| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Frentepopulismo

Sin un pacto estable y absoluto entre los constitucionalistas, la destrucción de la integridad territorial de España está garantizada. El desprecio al Rey y el acercamiento a Torra asustan.

| Eduardo Uriate / FPL Opinión

 

 

Si algo tuvieron presente los protagonistas de la Transición es que se debía evitar la bipolarización política, con la agresividad que ese hecho implicaba, que llevó al traste a la II República. La II República fracasó porque casi desde su inicio la convivencia política estaba siendo destruida al ser concebida por amplios sectores de la izquierda como un proceso revolucionario abierto para acabar con los oponentes. Por otro lado, alfonsinos y tradicionalistas nunca la quisieron y conspiraron desde el primer momento contra ella.

Los que vinieron de la clandestinidad y del exilio impuesto por la dictadura a protagonizar la Transición evitaron cualquier fórmula que recordara aquel frente popular que se embarcó en un enfrentamiento revolucionario contra la derecha. Es más, un avispado Felipe González supo desarmar de su aspecto más agresivo a su partido renunciando al marxismo -y con ello a la lucha de clases- con el inconveniente de liberar a su ideología sindicalista del atisbo de cierta racionalidad política que el marxismo pudiera otorgarle, pero que facilitó al PSOE llegar a la Moncloa y constituir un gobierno de centro político cuya tarea fue claramente socialdemócrata.

 Sánchez llega al poder por el apoyo de todos los que están por la disolución del Estado, bien por una formulación antisistema o por una secesionista

Con menos enunciados socialistas e izquierdistas que nunca González supo dotar de un basamento socialdemócrata al Estado. La derecha lo respetó, y Zapatero no lo profundizó en nada, sino que se empeñó en dispersar y disolver ese Estado, obra de su predecesor, tarea que en la actualidad pudiera retomar Sánchez presionado por los apoyos recibidos para su acceso a la Moncloa.

Ni Felipe ni Carrillo quisieron oír hablar del pasado frentepopulista, ni siquiera del Caudillo. Había que superar el pasado si queríamos dotarnos de convivencia política. Sólo quedó en manos de ETA el discurso del franquismo y la necesidad de actuar frente al poder violentamente, como si la situación política no estuviese cambiando en un sentido democrático a pasos agigantados.

Los otros nacionalismos durante la Transición mantuvieron con sordina su fundamento victimista -el España nos oprime- que desempolvado en la actualidad les impele hacia la independencia, presentada sin tapujos por todo el nacionalismo catalán, por todo el nacionalismo vasco y asumida por Podemos.

La disolución

Es evidente que la forma en la que ha llegado el actual presidente Sánchez al poder es por el apoyo de todos los que están por la disolución del actual Estado, bien por una formulación antisistema, Podemos, como por una formulación secesionista, los nacionalismos periféricos. El pecado original de la presidencia de Sánchez.

Hoy ya se observa por parte de éste la necesidad de recompensar y mantener esos apoyos a Podemos y a nacionalistas si quiere seguir en la Moncloa. Pero es posible plantear esta duda: ¿lo hace forzado por la necesidad de apoyo, o lo hace porque el socialismo en el que Sánchez cree coparticipa en gran medida en las metas antisistema de Podemos o, incluso, asume, o no es consciente de su gravedad, los planteamientos secesionistas?

 

 

¿Bebe en las nuevas aguas del pensamiento bolivariano, o de estos socialismos libertarios modernos, las razones para las concesiones que empiezan a advertirse, hasta el punto de que es él realmente el caudillo de este vuelco antisistema a la vez disgregador en lo territorial? Es difícil de entender que Sánchez, sin asumir parte del discurso populista y comprender los excesos de los nacionalismos periféricos, estuviera dispuesto a presidir un Estado con el apoyo de los que lo quieren destruir.

La República tuvo con el partido socialista un serio problema, porque éste, salvo insignes excepciones individuales, no era republicano. La monarquía constitucional actual puede tener el mismo, que el PSOE siga sin ser republicano.

