| 23 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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De árbitros y pirotecnia

Cuando alguien se dé cuenta de que los equipos solo protestan respecto a sus arbitrajes cuando no juegan ni un pimiento, lo que puede explotar es otra cosa y no solo los petardos de sus quejas.

| Redacción deportes Deportes

Hace unos pocos días, el 2 de mayo, se cumplieron 100 años del primer gran escándalo arbitral del fútbol español: fue en la final de la Copa de 1920, que enfrentó a Athletic y Barcelona en El Molinón y que ganaron los segundos 0-2. Los del Botxo se sintieron ultrajados por el arbitraje de Enrique Bertrán de Lis, que entre otras cosas anuló un gol de penalti al equipo rojiblanco con 0-0 en el marcador porque dos de sus jugadores entraron antes del lanzamiento en el área rival.

El trencilla señaló… falta a favor del Barcelona, en vez de ordenar repetir la pena máxima. El error fue tan grosero, tan grave, que Bertrán de Lis se retiró del arbitraje (y de la presidencia del Comité de Árbitros que ostentaba) inmediatamente: el trencilla, madrileño, había sido curiosamente portero del Real Madrid en el pasado. Y benefició al Barcelona. The Tinglao, que dicen en Twitter.

Desde aquel escándalo, y seguro que antes de él también, ha habido árbitros de todos los colores y condiciones, con sus aciertos y sus fallos, sus almohadillazos y su invisibilidad, que es lo que pasa cuando un árbitro pita bien, que nadie se acuerda. Pero estuvieron el abuelo de Iturralde en aquel Valencia-Atlético, el propio Iturralde, García de Loza, Guruceta, Gracia Redondo, Díaz Vega, Medina Cantalejo… La lista, y eso que es sólo nacional, es eterna.

Y  si añadimos a los Puhl, Bambridge, Al-Ghandour y el resto de la tropa extranjera les lleno el internet de nombres y no cabe nada más, incluso sin meter la lista de Mourinho, los Ovrebo, De Bleeckere, Bussaca o Stark.

Pero los árbitros han pasado de ser entes independientes que iban a fastidar al equipo que les caía mal a poco menos que sicarios de una organización maquiavélica destinada a rehacer el orden deportivo mundial. Y no, no son ni remotamente eso. En la era del lloriqueo, donde aparentar ser una plañidera tras una falta en el centro del campo que no era o un saque de banda mal señalado es signo de virilidad y de ponelnombredetuequipo-ismo, los árbitros se han convertido en distribuidores de pirotecnia, los fuegos de artificio empleados por los dirigentes de los clubes y su Prensa afín para hacer ruido y que nadie se dé cuenta de que sus equipos, ¡ay!, no juegan ni un pimiento, que es lo que suele pasar para que no ganen.

Como los aficionados se den cuenta de que el problema está en el campo y en las excusas, lo que puede explotar es otra cosa. Y no precisamente petardos. Por mi parte, prefiero seguir la regla de Ron Atkinson, ex entrenador entre otros del Atlético y del United: “Nunca hablo de los árbitros y no voy a romper un hábito de toda la vida por este imbécil (Prat, en inglés)”. Elegancia inglesa contra los chisporroteos del todo a cien.