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Reducir, atraer y enderezar a la que va errada: las arrepentidas

Al igual que las mancebías públicas, las Casas de Arrepentidas, instituciones de recogida de las mujeres pecadoras, representan uno de los espacios presentes en las diferentes ciudades

| Carlos Mora * Edición Valencia

En una serie de artículos anteriores hablamos sobre la célebre mancebía valenciana y cómo, a diferencia de otros grupos marginados, a las prostitutas se las consideraba, por parte de destacados teólogos, como un mal menor. En esta ocasión trataremos sobre otra de sus aportaciones, la corrección del camino errado que habían emprendido las mujeres públicas a través de la caridad cristiana y el perdón. Al fin y al cabo, ¿no fue Jesucristo el primero en perdonar a la prostituta? (Lc, 7, 37-50).

La aplicación de tales principios dio lugar a la creación de algunas instituciones que, bajo la dirección municipal, tuvieron por objeto apartar a las prostitutas de la senda del pecado. Se les ofrecía así la posibilidad de reintegrarse en la sociedad, ya que nos podemos imaginar lo difícil que podría resultar para ellas lograr lo mismo solo con sus propios medios. Para llevarlas de nuevo por el buen camino, el municipio valenciano se sirvió fundamentalmente de dos instrumentos, relacionados entre sí: los encierros durante las festividades religiosas y la Casa de las Arrepentidas.

Al igual que las mancebías públicas, las Casas de Arrepentidas, instituciones de recogida de las mujeres pecadoras, representan uno de los espacios urbanos presentes en las diferentes ciudades del Occidente cristiano.

En el caso valenciano la casa de les dones de penitència se estableció en 1345. Inicialmente se trataba de una iniciativa particular para recoger a todas las mujeres arrepentidas de mala vida que quisieran regresar a la virtud y especialmente, las penitentes o beguines, de ahí su nombre. Además de una pequeña colaboración monetaria inicial, el municipio muy pronto desarrolló las bases institucionales que permitieron su intervención y dirección en los asuntos de la recién fundada Casa.

Dos reales privilegios en 1362 ratificaban una inversión de 350 libras para comprar un inmueble mayor, el cual sería siempre propiedad de la ciudad y los jurados, serían sus patrones, regidores y administradores de la misma. Se le concedió también los mismos privilegios que disfrutaban los monasterios de monjas y que en todas las parroquias de la ciudad pudieran colocarse cepillos para recoger limosnas.

En 1369 se aprobaron una serie de ordenanzas que contemplaban aspectos de orden interno y disciplina, así como jurisdiccionales sobre las mujeres, sus familiares y control de bienes. La vuelta al pecado se consideraba una injuria a Dios y a la ciudad, por lo que se estipularon penas de azotes y destierro para las reincidentes.

Por otra parte, en 1385, como medida para reconducir a las mujeres públicas, se ordenó que durante la Semana Santa se encerrasen, generalmente en la Casa, pero también en otros lugares (como el local de una cofradía), cuya manutención correría a cuenta de la ciudad. El objetivo perseguido con tales encierros era doble: apartarlas de su dedicación impura en días tan solemnes y conseguir, mediante los sermones que les eran predicados, su conversión y arrepentimiento. 

El día antes de la festividad se congregaba a las mujeres del Bordell para conducirlas ordenadamente al lugar de encierro. Su vida durante aquella semana no era de total reclusión, pues el Jueves Santo se les permitía salir, eso sí, en grupo y convenientemente escoltadas, para evitar desórdenes. Los paseos de esta particular comparsa no siempre terminaban pacíficamente.

Los rufians (proxenetas), ante el temor de que sus protegidas fuesen presionadas para cambiar de vida, eran los primeros en acudir al paso de la comitiva y provocar alborotos. Los hombres en general solían perder la compostura al verlas pasar, vociferando todo tipo de propuestas y observaciones. Otras veces era las propias prostitutas las que, amparadas por la fuerza del grupo y la escolta, exclamaban todo tipo de expresiones lascivas, realizaban obscenos ademanes o se desprendían de sus ropas despertando un gran escándalo.

Cinco años después del establecimiento de los encierros, en 1390, el municipio ofreció dotar a las mujeres que abandonasen el meretricio y se casasen con alguna pequeña cantidad de dinero.

Lejos de remitir con el paso del tiempo, en el siglo XVII asistimos a un incremento de los encierros, de forma que prácticamente no había fiesta religiosa en la que no fuesen recogidas. A la vez que el Bordell entra en decadencia, se potencia la misión reformadora de la Casa con un incremento de las rentas para su mantenimiento y de las dotes matrimoniales. Y particularmente importante, también se le anexionó un convento bajo la advocación de San Gregorio.

Tras el cierre de la mancebía comenzó una nueva etapa para dicha institución que trasciende los límites del presente artículo. La Casa y el convento terminaron por independizarse del patronazgo municipal a principios del siglo XX y en 1913 sus edificios, situados en la calle San Vicente, fueron derribados. Actualmente podemos encontrar el convento de San Gregorio dentro del término municipal de L'Eliana.

 

*Doctor en Historia-UV. Dottore di ricerca-UniCa