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El último entierro de Cervantes

Dos años después del descubrimiento de los restos de Cervantes, la tumba del escritor languidece, pese a la promesa de una gran promoción exterior y miles de visitas.

| Pedro Pérez Hinojos Opinión

Periodistas llegados de todo el mundo se reunieron en Madrid el 17 de marzo de 2015 para anunciar una noticia tan esperada como revolucionaria: el prestigioso equipo de investigación que durante casi un año había rastreado la huella ósea de Miguel de Cervantes en la cripta del convento de las Trinitarias Descalzas, en el corazón de Madrid, confirmó el hallazgo ateniéndose a la "certeza histórico-documental, arqueológica y antropológica". Aquel descubrimiento iba a supone un verdadero maná para la capital de España, en forma de publicidad y de explosión turística; o así al menos se las prometían en el Ayuntamiento y en la Comunidad de Madrid. Poco importaba entonces el hecho de que, desde hacía cuatro siglos, se conociera el lugar donde fue sepultado el inmortal autor del Quijote. Y menos importaba aún que, en el curso de pocas semanas, se fueran a celebrar elecciones municipales y autonómicas. El hallazgo de la huella material de la existencia del universal literato iba a cambiarlo todo. Pero no fue así, como revela la realidad presente: la vida en el madrileño Barrio de las Letras, emplazamiento del convento y del nuevo mausoleo cervantino, lo mismo que el aeropuerto de Barajas, no ha registrado más avalanchas de viajeros que las acostumbradas. Y ni siquiera la reciente celebración del IV Centenario de la muerte del escritor ha servido para tomar un renovado impulso.

Unas pocas visitas guiadas a la semana a la iglesia del convento, donde a finales de la primavera de 2015 se colocó una nueva lápida conmemorativa, es la única novedad reseñable entre el antes y después de la localización de los restos del literato de Alcalá de Henares. Demasiado poco para lo que se prometía después de que el georradarista Luis Avial y el historiador Fernando del Prado lograran, tras años de porfía, el apoyo del Ayuntamiento de Madrid y todos los permisos de la Comunidad de Madrid y del Arzobispado de la capital para la difícil (imposible, para muchos investigadores) empresa de hallar los despojos del Príncipe de los Ingenios en el convento trinitario.

Muerto el 22, enterrado en 23
Allí recibió sepultura Cervantes el 23 de abril de 1616. Su muerte se produjo en realidad un día antes, el 22 de abril, pero la costumbre de la época era registrar los decesos el día en que se practicaba la cristiana sepultura. La diabetes puso fin a los días del creador de La Galatea a la edad de 69 años, dejando dispuesto que se le enterrara en el convento recién construido, del que era vecino y a cuya orden debía su liberación del cautiverio en Argel. Y según la regla de la Orden Tercera, con el rostro descubierto y vestido con el sayal de los franciscanos, fue sepultado en una pequeña capilla del convento. Y a continuación, el olvido.

Hasta que Avial y Del Prado empezaron a recabar  apoyos para su proyecto de localización de los restos de Cervantes hace apenas una década, solo el hermano de Napoléon, José I Bonaparte, durante la Guerra de la Independencia, expresó el mismo deseo a nivel oficial. Aunque fue la Real Academia Española (RAE) la entidad que en 1870 logró constituir una comisión para documentar la ubicación de los restos. Fue ese el año en el que se instaló la placa marmórea que se puede admirar en la fachada del convento en la actualidad.

Aquella investigación de los académicos dejó a la luz que el escritor había pasado por varios enterramientos más desde el primero en 1616. Uno obligado por la demolición de la capilla, allá por 1672, y el traslado a una nueva cripta en 1730.

La clave es Luisa
Sea como fuere, a lo largo de 2014 los trabajos de termografía y georradar en la iglesia localizaron una masa de restos en la cripta, que luego fue revisado por un equipo de expertos al mando de una eminencia en la ciencia forense como Francisco Etxeberria. De entre ellos, se lograron distinguir supuestamente unos pocos fragmentos de hueso atribuidos a Cervantes, aunque la confirmación definitiva quedaría pendiente de una prueba definitiva: cotejar el ADN. Y eso solo sería posible si se alcanzara el imposible de hallar los restos de Luisa, la hermana del escritor, mezclados con los de decenas de monjas en el osario del monasterio de las Carmelitas Descalzas, emplazado en el corazón de Alcalá de Henares, donde ingresó con 18 años.

Esto formaría parte de una tercera fase de la investigación, consistente en lograr un perfil genético que permitiese concretar más el hallazgo, dado que con los restos de las Trinitarias no se pueden cotejar las patologías de Cervantes o realizar una reconstrucción craneal y así comprobar los rasgos del autorretrato que dejó para los restos en el prólogo de las Novelas ejemplares ("rostro aguileño, frente lisa y desembarazada, de nariz corva [...]; la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y esos mal acondicionados”). Pero el nuevo Gobierno municipal de Manuela Carmena no ha mostrado más interés que anunciar una subvención para examinar los restos de los niños hallados en la cripta, víctimas de una desproporcionada epidemia de raquitismo. Y poco más. Tampoco ninguna instancia estatal ha expresado su deseo de promocionar el enclave.

Apenas se ha notado el aumento de visitas a la tumba de Cervantes. Frente a la de Shakespeare desfilan 6 millones de personas al año

Cervantes, su mujer y otros trece 
El 10 de junio de 2015, la iglesia del convento acogió un acto funerario con honores militares, encabezado por la exalcaldesa de Madrid, Ana Botella, quien descubrió un placa conmemorativa sufragada por la RAE. Como epitafio, el anuncio obtenido tras las investigaciones, "yace aquí Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)", y un fragmento de la última obra que el homenajeado remató días antes de morir, Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Tras esa placa, en tres urnas, se ha depositado un conjunto de fragmentos de cráneos, mandíbulas, extremidades, costillas, miles de esquirlas y polvo, correspondientes a 15 individuos (cinco niños, dos mujeres, cuatro varones y otros cuatro indeterminados), y entre ellos figuran los atribuidos a Cervantes y su mujer Catalina de Salazar.

Desde ese último entierro del escritor, ante esa placa desfilan solo algunos pocos visitantes más de lo habitual, en las rutas ordinarias organizadas por las monjas en el templo. Nada que ver con lo que le sucede a la tumba del otro coloso de las letras, William Shakespeare, ubicada en la pequeña iglesia de Stratford upon Avon, su localidad natal. Sin que se tenga siquiera la certeza de que el cadáver del autor de El Rey Lear esté bajo esa lápida, más de seis millones de personas pasan ante ella todos los ellas, conformado uno de los santuarios de promoción turística y cultural promocionados en todo momento por las autoridades británicas.