| 06 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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Los viejos compañeros de viaje

| Marcial Martelo Opinión

@PatriciaReyesCs: “Los bárbaros terroristas no acabarán nunca con nuestra libertad y principios democráticos. Bélgica, estamos contigo. #jesuisbruxelles”.

El horror. Esta mañana nos hemos vuelto a reencontrar con este viejo compañero de viaje. Pasado el duelo tras los atentados de París, todos presentíamos que el horror no se había ido. Es más, sabíamos que volvería pronto. Y así ha sido.

Esta vez inundó Bruselas. Un tiempo y un lugar distintos, pero las imágenes de la televisión parecían formar parte de un documental sobre algo ya vivido. Todo era familiar: polvo, carreras, caras asustadas y cuerpos caídos. Y nuestra imaginación poniendo la banda sonora de bombas, disparos, gritos y lamentos.

Volvieron los viejos sentimientos de tristeza infinita por las víctimas, ira por los verdugos y vergüenza por los de siempre, que desde sus laboratorios siguen hablando de pedagogía y diálogo en medio del fragor de la matanza (y ello con el mensaje subyacente habitual: frente a su odio, ofrezcamos nuestros miembros para su mutilación, que seguro que al final comprenden, se apiadan y se hermanan).

También recuperamos la memoria, alimentada con la vieja y sanguinaria historia de Europa, y con ella fortalecimos la convicción de que no hay policías ni servicios de inteligencia suficientes para blindarnos frente a la barbarie; de que esta guerra hay que librarla y ganarla en su origen, luchando sobre el terreno y no desde consolas de videojuegos. Y que si los ejércitos de las naciones democráticas tienen un sentido es ahora el momento de demostrarlo, liberando a los pueblos sometidos y desangrados por la barbarie medieval de sus propios compatriotas.

Pero quizá lo más importante es que, junto al horror, recuperamos con él otro viejo compañero de viaje: la determinación. La tranquila y feroz determinación que nace de la absoluta conciencia de lo que queremos ser y del precio que estamos dispuestos a pagar por ello.

Los españoles la adquirimos con el terrorismo etarra. Hace no muchos años, cientos de asesinatos, mutilaciones y secuestros nos obligaron a elegir lo que queríamos ser: o supervivientes indignos de nuestros muertos o ciudadanos libres. Y elegimos la libertad.

Es cierto que eso no nos sirvió para mitigar el dolor que nos producía cada nuevo atentado, pero no es menos cierto que saber lo que queríamos y haber decidido conscientemente pagar el precio, daba a todo, incluso al horror, un sentido. Era el precio de nuestra libertad, y estábamos dispuestos a pagarlo hasta el final.

El precio fue 829 muertos. Lo pagamos. Pero ganamos.

Hoy surge el mal con otras formas. Que no nos insensibilice la repetición de tanto horror, pero que tampoco nos aterrorice hasta tal punto que nos haga olvidar lo que somos y lo que no queremos perder.

El mensaje al terror sólo puede ser uno: si hay que sangrar, se sangrará, pero nunca nos dejaremos arrancar la libertad.