| 23 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La duquesa roja, una mujer muy controvertida
La duquesa roja, una mujer muy controvertida

Los hijos de la duquesa roja compartirán su herencia con una hermana secreta

Los hijos de la duquesa roja están condenados a no vivir en paz. Su madre nunca se ocupó de ellos y encima les estafó dilapidando la herencia que su bisabuela les dejó.

| Joana Morillas Chismógrafo

La vida de la duquesa rosa dio para mucho. De puertas para afuera, se la consideró todo un símbolo del progreso y la libertad. Sin embargo, de puertas para adentro, era una persona completamente diferente. Tenía un carácter muy difícil y un desapego a la maternidad que demostró no ocupándose de sus hijos: Leoncio, Pilar y Gabriel, nacidos de su matrimonio con Leoncio González. Tras dar a luz al último de sus retoños, Gabriel, la duquesa abandonó la casa conyugal para vivir la vida a su manera.

Leoncio, Pilar y Gabriel pasaron su infancia en casa de su bisabuela materna, Julia Herrera. La primera vez que Gabriel vio a su madre pensó que era el chico de los recados. Avisó a su bisabuela y empezó una discusión muy subida de tono. El chico de los recados era la duquesa roja, que, según Gabriel, ésta y otras veces se dejaba caer por allí para pedirle dinero a su abuela. Y si se negaba, amenazaba con llevarse a los niños.

Cuando Julia Herrera falleció, empezó un auténtico calvario para sus bisnietos: “Vivimos entre visitas a nuestra madre y la casa de nuestros abuelos paternos. Ella, para fastidiar a mi padre, nos hizo odiar las cosas que a él le gustaban. Aquello fue un infierno porque mi padre era un hombre autoritario que no entendía de caprichos ni cursilerías”, explica Gabriel. Y si todo puede ir a peor, los hermanos hicieron un descubrimiento que cambió sus vidas: “Esperábamos como agua de mayo alcanzar la mayoría de edad para recibir nuestra parte de la herencia que nos había dejado nuestra bisabuela, Julia Herrera. Menuda sorpresa cuando descubrimos que la pasta se había esfumado. Adiós a la Universidad. Por fortuna mi familia paterna nos ayudó y decidimos no pensar en que nuestra madre había dilapidado lo que por ley nos pertenecía”. Sin embargo, algo cambió en Gabriel cuando fue conocedor del engaño de la duquesa rosa: “Tras el desfalco realizado por mi madre había mucho más de lo que mis hermanos y yo podíamos imaginar. La impostura era ofensiva y decidí que lucharía no sólo por lo que me pertenecía, sino también para desenmascarar a los hipócritas. Han sido muchos años de pleitos contra mi madre. Una mujer que siempre jugó al divide y vencerás. Desde luego, con nosotros lo consiguió, y a todos los niveles”.

La duquesa rosa se casó in artículo mortis con su secretaria, Lilliana María Dahlmann, en un intento por blindar su patrimonio, vía fundación, y así conseguir que sus hijos no pudieran tocar su herencia. Tanto Gabriel como Pilar habían pleiteado en su contra y ganaron en el Tribunal Supremo, y eso es algo que nunca les perdonó porque afirman era muy rencorosa. Así las cosas, cuando falleció, Gabriel llevaba veinticinco años sin pisar el palacio de Medina Sidonia. Su muerte no sirvió para que llegara la paz familiar. Pilar y Gabriel han llevado a juicio a su hermano Leoncio, quien ha evitado que su hermana pudiera disfrutar del ducado de Fernandina ejerciendo su derecho de primogenitura, entre otros pleitos.

Los hijos de la duquesa de Medina Sidonia y Leoncio González están condenados a no vivir en paz. Hace años, apareció Rosario Bermudo explicando que era el fruto de la relación prohibida que Leoncio González tuvo con su madre, que trabajaba como asistenta en la casa. Rosario inició un proceso para demostrar que sus orígenes eran los que ella explicaba. Los hijos de la duquesa roja no quisieron someterse a la prueba del ADN. Así las cosas, ha sido necesario desenterrar el cadáver de su progenitor para realizarla. El resultado ha sido concluyente: Leoncio González es, al 99,9 %, el padre de Rosario. El próximo paso será reclamar su parte de la herencia. Se habla de dos millones de euros que podría recibir en propiedades y obras de arte.