| 26 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La verdadera historia de Elisenda Alamany, el coco de Ada Colau

La izquierda catalana, casi toda soberanista de manera clara o con subterfugios, anda a palos y ya nadie se libra. La última dimisión tiene su miga. Y es ésta.

| El Topo Opinión

 

 

 

La dimisión de Elisenda Alemany como portavoz en el Parlament de En Comú Podem, ese saco de Pablo Iglesias y Ada Colau con pinta de camarote de los hermanos Marx, es cualquier cosa menos casual y demuestra hasta qué punto la izquierda catalana, muy independentista o mediopensionista, acaba siempre a bofetadas.

El fichaje de la guapa filóloga fue, ante todo, la prueba de que Ada Colau no quiere pasar por separatista cuando viaja a Madrid pero quiere parecerlo bastante cuando se queda en Barcelona: su ya exportavoz parlamentaria ha sido toda su vida, según le cuentan a El Topo, más soberanista que el propio Puigdemont.

La bronca en la izquierda catalana, casi toda soberanista, es de época y ya toca hasta a Ada Colau

Que se licenciara en Filología Catalana o que prestara sus servicios educativos a Òmnium Cultural, cuna del separatismo bien cuidada siempre por la Generalitat, ya debían haber sido pruebas suficientes para que si de verdad Colau no quería jugar a la secesión, no fichara a una secesionista inquebrantable que ya tiene un plan: disputarle el liderazgo de En Comú a Colau cuando las circunstancias, siempre electorales, lo permitan.

 

Eran otros tiempos: Iglesias, Doménench y Colau, de cuchipandi

 

Ése es el plan de Alamany, anticapitalista y separatista a la vez: cargarse a la lideresa, desde dentro o desde fuera, con sus siglas o con otras, y pelear por una confluencia con ERC e incluso la CUP. Lo curioso es que a Colau se le van por los extremos: Domènech por el lado más moderado, Alamany por el más separatista. Y en el radar de ésta, los Albano Dante Fachín, Bea Talegón y compañía nadando en las aguas agitadas del nacionalprogresismo para ver por dónde sale el sol.

 

Y cuentan las malas lenguas que todo este espectáculo provoca un hondo placer, pero bien disimulado, en Pablo Iglesias: cuanto menos mande Colau, más opciones tiene Podemos de no sucumbir al magma de siglas. Aunque alguien debe decirle que, tal vez, pueda irle mal a los dos.