| 09 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Hayek, en los años 70, del libro que ilustra este artículo
Hayek, en los años 70, del libro que ilustra este artículo

La falacia del 'neoliberalismo'

El liberalismo defiende la libertad individual, la propiedad, la educación pública y la ausencia de imposiciones morales. El autor combate el cliché resumido en la palabra 'neoliberalismo'.

| Luis Marí-Beffa Opinión

"Imaginarse que la vida económica de una vasta área que abarque muchos pueblos diferentes, como Europa, pueda dirigirse o planificarse por procedimientos democráticos, revela una completa incomprensión de los problemas que surgirían. Dicha planificación no podría ser otra cosa que un pequeño grupo imponiendo al resto los niveles de vida y ocupaciones que los planificadores sociales consideran deseables para los demás. Sin embargo, si hay algo cierto, es que el "Grossraumwirtschaft" de la especie que han pretendido los alemanes solo puede realizarlo con éxito una raza de amos, un "Herrenvolk", imponiendo brutalmente a los demás sus fines colectivistas y sus ideas intervencionistas".

Siempre existirá un componente antiliberal. Sabemos qué es ser de izquierdas. Sabemos qué es ser de derechas. Pero no sabemos qué es ser liberal.

Cuando Friedrich Hayek escribió estas palabras, hace la friolera de más de setenta años, aún faltaban trece para que se firmara uno de los Tratados de Roma, sobre el que comenzó a gatear como un bebé nuestra Comunidad Económica Europea. Varias décadas después, Karl Popper escribió "La miseria del historicismo". El título parafraseaba, en clave de humor crítico, a "La miseria de la filosofía" de Marx que, a su vez, se burlaba de "La filosofía de la miseria", de Proudhon. Demasiada miseria cíclica.

En esta miseria del historicismo, Popper consideró una falacia narrativa la posibilidad de anticipar la evolución de una sociedad atendiendo a sus características más determinantes. Puesto que la historia humana estaba influida, para bien o para mal, de un modo implacable por el crecimiento del conocimiento, y este no se puede predecir.

¿Supersticiones?

Por tanto, Popper concluyó que la mera intención de dicha predicción del futuro caería en el inmenso saco de las supersticiones humanas. Con posterioridad, muchos filósofos, economistas y científicos continuaron la senda iniciada por Popper.

Lachmann, Hayek, Block, and Rothbard, una foto muy curiosa extraída de 'The economics of time and ignorance'

 

Sin embargo, si no existía posibilidad de pronosticar el horizonte temporal, ¿cómo fue posible anticipar de un modo tan concreto, lúcido y certero, como el bisturí de un médico cirujano, el devenir de nuestra, por el momento, maltrecha Comunidad Económica Europea? Hayek y Popper nunca se pusieron de acuerdo sobre este punto, pese a que entre ambos hubo una excelente y estrecha relación personal.

Existe una no desdeñable proporción de izquierda que echa espuma por la boca tan solo con escuchar la palabra "liberal".

Solo se sabe que Hayek cambió a Popper en la misma medida que sucedió al revés. Se dedicaron mutuamente trabajos y otras muestras de afecto como esta: “Tuve el sentimiento de que Hayek había salvado mi vida una vez más”. En el fondo, todos tendríamos que haber tenido ese sentimiento en aquel momento. Ahora ya parece demasiado tarde. Nuestra Comunidad Económica nació malparida, por su ausencia total de liberalismo. Ausencia que no solo aún hoy sigue vigente, sino que se va recrudeciendo por la intervención cada vez más brutal del triunvirato de La Troika. Porque es el intervencionismo estatal lo que está echando a perder Europa. No debemos olvidarlo.

El comunismo antiliberal

Yo rescataría el que, en mi opinión, es el mejor pasaje de la "Miseria del historicismo", que es precisamente su dedicatoria. "En memoria de los incontables hombres y mujeres de todos los credos, naciones o razas que cayeron víctimas de la creencia fascista y comunista en las 'leyes inexorables del destino histórico'". Porque del antiliberalismo comunista nadie duda. Incluso hoy día, después de todo lo acontecido en Europa y en el mundo entero, existe una no desdeñable proporción de la población civil de izquierda que echa espuma por la boca tan solo con escuchar la palabra "liberal".

Pero es que, además, solo basta con echar un vistazo a las opiniones de Mussolini ("El fascismo rechaza frontalmente las doctrinas del liberalismo, tanto en el campo político como económico"), Hitler ("Nosotros somos enemigos del sistema económico capitalista y estamos decididos a destruirlo en todos sus aspectos") y José Antonio Primo de Rivera ("Queremos menos palabrería liberal y más respeto a la libertad profunda del hombre"), para advertir que liberalismo y fascismo casan tan bien como el agua y el aceite

 

 

No creo que sea nada liberal arrogarse la definición de liberal. Probablemente esta sea la mayor fractura del liberalismo. Y su mayor mérito, a la vez: su flexibilidad en los dogmas, cuando no su ausencia. Siempre existirá un componente antiliberal tanto en la derecha como en la izquierda, precisamente por esta razón. Sabemos qué es ser de izquierdas. Sabemos qué es ser de derechas. Pero no sabemos qué es exactamente ser liberal.

La contradefinición

Sin embargo, al menos, podríamos decir qué es NO ser liberal. Podríamos hacer una contradefinición, por llamarlo de alguna manera. NO es liberal el que piensa que la religión es el único camino, el que soba tanto "lo público" hasta hacer de ello un término vacío, el xenófobo o el que fomenta el odio hacia "el otro". NO es liberal el que intenta imponer su moral sobre la de otro. NO es liberal el que promueve monopolios a través de la política, ni un cortijo capitalista de amiguetes. 

El liberalismo, desde sus inicios, ha defendido tres cosas que tendrían que ser pilares en nuestra sociedad: la separación de poderes, la educación pública como mecanismo corrector de las desigualdades sociales (jamás existirá una pócima mágica a este respecto) y la libertad del individuo basada en la propiedad privada, entre otras muchas cosas.

Irrita tanto la mala intención que, en la actualidad, se está haciendo del término liberal

Por eso me irritan tanto las malformaciones malintencionadas que, en la actualidad, se están haciendo del término. Hubo pensadores que, desde principios muy radicales de libertad, provocaron conceptos tan revolucionarios como el de la desobediencia civil, como Thoreau. En la lucha por el poder entre conservadores y socialdemócratas, parece que los primeros se han apropiado del término, o los segundos han renunciado a él. Deviniendo en el tan cacareado neoliberalismo

Un mundo mejor

Pero no debemos olvidar que, gracias al liberalismo tradicional, al de toda la vida, al genuinamente progresista, el mundo es hoy por hoy un mundo mucho mejor que el de ayer, pese a que parezca que la cosa se resquebraje. Y, precisamente, se resquebraja, en mi opinión, porque se están abandonando los principios liberales. Ahora que los nuevos partidos se empiezan a constituir, creo que no tendrían que olvidar esto. 

Ya lo dijo Gramsci: "El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos". 

 

 

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