| 20 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Populismo; un escudo de sólo 2 milímetros

Los autores reflexionan sobre los peligros del populismo y la escasa resistencia que tiene la sociedad actual ante él. Y eso, a su juicio, es la antesala del totalitarismo.

Ese es el ligero grosor del escudo contra el populismo, solo 2 milímetros. Estamos viendo como programas de políticas radicales avanzan, se han quedado en las puertas en Italia, Holanda y finalmente en Francia o han llegado a entrar en Grecia (Syriza), Reino Unido (Brexit) y Estados Unidos (Trump) y no parece que los partidos tradicionales tengan capacidad, y lo que es peor, ni voluntad de aguantar el envite mas que recurriendo al miedo como argumento, pero este recurso no es la solución sino solo un parche.

El agotamiento de la política tradicional allana el camino al populismo

En Occidente parece que la política tradicional presenta un estado de anquilosamiento en sus estructuras, en sus propuestas, y porque no decirlo, en la degradación en algunos casos y en la indolencia en otros de sus, ya endogámicos, políticos profesionales que no hace más que facilitar y allanar la entrada de ese populismo.

Pero hablemos de ese finísimo escudo. Todos pensamos que somos racionales, y efectivamente somos los más racionales de todo el reino animal con muchísima diferencia, sin embargo, somos mucho más emocionales que racionales. La racionalidad, dicen los neurofisiólogos, se alberga en el neocortex de nuestro cerebro, con un grosor aproximado de solo 2 mm.; por el contrario las emociones y sentimientos se reparten en todo un gran entramado al que llaman sistema límbico y que ocupa la mayor parte de este gran cerebro.

Por lo tanto, aunque engreídamente nos autodenominamos seres racionales, en muchísimo mayor porcentaje, somos realmente seres emocionales.

Todo profesional del mundo de la publicidad sabe que los recursos emocionales y los sentimientos transportan, fijan e impactan mucho mejor cualquier mensaje que queramos trasmitir; fijémonos como no se publicitan características técnicas objetivas, sino que nos comunican “sensación de conducir”, “estilos de vida deseados”, “sensualidad implícita en cada producto”, “percepción de bienestar”. No hay mejor manera de comunicar un producto (el que sea) que asociándolo a una sensación o a una emoción.

En otro campo, fue en 2002 cuando Daniel Kahneman obtuvo el premio nobel de economía; en sus trabajos e investigaciones demostró que las decisiones empresariales (algo en principio altamente analítico y objetivo) no se toman con preponderancia exclusiva de la racionalidad, sino por el contrario son determinantes los factores emocionales.

 

 

Si los mensajes nos llegan mucho mejor y más directamente por la vía de las emociones y nuestras decisiones están condicionadas e incluso guiadas por factores emocionales, se entiende claramente que lo determinante en los votantes a la hora de decidir el voto sea lo emocional frente a lo racional.

No podemos extrañarnos que la capitalización del monumental enfado por los descarados casos de corrupción o la percepción de un partitocrático ninguneo a los votantes tenga mucho mayor peso a la hora de la decisión del voto, que la racionalidad o irracionalidad de un programa político (que casi nadie lee) o las promesas consistentes o inconsistentes lanzadas en mítines (a los que casi nadie va). El enfado y el rechazo se recuerda, el contenido de los programas se desconoce, así de simple, así de claro.

El populismo (de izquierda y de derecha) trabaja, se apoya y se sirve de nuestro lado emocional (miedo, indignación, protesta, desilusión, hastío) y la política tradicional cree ingenuamente, que por esgrimir argumentos racionales, o poner de manifiesto la irracionalidad de esta “nueva política” van a recuperar el sentido del voto, máxime cuando su comportamiento cotidiano continua exhibiendo una distancia cada vez mayor con el electorado, partidos plagados de corrupción que nunca reconocen como propia, siempre es la del adversario la que hay que combatir, y siempre atendiendo como prioritarias sus intrigas internas, signos inequívocos de un agotamiento estructural.

El populismo se apoya en nuestro lado emocional; y es ingenuo creer que se evitará por esgrimir argumentos racionales

El pensamiento liberal, que como se ha visto, es el que realmente ha actuado hasta ahora de dique de contención en Europa frente a la radicalidad y son sus fórmulas a las que se recurre para salir de las crisis, es un pensamiento que se aloja en esa delgada capa del neocortex, donde prevalece el razonamiento, el conocimiento, donde no hay lugar para dogmas, ni verdades absolutas, ni fundamentalismos trasnochados; donde la defensa de la libertad individual es la que garantiza la libertad de una sociedad en su conjunto.

Es ese pensamiento liberal el que mejor pone en evidencia la irracionalidad del pensamiento y las promesas populistas que utilizan las emociones para saltarse el filtro de la razón y también pone de manifiesto la hipocresía de una política tradicional ocupada únicamente en sus propios intereses.

Pero insisto, la racionalidad no tiene preferencia ni a la hora de recibir mensajes, ni a la hora de tomar decisiones para una gran mayoría. Son la emoción y los sentimientos los que juegan ese papel decisivo en muchos votantes, y es ahí donde trabaja esta “nueva política” basada en el ataque y carente solidez en la viabilidad de su oferta, que en realidad no es más que un peldaño en la escalera de sistemas totalitarios.

Si los populismos definitivamente superan este finísimo escudo de racionalidad y alcanzan a copar el poder, estaremos en un nuevo escenario de políticas totalitarias que hace mucho tiempo habíamos pensado superadas.

 

Artículo colectivo del Club Liberal 1812 de Málaga