| 19 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Nacionalismos paralelos

En España estamos tan ocupados con el desafío independentista que el paso a la segunda parte del Brexit, en que se discutirá la futura relación del Reino Unido ya fuera de la Unión Europea, está pasando desapercibido. Y no debería, pues resulta interesante resaltar las diferencias y los paralelismos que existen entre Cataluña y Reino Unido.

Tan poco avanzado y tan poco consenso existe en torno a los detalles de la primera fase, sobre todo en relación a los derechos de los ciudadanos comunitarios que queden en suelo británico, que el Parlamento Europeo se ha mostrado más que reticente a pasar a la segunda fase, en la que se discuten también aspectos tan serios como el de la seguridad y la competencia desleal. La Unión quiere evitar a toda costa que, para atraer capitales, Reino Unido se convierta en un nuevo paraíso fiscal.

Comencemos con las diferencias. En primer lugar, Reino Unido es realmente un país independiente y entró en el club europeo de modo voluntario, mientras que Cataluña nunca ha gozado de estatus independiente y es claramente una región española. En segundo lugar, las reglas de dicho club, no así las españolas (al igual que virtualmente todos los países del mundo, pues raro es el país que ve con alegría como se desgaja parte de su territorio), permiten igualmente su abandono. El artículo 50 del Tratado de la Unión Europea recoge la claúsula de abandono, si bien el poco desarrollo normativo de este último extremo demuestra que la voluntad de los fundadores de la Unión era la permanencia de los socios y no que entraran y salieran a su antojo. En tercer lugar, el referendum del Brexit fue legal y con todas las garantías, haciendo campaña los defensores de ambas posiciones enfrentadas, y no un monólogo circense.

Quizá se podría haber evitado llegar a este punto si el artículo 50 hubiera contemplado la obligación de una votación en el estado que pretende salir, en la que se exigiera una doble mayoría cualificada, tanto del censo como de votos. Un 50,01% nunca logrará la sensación de legitimidad que, pongamos, un 60% hubiera dado. Incluso para la tampoco correcta independencia de Kosovo, que España y varos países europeos más no reconocen, se exigió al menos un 55% de los votos.

Los paralelismos evidencian las contradicciones de los nacionalismos y la búsqueda constante de formar su identidad en oposición a "el otro", que convierten en culpable de sus males. Los defensores de la salida del Reino Unido, con un siempre polémico y sonriente imitador del Joker que es Nigel Farage, ponían el énfasis en la inmigración y en las políticas de la UE, que coartaban su desarrollo y dificultaban el acceso al empleo a los locales. Con estudios económicos sesgados y perspectivas económicas poco realistas, que no tenían en cuenta los costes de una ruptura contenciosa,pretendían que sus resultados económicos en solitario serían tales que tendrían superávit; los inversores se pelearían por venir. El empleo mejoraría también y podrían ejercer un mejor control de la inmigración.

Si bien los partidarios del no advirtieron que estas previsiones no eran realistas, ganó el sí por un ajustado margen y, ese mismo día, se dispararon en google las consultas sobre las consecuencias del Brexit. Más de un votante del sí descubrió con horror que las cosas, lejos de mejorar, ofrecían perspectivas poco halagüeñas; y demasiados potenciales votantes del no, que no habían acudido a votar, se dieron cuenta de lo que su desinterés había permitido. Como dato curioso, el sí triunfó en las zonas más rurales y menos cosmopolitas, es decir, aquellas que estaban menos expuestas a los males que pretendían combatir y que además recibían más ayudas de la UE, como el caso de Cornualles.

La realidad es que, nada más vencer el sí, comenzó un periodo de incertidumbre en que se fueron destapando todas las mentiras que lo habían hecho posible. Las grandes empresas, igual les suena, activaron los planes de contingencia que tenían preparados para trasladar sus sedes a otras capitales europeas o, como poco, paralizaron nuevas inversiones. Si las empresas se van, el empleo se resiente. Además, Reino Unido tiene un particular problema con los residentes comunitarios, muchos de ellos con una alta formación y que son indispensables en sectores clave como la sanidad, donde no hay suficientes locales para satisfacer la demanda. Es decir, la inmigración no quitaba trabajo a los locales.

Los partidarios del sí obviaron los beneficios que pertenecer al mercado único les ofrecía y aspiraban a una salida que les permitiría seguir contando con todas las ventajas de estar dentro y ninguna de las obligaciones; entre otras, tener acceso al mercado europeo, pero impedir la libre circulación de trabajadores, que es un pilar fundamental de la Unión. Este es uno de los caballos de batalla que hay que resolver. De momento, Theresa May pide más tiempo y parece haber abandonado la opción del Brexit más duro, consciente de la posición de debilidad británica ante una UE que no está dispuesta a ceder a ningún chantaje.

(*) Politólogo y graduado en derecho