| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Catwoman, una película de terror

Ada Colau ha destrozado Barcelona en dos años. Aunque urge una moción de censura que técnicamente es factible, nunca llegará. Sólo el 21D puede empezar a arreglar su estropicio.

| Antonio R. Naranjo Opinión

Si en la política primaran valores como la decencia, la honestidad, el respeto al ciudadano, la integridad yel simple sentido común; Ada Colau debería haber dimitido voluntariamente tras protagonizar en los últimos días dos comportamientos incompatibles con el puesto de alcalde de la segunda ciudad de España.

De un lado rompió unilateralmente un Gobierno de por sí débil, expulsando al PSC por razones ajenas a la gestión municipal y relativas a su respeto a la Constitución. Y, de otro, acabó con las opciones de la Ciudad Condal de lograr la Agencia Europea del Medicamento (EME en su acrónimo inglés), una institución que hubiera generado en en el entorno miles de puestos de trabajo, inversiones y una gran imagen internacional de quien no hace tanto la tenía.

Es decir, Colau ha hecho lo contrario de lo exigible-legal y políticamente- a un cargo público: respetar y hacer respetar la Constitución que a él mismo le reconoce su estatus y dejarse todas las energías en lograr avances en el bienestar de los ciudadanos.

Pero la alcaldesa ha hecho justo lo contrario, arrastrando la marca Barcelona por el lodo e hipotecando la estabilidad del Consistorio, que deberá gobernar en un clima diabólico con sólo 11 de los 41 concejales de la Corporación. Es el clímax de una gestión sectaria, muy parecida a la de su homóloga Carmena en Madrid, que se ha vendido sin embargo como una 'nueva política' sustentada en frases grandilocuentes y fuegos artificiales inanes, aplaudidos con un sonrojante seguidismo desde demasiados altavoces mediáticos.

Como si el histórico adelanto de Madrid capital sobre Madrid región en desempleo o la escandalosa reducción de reservas hoteleras en Barcelona no tuvieran importancia y no definieran mejor la gestión real de ambas damas que sus reiteradas soflamas buenistas destinadas, exclusivamente, a autohomenajearse.

 

Lo que mide a un político es lo que hace y no los valores que proclama. Colau y Carmena, por eso, son un desastre

 

Porque lo que juzga la labor de cualquier político no es lo que dice, sino lo que hace y consigue, y en ese sentido el balance de Colau es escalofriante: de Barcelona han huído turistas y empresarios, el comercio ha perdido un tercio de su clientela, las inversiones están paralizadas y el mercado laboral en retroceso. Además, su propio discurso ha contribuido a dividir en dos bandos a una sociedad acostumbrada a convivir, optando claramente por aquel que se posiciona en una cruzada imposible e ilegal como el separatismo.

Ni los más devotos de la alcaldesa de Barcelona pueden negar ese balance, al que hay que añadir la crueldad del terrorismo fundamentalista, cuya terrible irrupción no es achacable a nadie, obviamente. Pero sí su gestión previa y posterior: esa inestabilidad generada por Colau y la mitad de la clase política catalana sí incentiva al yihadismo, que procura golpear allá donde las consecuencias son peores.

El papelón

Y la sonrojante utilización de los Mossos como parte del 'procés' también ayuda a entender su clamorosa inepcia, tapada con medallas injustificadas para camuflar el papelón de sus jefes políticos, en el control preventivo de células tan aparatosas como la que hizo explotar un chalé  lleno de terroristas sin que nadie lo relacionara con el radicalismo.

¿En qué andaban Trapero y compañía para no ver a un montón de moros escondidos en una casa bien visible acumulando hasta 106 bombonas de butano? Que pese a eso Colau haya votado con PdeCat y ERC una nefanda moción echándole la culpa a Rajoy del atentado por  el pasado como confidente del CNI del imán de Ripoll, lo dice todo de su escala de valores.

La alcaldesa condal, pese a todo ello, no va a dimitir y sostendrá su inefable discurso para intentar trasladar al conjunto de Cataluña -y más adelante de España- la posición de influencia que tiene en Barcelona. Y una moción de censura para desalojarla es tan necesaria y viable aritméticamente como imposible políticamente: el fraccionamiento del Ayuntamiento barcelonés dificulta al máximo la composición de una alternativa, por urgente que sea.

Y si eso va a prolongar el triste reinado de una alcaldesa horrible, también sirve para entender el tremendo paisaje político catalán, tan dividido y enfrentado como para permitir que dirigentes tan frívolos como Colau o partidos tan lamentables como la CUP tengan, sin embargo, una cuota de poder tan grande. Quizá el 21D, si los catalanes aceptan mayoritariamente lo que pueden ver con sus propios ojos, eso pueda empezar a cambiar y ese pavoroso icono del nacionalpopulismo tenga que volver a las calles a apatrullarlas disfrazada de catwoman. Aunque ya sabemos que los gatos tienen siete vidas y no se marchan ni con agua caliente.