| 16 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El bochornoso show de Podemos por el simple reparto del poder

Podemos no es un movimiento civil con voluntarios desprendidos; sino un partido tradicional con cargos públicos pagados. Pero sólo sabe hablar de sí mismo mientras fracasa donde gobierna.

| ESdiario Editorial

 

 

Podemos lleva casi un lustro en la vida pública, acumula cientos de cargos institucionales y gobierna una cuota nada desdeñable de poder político y económico, con Madrid y Barcelona como emblemas de ello. No es un movimiento vecinal desprendido ni sus dirigentes pertenecen a la 'calle' ni, desde luego, se dedican a la política por afición: son cargos públicos, como los de otros partidos; tienen una alta remuneración por ello y, en consecuencia, unas responsabilidades elevadas que se pueden y deben medir en resultados concretos.

Y, sin embargo, siguen comportándose como si no estuvieran en las instituciones, fueran meros voluntarios civiles y sus únicas responsabilidades fueran meramente retóricas y ajenas por completo al papel que en realidad tienen y por el que deben rendir cuentas.

Podemos quiere ir de movimiento civil pero es un partido tradicional cuyos dirigentes cobran por hablar casi en exclusiva de sí mismos

El ensimismamiento de Podemos, un partido abonado al marketing político que ha encontrado en la televisión un desmedido altavoz, culmina con una constante dedicación a las luchas internas, el reparto de cuotas, la eliminación de rivales y la búsqueda de un poder gremial que responde al más antiguo de los vicios de esa vieja política que decían querer cambiar.

La crisis provocada por Carolina Bescansa, una de las pocas dirigentes del partido con un discurso inteligible en casos tan cruciales como el de Cataluña, es el resumen de todo ello. Y la artificial resolución sellada por Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, cuyos conflictos tienen un insoportable tinte infantil y egoísta, la demostración de ese problema.

El deplorable ejemplo de Madrid

Porque bajo tanta frase hecha y apelación a grandes valores, lo que marca a Podemos es su fracaso allá donde gobierna, en los autocomplacientes  y por lo general ineficaces 'Ayuntamientos del cambio'; y los constantes ajustes de cuentas, ejemplificados en la Comunidad de Madrid como en ningún sitio: allí han cambiado dos veces de portavoz, eliminando al candidato elegido por los ciudadanos primero y laminando después a su sustituta; para a continuación imponer prácticamente a dedo a un aspirante a la presidencia autonómica y apañar una lista que luego, para barnizar el nepotismo, será sometida al trámite de pedir opinión a unas bases desmovilizadas.

 

 

El desastroso gobierno en el Ayuntamiento de Madrid y el baile de nombres y componendas pactados a regañadientes por Iglesias, Errejón y Espinar mientras, a la vez, impulsan una moción de censura contra Cifuentes; perfilan una propuesta política frívola en el fondo y caciquil en la forma que, tras su fulgurante estreno en 2015, se antoja ahora agotada.

Y lo mismo cabe decir del interminable proceso de confluencia, otro eufemismo típico de Podemos que, al final, sólo ha servido para esconder la falta de un criterio estable en casi todo y el sometimiento de la organización a un reparto de cuotas y sillones entre distintas sensibilidades que, a la hora de la verdad, simplemente funcionan como familias ideológicas y económicas dispuestas a todo para lograr su porción del pastel.

Nada es real en Podemos, que vive de frases hechas vacías de contenido como las confluencias o las bases

Por último, la figura de Iglesias se ha consolidado como un digno heredero de aquellas satrapías que transformaban en un generalato la presidencia de un politburó y gestionaban el partido como un cortijo entregado a sus caprichos, venganzas y frivolidades.

La agitación como bandera

Podemos es un partido más, por mucho que sus dirigentes intenten recubrirse siempre de un manto romántico e idealista que les conecte con una calle que no conocen ni pisan. Enfrascados en sus problemas internos y volcados en vencer al contrincante propio; su discurso resulta irrelevante o contraproducente en una España que necesita soluciones concretas para problemas cotidianos o estructurales en los que este partido ni está ni se le espera.

Y viendo lo que hace cuando aparece en debates tan relevantes como el de la organización territorial de España o cuando gobierna en ciudades clave como Madrid o Barcelona, casi mejor: en todos esos casos, lejos de proponer remedios para problemas existentes, genera otros nuevos desde una premisa agitadora deplorable.