 

Todavía, en tiempos de Felipe, aquellos que se creían marxistas tenían un vínculo discursivo, por débil que fuera, con la racionalidad que debe regir la política, incluso con el republicanismo: la necesidad de la ley como elemento de igualdad, de convivencia y libertad.

Después, hija del pragmatismo más ramplón, y del peso de la cultura anarcosindicalista hegemónica en toda su historia, el socialismo español se hizo vulnerable a cualquier ideología radical que surgiera en la primera crisis social que se avecinara. El problema no es sólo español, pero mientras las otras socialdemocracias europeas se están amoldando a las nuevas circunstancias, o formulando algunos de los que fueran sus líderes nuevas alternativas políticas dentro del sistema, la española solamente se radicaliza.

Una izquierda poco democrática considera oportuno resucitar a Franco para erigir la dialéctica del conflicto, coincidiendo con los nacionalismos periféricos

Sacar a relucir a Franco en estos momentos tiene que ver con la visión política de nuestro actual presidente. Aunque la exhumación de los restos de Franco de Cuelgamuros pudiera tratarse de un “macguffin”, una maniobra de despiste y entretenimiento, supone algo más.

De la misma manera que ETA no ha dejado de acusar de franquista a esta falsa democracia, y hoy lo hace también todo el nacionalismo catalán. La exhumación de Franco supone la restauración de la España imposible, de la sociedad caóticamente enfrentada los unos a los otros. Además, supone sacar a Franco de un mausoleo arquitectónicamente fascista, un monumento monstruoso de imposible reconversión en un memorial a todos los abatidos en la guerra que sucedió a la República, porque es el mausoleo pensado por Franco. Franco puede convertirse en el tapón del sumidero que una vez retirado nos arrastre al agujero de la tragedia.

Una izquierda antidemocrática considera oportuno resucitar a Franco para erigir la dialéctica del conflicto, coincidiendo con los nacionalismos periféricos y, para lo que es más grave, condenar el encuentro de la Transición y su Constitución, como desde hace tiempo viene bullendo en amplios sectores del socialismo.

El cadáver de Franco sirve para una reacción política, al que sus auténticos enemigos, como suele ocurrir en buena lid, dejamos descansar en paz. No es que Franco no se merezca estar allí, lo pasean para recordar los orígenes espurios de la Transición, la Constitución y la Monarquía.

Nunca fue el PP, como se escuda el socialismo español en un comportamiento antipatriótico, el causante de la radicalización nacionalista

Es decir, para mucho izquierdista de salón del momento actual tendríamos que haber pasado por una dramática ruptura y una nueva guerra durante la etapa de la Transición, donde no quedara ni uno de derechas, para alcanzar una auténtica democracia. Todavía estamos a tiempo.

El esperpento, género español

Escribí hace meses que lo que mandamos a Rusia no se podía llamar selección nacional. Ha resultado ser más bien un caos plurinacional. Hasta los belgas, país donde no sin cierta razón dicen que el único belga es el Rey, demuestran un juego mucho más cohesionado que el nuestro, y son una selección.

Es muy posible que el Rey de España, con este Gobierno, acabe siendo el único español, y no es un comentario jocoso. Que el presidente del Gobierno reciba a Torra en plena campaña agitativa de éste contra el Jefe del Estado no le deja en buen lugar al Rey falto del apoyo institucional que debe recibir. Sospecho que este Gobierno no va salir en su favor en todo su mandato.

El mirar hacia otra parte ante las provocaciones nacionalistas no le va a deparar nada positivo a Sánchez, como tampoco le trajo nada positivo su pasividad a Rajoy. Pero lo que ocurre, para el empeoramiento de la situación del actual presidente, es que los nacionalistas parten de un pedestal ya conquistado que Sánchez no sabe reducir, sino que lo fomenta a base de concesiones. Los gestos de Sánchez hacia los nacionalistas, como los de su predecesor Zapatero, en vez de aplacar su escalada secesionista la animan.

