| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Guardio, bebiendo al parecer agua
Guardio, bebiendo al parecer agua

Pep, el independentista finolis

El entrenador de fútbol se ha convertido en la referencia del golpismo y en uno de sus mejores manipuladores de conceptos. Su defensa de los Jordis cruza fronteras pero choca con la verdad.

| Buendía Opinión

 

 

Guardiola bebe agua, como demuestra la imagen del día que ilustra este comentario. Pero se le sube a la cabeza como si el líquido elemento tuviera graduación de licor.

Sólo así se entiende que, amén de dedicar a los Jordis la victoria de su equipo, el Manchester City, lo justificara con una explicación de época: "Es un buen momento para dedicarles la victoria. No hay civismo más grande que las ideas. Tanto Omnium como la ANC lo han hecho siempre todo con civismo, expresando sus ideas, de lo que queremos. Actualmente la situación es la que es. Ojalá puedan salir muy pronto porque ahora mismo es un poco como si todos estuviéramos allí, la verdad".

El miccionador de perfume por antonomasia despuebla así la cabeza de algo más que de pelo, para soltar una memez con disfraz de idea que legitima la combinación de ilegalidad golpista y sectarismo xenófobo presentes en el independentismo.

La secesión es violenta siempre, aunque Pep se crea que mea colonia al defenderla

No hay nada de cívico, don Pep, en saltarse la Constitución, despreciar a todo catalán que no comparta el soberanismo, acosar a la oposición y rebelarse contra una legalidad que no es otra cosa que la manifestación jurídica de la convivencia entre distintos y de la democracia.

Guardiola perdió el oremus hace mucho tiempo, al confundir sus deseos con la realidad o al creer, como tantos otros, que sus aspiraciones tiene una jerarquía tan superior como para no necesitar tamizarse por las leyes mundanas ni medirse por las reglas que condicionan a los simples mortales.

Violento y de garrafón

El independentismo es, sobre todo, violento, pues altera las normas de convivencia de manera unilateral y persigue de palabra y obra a cualquiera oveja a su juicio descarriada.

Que el entrenador y exfutbolista no lo vea o, si lo ve, no le importe, acaba con el encanto que un día su figura tuvo y le coloca, también, en la feroz barricada del golpismo, con una cerilla en la mano y dispuesto a prender más fuego en Cataluña.

Si Guardiola es más catalán que demócrata, simplemente no es demócrata. Por mucho que su fascismo se presente envuelto en miraditas de actor, susurros compungidos y un traje de Hugo Boss: meará colonia don Pep, sí; pero es de garrafón.