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Sánchez y Zapatero, antes de un mitin en mayo de 2016
Sánchez y Zapatero, antes de un mitin en mayo de 2016

La cosa plurinacional

El 2004 ha vuelto, y muchos no lo quieren ver: el zapaterismo es la estrategia de Pedro Sánchez, escondido no obstante para disimular. Ésa es la tesis del consultor político Fran Carrillo.

| Fran Carrillo Opinión

 

 

Cuentan que Pedro Sánchez se levantó un día con la bandera de España detrás de un escenario y fueron tanto los sarpullidos que le salieron al verla que ordenó a partir de entonces encerrarla en el sótano republicano de la historia. En aquel momento, dejó de ser Pedro Sánchez, candidato a la presidencia del gobierno de España para ser, simplemente, Pedro, político de la cosa plurinacional.

La identidad colectiva se ha diluido en realidades aldeanas, simbolismo que anuncia malos tiempos para el progreso

Porque, en efecto, la cosa plurinacional es el cajón de sastre que admite meter en él todo lo que contente al barón de turno, cacique periférico o capataz del asunto autonómico. Cuando Pablo Iglesias, el bueno, el fetén, inauguró en Labra allá por 1879 el partido de los trabajadores, nunca se imaginó que los trabajadores acabarían por ser obreros plurinacionales, currantes del derecho a decidir una autodeterminación que fuera más allá del salario y el bocata del mediodía.

¿Una Alemania plurilandacional?

Por eso el comunismo (vulgo socialismo real) no avanzó. Cuando los obreros fueron conscientes, a medida que avanzaba el Estado del bienestar, de que con la revolución no era suficiente, la lucha de clases empezó a mutar en populismo travestido.

Pidió Sánchez en el Congreso socialista del fin de semana apoyar al único partido que garantiza la mayoría. No sabemos qué mayoría, una vez troceada ésta, pero él sigue insistiendo. Imaginen en Estados Unidos al candidato del Partido Demócrata decir que él quiere presidir los Estados Unidos Confederados.

 

La nueva Ejecutiva del PSOE, este domingo entonando La Internacional

 

O en Alemania escuchar a Schultz reconocer la Alemania plurilandacional. O a Valls en la Francia jacobina hablar del derecho a decidir de corsos y bretones. Pero Sánchez sabe por qué lo dice. El último estudio del Real Instituto Elcano en 2016 advierte de la caída del sentimiento nacional de los españoles, que puestos a elegir patria prefieren Europa, que suena más grande y más moderna, si bien lo europeo les importe un pimiento, porque siempre acabamos por santificar los componentes de esa España que tanto nos repulsa pero a la que no podemos olvidar cuando salimos de ella.

El nuevo PSOE empieza definiendo su modelo de Estado como Bolivia. 2004 ya está aquí. Y algunos no lo quieren ver.

El aquelarre

La identidad colectiva se ha diluido en realidades aldeanas, simbolismo que anuncia malos tiempos para el progreso, aunque el aquelarre que lo guillotina venga de los progresistas.

La incongruencia del PSOE reside en hablar en el acto de nacionalidades y cerrar el Congreso con la Internacional. En hablar de una vez por todas (y por todos) de lo que a la izquierda le importa, porque de eso se trata. De dejar bien claro y visible quien lo tiene más grande (el eslogan).

Porque el uso del lenguaje no es casual. Hay una estrategia detrás de posicionamiento que exige un esfuerzo por no ver un zapaterismo bis. Unos hablan (Óscar Puente) hablan de España, otros (Elorza y Parlon) de las realidades nacionales. Los de siempre (Patxi, una vez más) hablan de entendimiento y talante. “Somos la izquierda” busca el espacio del votante que se fue a Podemos, pero lo dicen con la voz calmada del que quiere captar también al que se marchó a Ciudadanos.

Invoca Sánchez el 15M, cortejando al radical que ocupó las plazas y desocupó la razón hace unos años. Un fin de semana de Congreso mesiánico y redentor, donde Pedro seduce como en su día hizo José Luis frente a los oficialistas Bono y Rosa Díez. Ahora, el peor presidente que ha tenido la democracia española hace horas extras de bolivarianismo por el mundo, mientras el nuevo PSOE empieza definiendo su modelo de Estado tomando a Bolivia como ejemplo. 2004 ya está aquí. Y algunos no lo quieren ver.