No es culpa del PP

Nunca fue el PP, como calumniosamente se escuda el socialismo español en un comportamiento antipatriótico, el causante de la radicalización nacionalista. Aberrante patraña, ni el recurso de inconstitucionalidad presentado por el PP ante el nuevo Estatuto, ni los rechazos gubernamentales a sus reivindicaciones, como la de un Concierto catalán, provocaron el surgimiento del independentismo.

Sencillamente, fueron los nacionalistas, el pujolismo concretamente, los que se sintieron ofendidos por el tripartito catalán, que les robaba lo que creían suyo, e iniciaron la escalada de un independentismo que era residual en Cataluña. Pero si a la crítica del nacionalismo se sumo la socialista, culpabilizando a la derecha española de la deriva soberanista del nacionalismo catalán, exhibiendo ante el nacionalismo una brecha profunda en la cohesión constitucional, no cabe duda que la reivindicación secesionista iba a  disponer de un exponente multiplicador, tanto en su credibilidad como en su legitimidad política.

Los recursos de inconstitucionalidad presentados por el Gobierno del PP están siendo retirados por el Gobierno de Sánchez. Por lo visto promocionaban la separación de Cataluña, el que acaba de presentar el Gobierno de Sánchez seguro que la limita. Sectarismo que conduce a una absoluta incapacidad de visión de Estado.

La aplicación del artículo 155 ante la crisis secesionista en Cataluña estaba condenada al fracaso ante la inexistencia de cohesión constitucional entre sus defensores

Como una concesión se acercan los presos de ETA a Euskadi. Los detenidos por rebelión a Cataluña a unas cárceles gestionadas por unas autoridades que siguen proponiendo la rebelión, y les consideran héroes injustamente oprimidos por el Estado Español. Puigdemont acabará dotado de un servicio presidencial proporcionado por la Generalitat, chófer, policías de escolta, funcionarios, locales etc.

Esperpéntica situación que no ha provocado ningún comentario en la Moncloa. Para que luego vaya la justicia española a solicitar su extradición, aunque pudiera ocurrir que el juez Llanera acabe procesando a esos funcionarios por auxilio a un prófugo. Mientras, los líderes políticos en la Moncloa y Barcelona siguen tan campantes, uno haciendo ver que todo es normal, los otros cada vez más crecidos en esta campaña de acoso a un presidente de Gobierno en franca debilidad. Al fin y al cabo, lo han puesto ellos.

 

La ministra de Educación anuncia la aplicación de una signatura sobre valores cívicos. Días después se potencia mediante un decreto ley la elección de un consejo de RTVE más sectaria de toda su historia, poniendo en crisis el principio constitucional de dotar de una administración plural a este ente.

La ministra debiera abrir una asignatura sobre el esperpento en la literatura, y en la política, española. Empezando por destacar la contradicción entre el anuncio de tan encomiable asignatura y el comportamiento tan sectario de su propio Gobierno, en el caso de la televisión, el diálogo con los golpistas, en el caso del nacionalismo catalán, y la conversión en victoria para el mundo del nacionalismo radical vasco del acercamiento de presos de ETA al País Vasco. Todo puede ser después de que Zapatero inaugurare un espíritu y una cultura de ONG, es decir, no gubernamental, para regir el Gobierno.

 

 

Efectivamente, es necesaria una asignatura sobre valores cívicos, si es posible que se amplíe a los valores republicanos y los fundamentos de la política democrática, porque la misma frase de la ministra, «la legalidad va por un camino y la política por otro, y a nosotros nos corresponde hacer política», pudiera entenderse como una declaración en favor de  la arbitrariedad desde el poder, cuando la libertad, incluida más que ninguna la del Gobierno,  consiste en poder hacer lo que está permitido por las leyes en palabras de Montesquieu. Es evidente que necesitamos esa asignatura.

