| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La imagen simbólica de la Justicia (Pixabay)
La imagen simbólica de la Justicia (Pixabay)

Contra la corrupción, pero con garantías

La democracia y el Estado de Derecho tienen procedimientos y son imprescindibles e innegociables para garantizar su eficacia. Entre la impunidad y el linchamiento está lo correcto: la ley.

| ESD Opinión

 

 

Aunque ni las cifras conviertan en un fenómeno privativo de España la corrupción política (tal y como evidencia la estadística oficial de la Fiscalía General del Estado) ni, en ningún caso, sea cierta la extendida idea de que sus responsables tienen impunidad (como demuestran las detenciones o enjuiciamientos en el PP, PSOE, la vieja CiU o hasta la Casa Real); se ha apoderado la idea contraria de una buena parte de la opinión pública, convencida de que España ha sido saqueada sistemáticamente y de que los responsables del latrocinio han podido y pueden hacerlo sin pagar precio alguno al respecto.

En España no hay impunidad ni la corrupción lo empapa todo. Esa idea es tan peligrosa como lo sería la impunidad

Son dos ideas falsas, pero además peligrosas, pues sitúan artificialmente a España en un estado de excepcionalidad que necesita una intervención urgente y sin miramientos de todos aquellos que, al parecer, están elegidos para regenerar la democracia aunque sea acortando los plazos y los procedimientos que ésta tiene para lograr tan loable objetivo.

Que ése sea el lenguaje de Podemos hace aún más incomprensible que una idea tan perversa esté cerca de ser la dominante, formulada de distintas maneras para coronar esa cima de descrédito de casi todo necesaria para el advenimiento de los salvadores. Primero se desarrolló a través de una burda separación en castas de una sociedad compleja en la que nada es tan blanco ni tan negro. Después se intentó demoler la Transición, ese modélico salto de la dictadura a la democracia que ha garantizó el mayor espacio de convivencia, progreso y libertades de la historia de España.

Y cuando ambos mensajes no calaron lo suficiente como para lograr el respaldo mayoritario de los votantes, se pasó a una causa general contra los actores políticos rivales para dar la idea de que el sistema en su conjunto, con su organización institucional, sufre un cáncer terminal que hay que extirpar como sea.

Las generalizaciones siempre son injustas y perversas, pero además son inútiles a efectos de solventar problemas mayúsculos como sin duda lo es la corrupción. Tal vez porque no se trata tanto de frenarla como, paradójicamente, de que parezca que es imparable y desde ahí medrar con un discurso destructivo.

"La corrupción no se combate con linchamientos ni con causas generales ni desdibujando el papel de cada actor del Estado de Derecho, sino todo lo contrario: la única manera de ser eficaces es defendiendo y aplicando los procedimientos"

 

Apelar y recordar las garantías y procedimientos de un Estado de Derecho digno de tal nombre no es un acto de blandenguería ni, mucho menos, una invitación a la impunidad o un ejercicio de complicidad con los delincuentes. En realidad, es la única manera de lograr el objetivo de aislar a los corruptos y ponerles en el sitio penal que los corresponda sin demoler el sólido edificio democrático que sostiene a España.

La separación de poderes, la presunción de inocencia, la independencia judicial, la especialización de los Cuerpos de Seguridad y el inevitable tiempo que conlleva el desarrollo correcto de la función encomendada a cada actor del Estado de Derecho no pueden ser sometidos a las prisas, las urgencias y los intereses de nadie; y mucho menos pueden invertirse los roles de cada uno de ellos para traducir, con más rapidez, las supuestas ansias de justicia del pueblo: la verdadera Justicia nunca es un auto de fe, no consiste en saciar la sed de sangre de nadie ni empieza por el sometimiento de cualquiera a la terrible pena de Telediario.

Pero la guerra de fiscales, las filtraciones constantes de secretos sumariales, las interpretaciones jurídicas de los informes policiales y la alarmante sensación de que se quiere invertir el designio ciudadano a través de su voto denotan un deterioro del espacio democrático en el que parece que todos, cada uno desde su función, han de garantizar y acelerar como sea el linchamiento que supuestame exige el pueblo para que los malos no se escapen.

Respetar los procedimientos no es complicidad con los corruptos, sino la forma de garantizar que no se hunda con ellos el edificio democrático

La mejor manera de ofenderse y evitar los repugnantes casos de corrupción que golpean la conciencia colectiva y evidentemente dañan la reputación global de la clase política es impedir que se presenten como una causa general irresoluble o que desdibujen la crucial misión encomendada a cada uno de los pilares de una democracia decente.

El extraño episodio contra Cristina Cifuentes debería irritarnos tanto como la supuesta colaboración institucional con Ignacio González, con una salvedad: lo primero sí ha pasado, con el propio juez teniendo que intervenir para contener la lapidación de la presidenta de la Comunidad de Madrid; mientras que lo segundo no ha sucedido y el presunto responsable de tantas indecencias lleva casi un mes en prisión preventiva. Decir esto no sólo es compatible con intuir la magnitud del escándalo de financiación popular en Madrid, sino que es mejor manera de ponerla en su sitio aunque ello no le valga a algún partido para obtener el rédito que sólo es digno si procede de las urnas.

Ni hay impunidad en España ni la corrupción es peor que en tantos otros de nuestro entorno, y cuando se sospeche que algo de ambos fenómenos pudiera estar sucediendo, hay recortes y recursos suficientes para evitarlo sin demoler un edificio que ha costado tanto levantar. En el viaje de librar una cruzada contra esa lacra, necesaria con los procedimientos oportunos, sí parece percibirse una degradación general de los métodos que debiera ser advertida por todos los que, de verdad, estén honestamente preocupados por el fenómeno y no busquen otra cosa que su eliminación.