| 21 de Mayo de 2024 Director Benjamín López

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La dama de Picas - Chaikovski- Ópera en tres actos. Palau de les Arts
La dama de Picas - Chaikovski- Ópera en tres actos. Palau de les Arts

El As del prófugo

La decadencia de los pueblos más poderosos ha sobrevenido de la decadencia moral de sus dirigentes.

| José María Lozano Edición Valencia

Con ánimo de seguir aprendiendo, me planté el otro día en el Palau de la Ópera que sigue llamándose Reina Sofía (la esperamos, Señora), invitado por una amiga, a ver y escuchar la Dama de Picas de Chaikosvski. Aprendí y me gustó, aunque las voces no me hicieran vibrar como en otras ocasiones, espléndidos los coros y soberbia la orquesta. Como me atreví a corresponder a mi amigo Jacobo Ríos, antes de leer su propio parecer, para mí imprescindible.

A propósito de la macabra escena en que el obsesionado Herman yace con el esqueleto de la perversa condesa, alguien me comentó: ¿Quién es Puigdemont y quién el ludópata? Ingeniosa y muy oportuna observación al margen.         

Les recuerdo que la acción, anacrónicamente recreada en la Rusia absolutista, se desencadena en una sucesión de desgracias provocadas por la codicia desatada del protagonista, que soslaya la dignidad y la propia estima, hasta llegar a la auto destrucción. Solo conocer el secreto del poder (las tres cartas del drama operístico) mueve al personaje que saborea ya las mieles de sus dos primeros envites con éxito. Pero la vieja farsante, adiestrada entre las más célebres cortesanas parisinas, le engañó con la tercera, que no fue As sino Dama.

La decadencia de los pueblos más poderosos ha sobrevenido de la decadencia moral de sus dirigentes. El cesarismo como término peyorativo que hace mención a una política autocrática y normalmente caprichosa, nubla los aspectos más positivos de la romanización, pero nunca ha llegado a imponerse sobre ellos. Ese dedazo autoritario del que todo dependía, que aparentaba generosidad indulgente cuando el pueblo enfurecido sentenciaba a muerte al vencido, henchido de soberbia, condenó a la nación entera. Al imperio y a sí mismo.

El suicidio final del ludópata Herman en la pieza del maestro ruso, tras no mostrar atisbo alguno de empatía ante la muerte de la que había sido su amada, es el anuncio lírico de la inevitable decadencia moral del dirigente absolutista.

Con esa guasa de cuello blanco que se gastan los diplomáticos, oí decir al Embajador de España en La Habana que allí “lo que no está prohibido es obligatorio” y pude comprobar sobradamente que la mayor demostración de poder omnímodo es la ausencia de criterio reglado. Y el acomodo diario a la voluntad del líder. Incluido el “cambio de opinión”. Descartada la falsedad o la mentira, por lugar común.

El ludópata nacional, que con aires cesaristas juega a la ruleta rusa con profesionales de la deslealtad a España no disparará contra su sien afortunadamente, pero sí lo hace contra lo que todavía pueda restar en él de la dignidad y el orgullo que debiera haberle impregnado su ocupación más reciente. No agotará el ficticio cargador sin haber provocado su suicidio político. Aunque la vida, como las óperas, no es corta.

Ni el más sesudo de los politólogos, ni el más avispado de los periodistas, ni el más listo de su clase, está seguro de un devenir que se presume incierto. Pero tengo para mí que se está cuajando un sentimiento común, desprejuiciado con las aristas, de españolía no excluyente, que será un dique frente a la desigualdad y el separatismo.

De Chaikoski, hasta el más ignorante en la materia -como es mi caso- es capaz de citar el Lago de los Cisnes y alegrarse el corazón. Urge que se reescriba la partitura de la España de la convivencia y del progreso social y económico. Y alegrar el corazón.