| 23 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Ni refugiados, ni náufragos

El diputado de Vox Agustín Rosety reflexiona en esta tribuna sobre la inmigración ilegal, las mafias que la alimentan y sus consecuencias en Europa. Y carga contra los "buenos samaritanos".

“Ni eran refugiados aquellos, ni éstos son náufragos”. En su reciente discurso ante el Pleno del Congreso, Santiago Abascal se refería así, respectivamente, a los desplazados de Siria en 2015 y al pasaje con el que el Open Arms arribó a Lampedusa en agosto pasado. Yo añadiría: ni inmigrantes, si acaso emigrantes desde su país de origen. Porque emigrar es un derecho reconocido pero, para ser inmigrante, tienen que cumplirse las condiciones establecidas por la leyes de extranjería del país receptor.

No son pocos quienes, considerándose a sí mismos como buenos samaritanos, tachan de despiadados -o más frecuentemente de xenófobos, racistas y otras lindezas- a quienes, apegados al sentido común, nos oponemos a lo que amenaza ser el preludio de un nuevo völkerwanderung, un desplazamiento masivo y descontrolado de poblaciones. Alegan que las migraciones han existido siempre. Claro que sí, como las guerras, las epidemias y las catástrofes. Lo que no quiere decir que el ser humano sea migrante por naturaleza ni que tales riesgos no deban conjurase.

Porque no estamos ante un debate académico como –dijésemos- la aportación de los pueblos germanos al orbe romano en el siglo V. De lo que se trata, aquí y ahora, es de dar una respuesta política ante un fenómeno que afecta, no a miles, sino a millones de personas, a sus valores constitucionales y derechos civiles y a la forma de vida que deseamos legar a las generaciones venideras. Así pues, ante el evidente desafío de las mafias que trafican con personas en las fronteras exteriores de la Unión Europea, con la concurrencia llamémosla “irregular” de unas ONGs “muy gubernamentales” cuando menos en su financiación, el líder de Vox exigía, ni más ni menos, que la ley se cumpla, con resolución y sin fraudes.

En efecto, para ser aceptado en un país bajo la condición de “refugiado”, el Convenio de la ONU de 1951 exige que concurra “el temor bien fundado a ser perseguido por razón de raza, religión, nacionalidad” o causa semejante. Es posible que, durante el conflicto sirio de 2015, en determinados casos, como el de las minorías cristianas o drusas se diese esa circunstancia, pero no lo es que concurra en todo el que llega a nuestras fronteras buscando, simplemente, alejarse del conflicto civil que padece su país de origen.

En cuanto a los náufragos, para serlo es preciso haber naufragado, es decir, haber sufrido un accidente de mar, algo fortuito. Invocar, como en agosto pasado Open Arms, las estipulaciones relativas a la asistencia a los náufragos insertas en los Convenios SAR/SOLAS para introducir ilegalmente en Europa personas deliberadamente “rescatadas” frente a las costas de Libia es, sencillamente, un fraude que favorece a las mafias que despiadadamente mercadean con seres humanos y, como no, una impagable colaboración a los oscuros designios de quienes saben que la inmigración ilegal y descontrolada cambiaría en una generación la fisonomía social, cultural y política de nuestras naciones.

Lo estamos viendo en países como Francia y Suecia, que han fracasado en su modelo inmigratorio. La proliferación de la inmigración irregular causa graves perjuicios a las sociedades europeas. Unos perjuicios que no son sufridos por las élites económicas e intelectuales, sino por una clase media y trabajadora que contempla como sus barrios están cada vez más degradados por la inseguridad y la delincuencia. Honrados ciudadanos que soportan cada vez una mayor presión fiscal y ven como sus hijos asisten a unos colegios públicos en los que más de la mitad de los alumnos son de procedencia extranjera y no aceptan nuestras costumbres.

Pero el auge de la inmigración ilegal y descontrolada no solo es un problema para los europeos. Los emigrantes irregulares que están llegando a Europa, lejos de ser los más necesitados de los africanos, son parte de las incipientes clases medias que empiezan a generarse en aquellas tierra, es decir, los que tienen los recursos necesarios para pagar el “billete” que les cobra la mafia. Como ya ha advertido alguien tan poco sospechoso de xenófobo como es el guineano Cardenal Sarah, privar a los países de África de lo mejor de su capital humano los condena aún más a la pobreza y al subdesarrollo.

Lo humanitario es contribuir al desarrollo de las naciones africanas 

Por eso, la solución para nuestros vecinos del Sur no es asentar en Europa una masa de población tal que, por añadidura, nunca podría integrarse laboral ni socialmente. Lo verdaderamente humanitario es tomarnos en serio nuestra política de cooperación internacional y contribuir al desarrollo económico de las naciones africanas mediante la inversión empresarial y el comercio. Para que la cooperación internacional sea efectiva es necesario cambiar la política actual, basada en la subvención y la dádiva. Una política que solo genera dependencia y corrupción, con la que se justifican una pléyade de ONGs, cuyos directivos han convertido la ayuda humanitaria en una actividad muy bien remunerada.

En cuanto a la inmigración en sí, no es que haya que vetarla, sino que debe estar supeditada a las necesidades económicas de nuestra nación, sujeta a las normas legales de extranjería y dirigida a lograr la plena integración de los inmigrantes en nuestra sociedad. Mientras tanto, es necesario terminar con el efecto llamada. Al igual que ha hecho Australia, es urgente una reforma legislativa que evite se siga premiando con la regularización a aquellos inmigrantes que han entrado ilegalmente en nuestro país. Por el contrario, los inmigrantes ilegales, y los legales que hayan cometido delito, han de ser devueltos a sus países de origen.

Asistir perplejos al espectáculo, como hacen los partidos del establishment, mirando para otro lado cuando las ONGs, financiadas con fondos públicos y favorecidas por la extrema izquierda, colaboran con el tráfico de personas en el Mediterráneo al amparo de los buenos sentimientos que anidan en la opinión pública, no hace otra cosa que agravar el problema. En semejante proceder recae gran parte de la responsabilidad de las muertes que se están produciendo en el Mediterráneo.

 

* Agustín Rosety es diputado de Vox por Cádiz y general retirado de la Brigada de Infantería de Marina