| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Sánchez Camacho, Soraya y García Albiol, durante un mitin en Cataluña.
Sánchez Camacho, Soraya y García Albiol, durante un mitin en Cataluña.

La Operación Soraya deriva en “mobbing” a un García Albiol que dijo "no" a Rajoy

La encrucijada forzó a pulsar el botón de alarma. Los pasos pueden desembocar en una dirección desconocida, pero ya parece adivinarse con claridad el zarandeo del partido.

| Ricardo Rodríguez Opinión

El reto es de enormes proporciones y, por ahora, la principal beneficiada de la nueva etapa de diálogo promete ser la cuenta de resultados del AVE Madrid-Barcelona”. La frase pertenece a un preboste del PP, escéptico, ante ese ir y venir de Soraya Sáenz de Santamaría a Cataluña. La vicepresidenta se ha dispuesto seducir a los nacionalistas con cantidades industriales de razonamientos sobre su irrealizable proyecto, con fraternales guiños en la búsqueda de un tablero de juego exento de quimeras, conquistarles para que olviden la independencia. El tic tac continúa hacia el choque del “proceso” contra la realidad de las Leyes. 

Sáenz de Santamaría encabeza una estrategia tantas veces anunciada como incumplida y hasta olvidada como es la del desembarco en Cataluña. Un desembarco constante en suelo catalán que ha de servir para armarse de razones ante el desafío secesionista. Eso pretende ser. A falta de cualquier mensaje de choque, las visitas pretenden además arropar al PPC en medio de los crecientes rumores de cambios, y más aún, de dudas sobre el liderazgo, siempre provisional, de Xavier García Albiol. Su discurso, su imagen, su conducta política parecen ahora mismo incompatibles con la supuesta vocación moderada de La Moncloa. 

El frustrado intento de traerlo a Madrid como secretario de Estado para el Deporte -García Albiol se negó en redondo- ha sido un síntoma más de los ya tradicionales vaivenes de la marca en la región. En efecto, el PPC ha sido zarandeado históricamente, oscilando en algunos momentos en una pretensión de catalanizarlo desde posiciones moderadas, a otros en los que ha prevalecido cabalgar sobre un caballo desbocado frentista. En el horizonte surge la enésima rectificación en la larga marcha popular por los caminos catalanes. Con uno de tantos problemas añadidos: los egos y personalismos de sus filas. Empezando por los simpares Fernández Díaz, siempre prestos a animar las fiestas internas, y terminando por Alicia Sánchez-Camacho

El frustrado intento de traerlo a Madrid como secretario de Estado para el Deporte -García Albiol se negó en redondo- ha sido un síntoma más de los ya tradicionales vaivenes de la marca en la región

 Ni los unos ni la otra, incapaces de transmitir gran cosa a los catalanes más jóvenes, rescataron a las siglas de la marginalidad. La batalla de la comunicación para impedir que cuajara en una parte de la sociedad el ensueño secesionista no es sólo que la perdiesen estrepitosamente, es que cada día se le iba ocurriendo una línea política distinta a alguien. A finales de 2016, la tarea por delante es, por desgracia, la misma que quedó pendiente años atrás. Con C´s “arrimándose” al catalanismo, lo suyo sería ahora sustituir a Xavier García Albiol por un rostro de refresco. Incluso suena en circuitos gubernamentales el fichaje de un joven sin carné, un independiente, tertuliano asiduo en los medios de comunicación locales, y columnista ocasional de El País

Quienes conocen bien al PPC sostienen en cambio que su debilidad se sustenta en la falta de implantación. Le aleja de tener un termómetro social permanente, de ser capaz de detectar demandas, evoluciones o cambios en la sociedad y poder adaptarse a ellos como otros partidos. Hay una desconexión con la calle. Inciden en ello con la ausencia de visibilidad, de desgaste de suela del zapato. Los gerifaltes del Ejecutivo o del partido “llegan de Madrid, se bajan del coche oficial para encerrarse en un hotel – a ser posible de Barcelona - durante unas cuantas horas, y se vuelven a su casa”. Algunos, con tanto pisar alfombras rojas, han podido contribuir a una ruptura entre el siempre requerido Estado y la Cataluña real. Y, de esa crítica, no se salva nadie.