| 23 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Cualquier protesta contra quienes amenazan la identidad europea encuentra gentes empeñadas en su boicot.
Cualquier protesta contra quienes amenazan la identidad europea encuentra gentes empeñadas en su boicot.

Escoria política

| Eduardo Arroyo Opinión

No es nada difícil discernir cual es el verdadero sentido de lo que se llama “izquierdas”, o mejor, “las izquierdas” para complacer a Gustavo Bueno. Según Bueno, existen varios tipos de “izquierda” irreductibles entre sí, que él clasifica en distintas categorías. Naturalmente, Gustavo Bueno fundamenta lo que dice y sabe de lo que dice. Otra cosa es que no siempre acierte.

Los hechos van revelando que lo que se denomina “izquierdas” no son si no la expresión de diferentes grados de la misma enfermedad: el nihilismo. No podía ser de otro modo. Sin nada que contravenga la voluntad del hombre, nada trascendente, éste se vuelve arrogante en la medida en que a nada obedece ni a nada se somete. Paralelamente, crece su odio por todo aquello que le obliga a compromisos o a ceder un ápice de su soberanía en pos de algo externo.

Este es el sentido de todas las “revoluciones” que han sacudido Occidente desde al menos trescientos años, gestadas siempre a la sombra de una supuesta “emancipación”. Sin embargo la naturaleza humana es muy diferente y no está hecha para campar por sus respetos; de ahí que el “progresismo” esté abocado primero al odio, después a la tontería y, por último, a un estado de necedad, locura y crimen a partes iguales. Caos, a fin de cuentas, que es el destino final de la tradición nihilista.

Hay un denominador común entre multitud de actitudes que desde fuera se perciben muy bien en el sentido antes expresado: necedad, locura y crimen a partes iguales

Hay un denominador común entre multitud de actitudes que desde fuera se perciben muy bien en el sentido antes expresado: necedad, locura y crimen a partes iguales. Desde las ocurrencias estúpidas de Manuela Carmena hasta la profanación de un cementerio por las macizas subnormales de FEMEN; desde la concesión de un doctorado honoris causa a un criminal de guerra en la Universidad Autónoma de Madrid hasta el rencor guerracivilista de la Memoria Histórica; desde la política garbancera y simiesca de los concejales o alcaldes de Podemos hasta la hipocresía filoetarra y paracriminal de Uxue Barkos o las payasadas hueras -a lo prensa rosa- de un periodista como Antonio Baños, todo esto tiene como motor esencial el nihilismo. En estos actos no se afirma nada verdaderamente constructivo, pero sí, en palabras de Heidegger, “la sospecha insidiosa contra todo lo que es libre y creador”.

Por supuesto, la locura está destinada a crecer hasta abominar la desolación y quizás sea esto, su dimensión apocalíptica, lo que da tintes de seriedad a algo que no pasaría de un simple trastorno ocasionado por empacho de ideología progresista. De entre toda esta basura es sin duda la que vive en el pueblo alemán la que provoca más náusea.

Su estado de demencia es tal que hace su patología extensible al contexto general de la República Federal Alemana, uno de los países más envidiados en lo económico pero más envilecidos en lo moral por sus gobernantes. En una de sus últimas campañas, y al amparo de la polivalente y socorrida etiqueta -socorrida para todos los idiotas del mundo, claro- del “antifascismo”, se corean por las calles de Alemania eslóganes tan edificantes como: “Por la violación obligatoria de alemanes autóctonos”, “Seguimos amando el genocidio del pueblo alemán”, “Por la destrucción de los genotipos (Erbgute) alemanes puros”.

Tanta neurona es puesta en acción por un grupo denominado “Anti Deutsch”, que elabora panfletos con estas ideas y cuyo toque personal radica en su apoyo incondicional al Estado de Israel y a los EEUU, al tiempo que promueve el odio a Alemania. Otro grupo -”Antifaschistische Aktion”- divulga pegatinas en las que se lee “Descansa en el infierno, Alemania” o “Nunca más Alemania”. Pero el colmo de toda la escoria humana de la posguerra debe buscarse también en Alemania donde, junto a fotografías que muestran la bandera israelí y otras con la hoz y el martillo, se exhiben pancartas donde aparece “todo lo bueno viene de arriba”, en alusión a los bombardeos de población civil de la ciudad de Dresde. Una búsqueda simplemente superficial por medios digitales muestra manifestaciones al grito de “Amamos el genocidio”, “Ningún amor por Alemania”, “Abortos contra Alemania” o “Ninguna nación, ninguna frontera”.

Merece la pena remarcar que toda esta exhibición de odio, cretinismo y trastorno psiquiátrico tiene lugar al amparo de una “libertad de expresión” que en ese país se niega a cualquiera que exhiba el mínimo atisbo de duda sobre cuestiones históricas, que deberían quedar para círculos académicos.

Recuerdo haber leído, en la biografía apasionante de Napoleón Bonaparte que escribiera Stefan Zweig que, al desertar los bávaros de las banderas napoleónicas, G. W. F. Hegel sentenció que jamás pueblo alguno se había comportado con semejante bajeza. Eso lo decía, naturalmente, porque ni siquiera sospechaba lo que iba a pasar en su propio país doscientos años después.

A este respecto, resulta muy jugosa la metapolítica del “Katejón”, que tanto gusta al maestro Alberto Buela. Pero viendo el panorama del “progresismo” planetario y la alternativa liberal, no nos cabe duda de que el citado “Katejón” ha dejado de cumplir con la misión que la Providencia le tenía reservada.