| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Humor y discapacidad: "Casi me pongo de pie"

Hoy no hay censura oficial, pero la censura existe; en muchas ocasiones disfrazada de autocensura. Eso tan recurrente del “por si acaso”.

¿Dónde están los límites del humor?

Vivimos en una sociedad donde lo que prima es lo políticamente correcto y parece cada vez más difícil salirse de ese esquema. Nos estamos acostumbrando con demasiada facilidad a que a alguien le puedan llevar a los tribunales por hacer los mismos chistes sobre Carrero Blanco que todos contábamos hace cuarenta años, sentar en el banquillo por un sketch sobre el Valle de los Caídos como ocurrió con el El intermedio o acusar de injurias a El jueves, esa satírica revista de muy mala leche con la que tantos hemos crecido.

Son estos, y otros casos en diferentes ámbitos (músicos, titiriteros, actores, etc.), episodios graves y excesivos de que al humor muchos le quieren poner límites. También es un síntoma claro de retroceso, de que algo no está funcionando como debiera. Hoy no hay censura oficial, pero la censura existe; en muchas ocasiones disfrazada de autocensura. Eso tan recurrente del “por si acaso”.

Luego está el reproche de calle, el que se vive de modo particular y en los ambientes más cotidianos que, sin llegar a aquellos extremos, también generan polémica, muchas veces intensa, y, en ocasiones, incluso rechazo social.

Hoy existen muchos colectivos y la sensibilidad parece estar a flor de piel. Yo aquí quiero poner el acento en el humor sobre o de personas con discapacidad, que al fin y al cabo es de lo que se ocupa esta columna de opinión. ¿Cómo se acepta por parte de las propias personas discapacitadas?

Aun admitiendo que haya quienes se molesten siempre he pensado que es necesario no exagerar ni hacernos los ofendidos. Para bien o para mal que alguien resbale en la calle con una piel de plátano siempre va a hacer que los demás se partan de risa. Pero, ¿y si quien se cae es una persona con discapacidad? ¿provoca la misma risa?

Hacer broma sobre una situación o una característica no siempre es lo mismo que reírse de alguien. Demasiadas veces la risa y la ofensa se confunden. Por eso casi siempre el mejor humor, y el más sano, es el que nace de uno mismo.

Me viene a la cabeza el campeón paralímpico de natación Xavi Torres, a quién desde su nacimiento le faltan las cuatro extremidades, cuando dice: “es una forma de normalizar la discapacidad. Es importante que seamos nosotros los que hablemos de ella de una forma relativa. El conocimiento lleva a la normalización y es lo que veo que sucede cuando publico ciertas cosas".

Estos son dos ejemplos de la relatividad con que él se enfrenta a su propia realidad:

 

También la campeona paralímpica Teresa Perales saca a pasear de vez en cuando su vena más sarcástica:

 

O Juan Manuel Montilla, el músico y actor apodado El Langui, ganador de dos Goya, que nunca muestra reparos en ironizar sobre sí mismo en muchas entrevistas y sobre todo en sus monólogos, como este en el que decía: "Me caí del pico de la cigüeña, caí en el Ikea y me ensamblaron mal".

Ejemplos de gente popular que hace chistes de sus propias discapacidades hay muchos, esas supuestas limitaciones que jamás les impidió alcanzar grandes logros; y yo creo que está bien. Nada hay más liberador que reírse de uno mismo. Bien conocido, y mil veces reproducido en memes de todo tipo, fue el tweet que le envió Pablo Iglesias a Pablo Echenique, utilizando una imagen icónica de Heidi y Clara, los personajes animados de la serie de televisión. Sabido es el modo campechano con que recibe el miembro de Podemos este tipo de gracias:

 

O aquel chiste de David Broncano en su programa de televisión; "si se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, imagínate a Echenique... ya es imposible, es imposible". A lo que el político de Podemos respondió: “No sé si se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, pero mi silla va a 13km/h. RESPECT".

Por cierto, que tanto ese dicho popular “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo” como el de “quién se junta con un cojo, al año cojo y medio” siempre me han parecido de un mal gusto tremendo. La sabiduría popular nunca tuvo reparos en mofarse del diferente si le servía para componer el argumento.

Todo lo referido son personajes que hacen sátiras de sus propias limitaciones o que aceptan las que otros le lanzan con la normalidad de la tolerancia como pauta. No todos lo entienden, pero forma parte de su propia libertad reírse de sí mismos. Más complicado es cuando la chanza la hace alguien que no vive esa realidad, dirigiéndose además a la generalidad del colectivo. 

Por mi parte reconozco que no tengo una opinión definida y clara al respecto, quiero creer que el único límite debe de ser el de no agredir la dignidad de las personas, y eso solo ocurre cuando se hacen con mala fe, con la intención de buscar la risa mofándose de modo hiriente de las características físicas o psíquicas de la gente.

Todos hemos escuchado alguna vez ese tipo de chistes ofensivos. Me vienen a la cabeza los de Arévalo y otros humoristas de una trasnochada época sobre “gangosos” o “tontitos (obviando aquí los de “mariquitas”), salidos de aquellas rancias cintas de gasolinera y ciertos programas de televisión; sin duda que la mayoría cruzaron la línea del respeto y la decencia, no solo por lo que contaban sino también por el modo hiriente en que se contaban. Este, creo, que es uno de esos topes que no se deben de traspasar. Justo en el lado, casi educativo y genial, donde estaría la propia película “Campeones”.

Quizás se puedan admitir sarcasmos e ironías, pero nunca burlas.

Por lo demás, Imagino que todo depende del prisma con el que cada cual se mire en el espejo cada mañana. La propia sensibilidad a la hora de aceptarlo y aceptarse. Todo es bien respetable.

Lo que sí sé es que el del humor es el sexto sentido que poseemos, el que sobre todo nos abre a lo más brillante de la vida.

 

*Autor de Sueños de Escayola.