Si existe solución política para Cataluña

Existe solución política para Cataluña pero no es la ejercitada hasta la fecha ni por el PP ni el PSOE. Ambos han basado su estrategia de alcanzar el poder en extralimitar su mutuo enfrentamiento y contradicciones hasta tal punto de hacer irreconocible cualquier espacio común constitucional. A la vez, ambos han necesitado de las formaciones nacionalistas para conseguir el poder y se han convertido, en este régimen partitocrático, en feudatarios de esos nacionalismos.

Es cierto que los nacionalismos moderados han acabado traicionando la Transición, que, una vez conseguidos los techos autonómicos, o se han sentido ultrajados como es el caso del pujolismo, decidieron romper con las reglas que ellos mismos promocionaron, pero es tan cierto como lo anterior que tanto el PP como el PSOE estaban dispuestos a concesiones, incluso inconstitucionales -caso del monolingüismo en el sistema educativo catalán o el nuevo Estatuto catalán- con tal de alcanzar el poder o quitárselo al adversario.

 

En esta exacerbada contradicción entre el PSOE y el PP es muy difícil mantener la mínima cohesión política y el sistema inicia su desmoronamiento por obra de sus detentadores. Consecuencia de ello es el descuartizamiento territorial, los nacionalismos periféricos, como la desafección al sistema, Podemos, desafección iniciada y asumida parcialmente por el PSOE.

Estado con tal grieta que es difícil imaginar no fuera ésta el origen y la causante de provocar tal cantidad de desafectos. Y toda esta pésima conclusión sin que hayamos dedicado una sola palabra, en un país de picaros sin Reforma religiosa, al hecho que más escandaliza a la gente: la corrupción.

Sánchez, con sus sólo 84 escaños, y la inexistencia de un discurso común por parte de las fuerzas de la Constitución, nos arrastra a la destrucción territorial

Tenía razón Aitor Esteban en el debate de la moción de censura a Rajoy cuando echaba en cara la inexistencia de cohesión constitucional y ellos, el grupo nacionalista vasco, tenía que resolver el problema. Lo denunció en palabras claras, la distancia entre el PP y el PSOE hacia desaparecer España como nación.

Por ello, a años vista, se entiende que soluciones políticas como la canadiense, la promovida por la llamada ley de la claridad, fuera imposible de llevar a cabo, no sólo por el rechazo de los nacionalistas, que se negarían a aceptar cualquier proceso plebiscitario sobre la independencia pactado con el Gobierno central, sino por el hecho de que el enfrentamiento entre el PSOE y el PP hace imposible cualquier solución política de estado. Ni siquiera el Pacto Antiterrorista entre el PP y el PSOE funcionó, antes de firmarse ya estaban algunos miembros del PSOE negociando con ETA a espaldas del PP.

La solución

La solución de Cataluña empieza por la solución de la relación política, la vuelta a la política, sólo posible si se comparte un espacio político común, entre el PSOE y el PP, y hoy también con la inclusión de Ciudadanos. El inicio a la solución territorial supone un espacio común constitucional entre las fuerzas constitucionalistas, auspiciado por la cultura del republicanismo.

En ese encuentro estaría la solución al secesionismo de los nacionalismos periféricos. Absolutamente imprescindible, porque hasta entonces sólo se pueden poner parches, o falsas soluciones, a un problema que cada día que pasa se va gangrenando. La aplicación del artículo 155 ante la crisis secesionista en Cataluña estaba condenada al fracaso ante la inexistencia de cohesión constitucional entre sus defensores.

En este brutal enfrentamiento entre los detentadores del sistema, se convierten ellos mismos en la víctima propiciatoria ante cualquier crisis política. La primera víctima política de la aplicación del 155 no ha sido el nacionalismo secesionista radical sino el Gobierno Rajoy. Convertido el PP y su Gobierno en el polo de la contradicción entre el secesionismo y la legalidad constitucional no ha dudado el PSOE en buscar el apoyo de los que están en contra de la Constitución para defenestrar a Rajoy.

