| 04 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, llegando este viernes a La Moncloa
La vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, llegando este viernes a La Moncloa

Las claves del nuevo Ejecutivo: Soraya ‘mandará’ más que nunca

| Antonio R. Naranjo España

Pese a las críticas al supuesto continuismo en el Gobierno de Rajoy, una afirmación cuando menos osada con las cifras en la mano (seis de los trece ministros son caras nuevas), la composición de su Gabinete ha sido el penúltimo paso de una estrategia bien afinada en la que nada se ha hecho sin tener en cuenta el futuro al corto, medio y largo plazo del Ejecutivo, de su grupo parlamentario y del propio PP.

Aunque en algunos medios, políticos y periodísticos, se ha querido presentar el ‘ascenso’ del ministro de Educación a la portavocía del Consejo de Ministros como una especie de ‘derrota’ de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría; lo que ha ocurrido y su explicación apuntan justo en el sentido contrario: la vallisoletana ha dado un paso más para consagrarse como la mujer más poderosa de España y otro para mantener intactas, sin prisas, sus aspiraciones sucesorias.

Aunque para algunos perder el Telediario de los viernes, esa comparecencia fija tras el Consejo de Ministros en la que conectan todos los medios de España y concede una gran visibilidad, sea un síntoma de cierta pérdida de poder; tanto para Rajoy cuanto para Sáenz de Santamaría es en realidad una cuidada manera de proteger a la vicepresidenta.

De entrada, se libera de un ímprobo trabajo que ocupa el tiempo de Soraya y de su equipo durante media semana. Y, de salida, se libra del enorme desgaste que cualquier portavoz tendría en una legislatura tan convulsa como la que acaba de comenzar: en minoría, con un socio exigente y unos partidos en la oposición haciendo méritos constantes para parecer más duros y exigentes que el resto de los inquilinos de las bancadas enfrentadas al Ejecutivo.

Así que, lejos de haber sido un disgusto para Sáenz de Santamaría, ha sido un alivio probablemente pactado que tiene otro efecto positivo: su imagen no se resentirá y su influencia política, al contrario, crecerá.

No sólo por haber mantenido el control del CNI, una pieza codiciada por otros ministerios no muy difíciles de identificar, sino porque añade a la vicepresidencia la cartera de Administraciones Territoriales, crucial para apaciguar el desafío secesionista pero, también, para mejorar su red de contactos y su ascendencia autonómica dentro del propio PP; tal vez el flanco más endeble de Soraya Sáenz de Santamaría a juicio de quienes siempre la señalan como alguien decisivo en el Gobierno pero menos influyente en el partido.

Más pretorianos para la "vice"

Y no es menor el número de ministros de enorme cercanía: a Montoro y Báñez se le añade ahora Álvaro Nadal e incluso el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, que cuenta con todas la bendiciones de la vicepresidencia.
Su presencia en la toma de posesión de María Dolores de Cospedal, señalada siempre como su némesis a efectos de influencia y ambición, deshace además esa leyenda urbana –a medias cierta, a medias ficción- de un enfrentamiento irreconciliable entre ambas: ambas son conscientes de que toda apariencia de pulso las debilita a ambas y es incompatible con la magnitud del trabajo que el Ejecutivo tiene que atender.

Además, Cospedal ha cogido una cartera muy importante, suma en Interior a alguien de su más estricta confianza y va a tener que preparar el próximo Congreso Nacional del PP, una tarea de mayor enjundia de lo que se piensa que la llevará tiempo y consumirá energías: especialmente si mantiene su deseo de proseguir en el cargo después del cónclave, algo que hace nada parecía improbable y hoy parece más que posible.

Si Cospedal quiere seguir en la secretaría general de verdad, se antoja complicado ver a Rajoy haciendo de ello un problema y es más factible que lo apruebe sin problemas. Aunque todo está abierto, en estos momentos. La propia Soraya Sáenz de Santamaría no tiene en su agenda, tampoco, poner trabas a ese deseo si se termina concretando.