindezas lo describió como un galardón “lleno de mierda”. El autor de La colmena consideró intolerable que la Academia sueca le hubiera reconocido antes que el jurado del Cervantes, aunque no lo rechazó cuando se lo concedieron en 1995. Se ganó, eso sí, el boicot de la mayoría de sus colegas en la entrega.

A Cela también se le achaca el premio a uno de los autores más desconocidos de todo el palmarés: José García Nieto (1996). Se dice que fue un empeño personal del creador de Viaje a la Alcarria la candidatura ganadora de este poeta y divulgador; al igual que se asegura que pesaron los gustos o filias de los gobernantes del momento para que se impusieran los galardones al chileno Jorge Edwards (1999), al incontestable Francisco Umbral (2000), a José Jiménez Lozano (2002) o a Antonio Gamoneda (2006) -'poetas de cabecera' de los presidentes Aznar y Zapatero respectivamente, según las acusaciones más hirientes. También se tomó como una suerte de ‘premio de consolación’ el reconocimiento al gran autor colombiano Álvaro Mutis (2001), ya que su paisano y amigo Gabriel García Márquez se empecinaba en rechazar el galardón.

Ana María Matute, eterna candidata, con su medalla al fin en las manos.

Entre medias, el Cervantes se rindió a grandes sin discusión como el imprescindible Miguel Delibes (1994); Mario Vargas Llosa (1994), que recibió el premio con 58 años, el escritor más joven hasta hoy; el poeta José Hierro (1998), o el deslumbrante y huraño Rafael Sánchez Ferlosio (2004). Sorprendió la elección del mexicano Sergio Pitol (2005), aunque figuró durante varios años en las candidaturas, y robó el corazón el reconocimiento al poeta argentino Juan Gelman (2007), que se presentó en la entrega con su nieta Macarena, con la que se había reencontrado solo siete años antes, después de que se la arrebataran nada más nacer a su hijo y a su nuera desaparecidos durante la dictadura argentina.

Gabo y los olvidados

Casi un centenario, el 'antipoeta' chileno Nicanor Parra (2011), padrino reconocido de varias generaciones de poetas y escritores americanos, vino a tratar de compensar muchos nombres olvidados por el premio. Entre este rosario de nombres, se alza inevitablemente el citado Gabriel García Márquez, el ‘Cervantes de América’, cuya ausencia en este particular Parnaso descalifica al premio en tu totalidad, a juicio de muchos.

El autor de Cien años de soledad, un clásico ya en la historia de la literatura universal, pidió públicamente que no se lo concedieran, no por desprecio, sino por ‘opción personal’. “Es bueno que de vez en cuando algunos escritores tomen estas decisiones y aspiren solo a ser leídos”, manifestó el Nobel en Cádiz a finales de los 90. Aunque también existen otros muchos relatos entrecruzados en los que se mezcla la querencia excesiva de Gabo por moverse en los círculos de poder, su amistad con Fidel Castro o su supuesta ambición, en busca exclusiva de fama y dinero (en algunos conciliábulos se le presentaba como “García Marketing”) para explicar esta ausencia. Pero también existe la corriente de opinión según la cual que el jurado debía haberse saltado ese deseo y concedérselo, aunque lo hubiera rechazado. 

Sea como fuere, con su 'no' a cuestas, el fabuloso narrador de Aracataca forma parte ya de la historia del Cervantes. E invocando su espíritu también se cobijan a la sombra del premio las almas de otros titanes como Julio Cortázar, Juan Rulfo, Jaime Gil de Biedma, José Donoso, José Ángel Valente, Mario Benedetti, Manuel Vázquez Montalbán, José Luis Sampedro...