| 31 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Quim Torra y los cínicos

Una parte de la sociedad catalana miraba para otro lado cuando se insultaba incluso a Serrat o Boadella. Esas complicidades, por acción u omisión, también explican la existencia de Torra.

 

 

“Vaya por dios”, —dicen algunos, echándose teatralmente las manos a la cabeza —“pero cómo es posible, mecachis en la mar, que se haya colado un xenófobo en la Generalitat”. En la moderna y muy progresista Cataluña, pensarán. “Cómo no lo vimos venir”, se lamentan, muy compungidos, los que parecen descubrir ahora las esencias del nacionalismo. Sorpresón.

“Debe pedir perdón por su racismo”, escribe la inefable Ada Colau, la que llama facha a los militares decimonónicos, la que tiene de faldero a Pisarello, que se afanó en tratar que la bandera de España no colgara del balcón durante las fiestas, y la misma, la de las políticas municipales delirantes, inepta y demagoga hasta la nausea, que camela sin tapujos al separatismo.

La sociedad que insulta a Boadella, a Marsé o a Serrat, la que acosa al juez Llarena, ha macerado a fuego lento

“Es una vergüenza lo de este señor que vende odio”, se hace cruces Echenique, mientras su partido va de la mano en Navarra de los palurdos homicidas de Bildu. Podemos, nada menos, la muleta de todos los nacionalismos provincianos habidos y por haber a lo largo del territorio; riéndoles las gracias a Rufián en el Congreso, compadreando con las CUP, reuniéndose con los familiares de los abertzales violentos de Alsasua y simpatizando abiertamente con el etnicismo euskaldún. Ahora se sorprenden. Los que han alimentado el conflicto para poder recoger los restos de la leña que estaban echando al fuego.

El supremacismo

¿De dónde habrá salido Quim Torra?, parecen preguntarse. Como si fuera un espécimen llegado del espacio exterior. No, no se trata de ningún viejo reaccionario vestigio de otra época, así, con esa xenofobia, con ese supremacismo identitario, piensan los jóvenes adoctrinados en el veneno nacionalista, los chicos y chicas de las CUP, de los CDR y de ERC.

 

 

La sociedad del pensamiento totalitario que insulta a Boadella, a Marsé o a Serrat, la que acosa al juez Llarena, ha macerado a fuego lento durante décadas, por omisión o complicidad, de toda la casta política española, tanto partidarios como necesitados de los votos catalanes para gobernar.

Y ahora no se lo explican

Los que negaron y niegan que exista adoctrinamiento en las escuelas, y los que ven normal que se señale a niños por ser hijos de guardias civiles. Azuzando la inquina al diferente o al discrepante. Los de las políticas lingüísticas aniquiladoras del castellano. Los ciudadanos anónimos o con puestín que hablaban de  “presos políticos” y de “choque de trenes” como si el golpe al Estado de Derecho fuera equivalente a la defensa de la Constitución y las libertades civiles; los tontos de carrito que daban credibilidad a la iletrada de todos los dedos rotos o los que denunciaban sin rubor cientos de heridos el 1-O.

Ahora se muestran muy alarmados porque no se explican cómo pasó, de dónde proceden los desvaríos del radical Torra. Váyanse un poquito a la mierda.