Es cierto que la causa son los abundantes casos de corrupción que padece el PP, pero difícilmente Sánchez hubiera encontrado esos apoyos de no existir el enfrentamiento del nacionalismo catalán contra la derecha tras limitar ésta desde el Gobierno el proceso independentista. En otro momento no hubiera conseguido esos apoyos por muchos casos de corrupción que soportara el PP. Sin la contradicción originada por el 155 Sánchez no hubiera llegado a presidente. Otra cuestión es si Rajoy no hubiera hecho mejor convocando elecciones antes de perder una moción de censura.

A ello se suma unos presos convertidos en héroes, los fugados de la justicia en dirigentes del proceso, la justicia española maltratada por diferentes socios europeos

El problema del secesionismo catalán prosigue en estos momentos tan vivo como antes del 155, porque una medida de esta naturaleza excepcional, aplicada con tanta tibieza y limitada hasta el resultado de unas elecciones inmediatas, no podía más que acrecentar el victimismo separatista, y devolver, en tan corto plazo de tiempo, la situación más compleja.

Dejó la crisis como estaba, pero la vuelta a la normalidad legal descubrió unas instituciones catalanas dominadas por el secesionismo en una situación de rebeldía descarada y con un nivel de presión ante el Gobierno, y ataque al Rey, muy superior al que ejerciera con anterioridad a la declaración de independencia, que ha vuelto a reiterar.

A ello se suma unos presos convertidos en héroes, los fugados de la justicia en dirigentes del proceso, la justicia española desatendida y maltratada por diferentes socios europeos, y el Gobierno español que osó aplicar el 155 descabalgado del poder. Peor resultado sólo hubiera sido la declaración de independencia por el nacionalismo catalán.

El 155

Una medida de excepción como el artículo 155 en plena rebelión de un territorio o se aplica con toda su contundencia, como fue el caso de la suspensión de la autonomía de Irlanda del Norte por el gobierno laborista británico, o es mejor no aplicarla. Ha sido tal el margen de actuación de los partidos rebeldes y de las instituciones nacionalistas catalanas, que el liviano acto formal y superficial de intervención de la autonomía catalana lo único que provocó es su actual rearme.

Es cierto que todos los partidos constitucionalistas pecaron de melifluos, temían a las consecuencias de esta medida por la falsa concepción de que la política es sólo diálogo. Véase si el republicanismo francés no sabe ejercer su autoridad mediante la fuerza cuando se le presenta un problema de esta naturaleza como es el caso corso.

 

 

O se aplica la suspensión de la autonomía ante la gravedad de la rebelión, o búsquese la negociación para la independencia, porque es evidente que la debilidad política de Sánchez, con sus sólo 84 escaños, pero, sobre todo, la inexistencia de un discurso nacional común por parte de las fuerzas llamadas constitucionalistas, nos arrastra a la destrucción territorial de España.

Aplíquese la política efectiva, pero téngase en cuenta que la suspensión de la autonomía rebelde es una medida política. No identifiquemos exclusivamente la concesión y el desistimiento del Gobierno ante los nacionalistas con medidas políticas. Las medidas políticas son ante todo aquellas que se dirigen a promover la convivencia, no a fomentar los nacionalismos.

Tres fuerzas

Si existe solución política al separatismo, en este caso catalán, si evitamos en primer lugar la maldición orteguiana de la conllevanza del problema, y empezamos a descubrir que el origen de éste se encuentra en la inexistencia de un discurso nacional común por parte de las fuerzas constitucionalistas, y un sentido republicano común de defensa de la legalidad con firmeza y decisión.

Si se mantiene los vicios originados en el  bipartidismo, en esta partitocracia sectaria y antipatriótica, sencillamente, no hay solución. O buscan entre las tres fuerzas constitucionales una letra común para nuestro himno o cantaremos todos los himnos periféricos que se inventen, pero eso sólo da para ir de romería.