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Bigote Arrocet: la cifra de la rentabilidad por su relación con Teresa Campos

Tras aceptar ser uno de los concursantes estrella de la próxima edición de Supervivientes, se cuestiona el verdadero interés de Bigote para estar con Teresa Campos. ¿Es por dinero?

| Saúl Ortiz Opinión

Huele a chamusquina después de que Bigote Arrocet haya aceptado enrolarse en Supervivientes por 30.000 euros a la semana. Una decisión que ha enfurecido a María Teresa Campos que en 2015 sí consiguió que Bigote rechazara la proposición hondureña. El enfado de la Campos es morrocotudo. Y no porque parezca preocupada en el devenir físico de su novio, sino porque sabe que ambos serán atizados, cuestionados y hasta ridiculizados durante el concurso.

Se debate con extrañeza sobre los cimientos reales de una relación puesta en solfa desde el principio. No solo por quienes afilamos la pluma en detrimento de algunos, sino también por el entorno más próximo de la presentadora. Todos miran hacia otro lado pero el doble discurso evidencia que el chileno despierta antipatías y recelos. Amigas y conocidas de la Mamma se llevan las manos a la cabeza ante el descalabro sentimental que se avecina. Hacen apuestas sobre la fecha en la que todo saltará por los aires.

Calculan que Bigote habría facturado más de 200.000 euros desde que inició su relación con Teresa. Un montante resultante de sus seis intervenciones mensuales en televisión, su participación en el reality familiar, una exclusiva en la revista Semana, otra en Hola y varios compromisos profesionales negociados y cerrados durante su noviazgo. Sin contar con los 400.000 euros que podría embolsarse si llega a la final y se convierte en el superviviente ganador. Una cantidad desorbitada.

Entre tanto zarandeo, las niñas -como llama Bigote a Terelu y Carmen- parecen absortas. Admiran la capacidad de una y otra para verbalizar lo contrario a lo que piensan. Son ejemplo de cautela o cobardía entre tanta arena movediza. Parecen escarmentadas después de ser burla, chascarrillo e imitación por la emisión del reality del que abominan entre dientes. Ninguna parece estar satisfecha con el resultado de una sobreexposición que algunos tildan de ocaso humillador después de que la matriarca confesara su desapego a los manubrios de medidas pornográficas.

Maldicen con estrepitoso cinismo mientras alargan el cazo por aquello de que las penas con pan lo son menos. Han aprendido a sacar tajada de cuanto les ocurre. Las Campos lloran y ríen bien. Acompasadas. Con ese ritmo televisivo que solo La Esteban maneja desde el ancestro. Ni una ni otras pensaron que acabarían codeándose a la hora del té. Son esas vueltas de la vida que también han colocado a Carmen Campos bajo el foco abrasador. A sus cincuenta todavía no tiene esa doblez cosida con la aguja del ego, puede que porque conoce como nadie las tripas de la caja tonta. Carmen es la más calé, la más genuina. No necesita tanto artificio ni zalamería para demostrar afecto o aversión. Es la versión callejera de Terelu que, agobiada y sobrepasada, ya no sabe dónde meterse. Quizás en una confitería.