| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Sagunto, casus belli

Aníbal decidió cumplir sus amenazas y atacó Sagunto en el 219 a. C. La ciudad confiaba en la protección de Roma en caso de ataque y se aprestó a resistir.

Roma y Cartago, las dos principales potencias del Mediterráneo occidental, se enfrentaron en la I Guerra Púnica (264-241 a. C.). La contienda fue muy larga y costosa para ambos bandos, pero finalmente triunfaron las armas romanas.

La derrota implicó para Cartago durísimas consecuencias: perdió el control de la isla de Sicilia y se le impusieron fuertes reparaciones de guerra. La floreciente Cartago se hallaba arruinada. Incapaz de pagar a sus ejércitos, compuestos mayoritariamente por mercenarios, estalló una importante rebelión interna (Guerra de los Mercenarios, 241-238 a. C.), que a punto estuvo de significar su ruina definitiva. La ayuda romana a los rebeldes de Córcega y Cerdeña provocó la pérdida de ambos territorios, por lo que se agravaban para Cartago las consecuencias derivadas de su derrota militar.

La dirección política de Amílcar Barca resultó trascendental para superar esta crisis. Privado de sus tradicionales fuentes de recursos y levas de mercenarios, necesitaba imperiosamente un nuevo espacio colonial para compensar su retroceso y sobre todo, reequilibrar su economía y pagar las indemnizaciones a Roma (3.300 talentos). Amílcar encontró en la península ibérica todas estas condiciones: riquezas mineras, agrícolas y humanas y estaba lo bastante alejada como para no despertar los inmediatos recelos y oposición de Roma.

La presencia cartaginesa comenzó con el desembarco en Cádiz en el 231 a. C. y la fundación de la primera ciudad púnica, Akra Leuké (¿Alicante?). Amílcar murió durante el asedio de la ciudad de Heliké (¿Elche?) y recogió el testigo su yerno Asdrúbal. Este, por el contrario, explotó la vía diplomática para consolidar y continuar la expansión territorial. Los pactos que logró suscribir con las poblaciones indígenas ofrecieron resultados muy positivos. La posterior fundación de Qart Hadasht (Cartagena) evidenció las intenciones de los cartagineses de permanecer en el territorio y administrarlos desde una capital organizada para garantizar su explotación.

La expansión cartaginesa y sus rápidos logros despertaron las suspicacias de Roma, que decidió enviar observadores para valorar los movimientos cartagineses. Estos alertaron sobre su rápido enriquecimiento: ahora controlaban un territorio productivo más extenso que Cerdeña y Sicilia juntas. Un poder que podría volverse algún día en contra de Roma, por lo que se decidió limitar preventivamente la expansión púnica en la península. Tras las negociaciones se fijó dicho límite en el río Íber/Hiberius, tradicionalmente identificado con el Ebro, aunque también se han formulado otras hipótesis, como el Segura o el Júcar. A pesar de todo, por el momento fue un logro diplomático favorable a Asdrúbal, que veía reconocida por Roma sus conquistas y obtenía seguridad internacional.

La muerte de Asdrúbal (221 a. C.) implicó un nuevo cambio de rumbo político, al asumir el mando de los asuntos hispanos el hijo de Amílcar, el famoso Aníbal Barca. Este emprendió una política belicista y se interesó especialmente por el control de los territorios mediterráneos. Las demostraciones de fuerza en el interior peninsular inquietaron a los saguntinos, por lo que es bastante posible que encaminasen entonces sus alianzas hacia Roma. Y lo más importante, existen dudas de si realmente Sagunto estaba efectivamente dentro del área cartaginesa reconocida por Roma o no. O tal vez se situase en una zona intermedia que pudiera favorecer las diferencias de interpretación del límite.

Al parecer, la chispa que encendió el conflicto fue una pequeña y habitual disputa entre comunidades indígenas vecinas. Los turboletas, situados en la actual provincia de Teruel y principales competidores de los saguntinos, sufrieron ataques y presiones por parte de estos. Decidieron invocar la ayuda de Aníbal, que exhortó a Sagunto a deponer su actitud. Sin embargo, sus reclamaciones primero, y amenazas después, fueron ignoradas o contestadas abiertamente.

Aníbal no estaba dispuesto a que le desafiasen con impunidad y sobre todo, permitir la injerencia romana, puesto que el caso saguntino podía ser imitado por otras comunidades indígenas: aliarse con Roma para contestar el poder cartaginés. En cualquier caso, Aníbal decidió cumplir sus amenazas y atacó Sagunto en el 219 a. C. La ciudad confiaba en la protección de Roma en caso de ataque y se aprestó a resistir. En medio de una rápida escala de tensión internacional, los saguntinos resistieron el cerco nada menos que durante 8 meses, pero sus aliados no se presentaron. Aníbal impuso a Sagunto un castigo ejemplar que sirviera como advertencia. La población fue destruida y saqueada con crueldad: tan solo ordenó respetar el templo de Diana, uno de cuyos antiquísimos muros todavía pervive en el municipio y cuya fotografía ilustra este artículo.

Tras la toma de Sagunto, Roma, argumentando la violación de los tratados, envió un ultimátum que Aníbal rechazó. Este se hallaba bien preparado para la guerra que iba a comenzar, en la que de nuevo ambas potencias volvieron a enfrentarse. Para Roma, Sagunto no fue más que un pretexto, el casus belli que justificó la guerra, a la vez que sirvió para divulgar una imagen de sí mismos de fidelidad, compromiso jurídico y política defensiva frente a la agresiva Cartago. Es decir, un peón sacrificado para hacer la guerra bajo su conveniencia, pero la partida fue mucho más dura de lo que jamás pudieron imaginar.

 

 

*Doctor en Historia-UV.  Dottore di ricerca-UniCa