| 24 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Las Olimpiadas no nacieron ni renacieron para ser rentables… ¿pero quién lo recuerda en la era de la globalización?
Las Olimpiadas no nacieron ni renacieron para ser rentables… ¿pero quién lo recuerda en la era de la globalización?

Estas Olimpiadas pueden ser un mal negocio, ¿y eso es malo?

Si valoramos la educación ‘por las salidas’ y no por la formación, si el deporte está en manos de empresas, no tiene sentido lamentar que las Olimpiadas sean un negocio. Es la lógica de hoy.

| Pascual Tamburri Opinión

Dentro de un mes empezarán en Rio de Janeiro los Juegos de la XXXIª Olimpiada de la Era Moderna. O no. La crítica a la organización brasileña es casi general, y eso que aún no han empezado los festejos. Sin embargo, las cosas marchan en principio como deberían: la antorcha olímpica salió del templo de Hera en Olimpia, en abril, y recorre el mundo para llegar el 5 de agosto a Río de Janeiro.

Las cifras son de partida maravillosas, y lo habrían sido aunque la elegida en 2009 para esta organización hubiese sido, por ejemplo, Madrid. Habrá una treintena de deportes oficiales, más de 10.000 deportistas, más de 200 Comités Olímpicos nacionales… y el interés en directo y en todos los medios de comunicación de muchos cientos de millones de personas.

¿La mascota Vinicius se va a convertir en el símbolo de un éxito nacional brasileño? Era la idea inicial de aquellos gobernantes. Un éxito propagandístico y turístico para la ciudad y para el país, como ha habido otros. Pero sobre todo un éxito que se pudiese medir en dólares, un conjunto de inversiones que derivasen en urbanismo, modernización, empleo y riqueza. Y todo eso a casi nadie le parece mal, ahora mismo.

Lo que sí parece mal, y se asocia a la idea de “fracaso” es que Río de Janeiro se haya declarado en estado de "calamidad pública" a mes y medio de los Juegos Olímpicos diciendo no tener dinero para finalizar las obras. No un “fracaso” organizativo, que también, sino uno económico, terriblemente importante en la mentalidad más extendida en nuestros días. Nada hay peor que un riesgo de lucro cesante, en unas sociedades que hacen equivalentes lucro y éxito.

Tampoco es novedad ni escándalo si pensamos en qué son los deportes hoy. El deporte, nacido con una dimensión religiosa esencial y renacido en el idealismo a-mercantil de los siglos XVIII y XIX, no era un negocio. Pero ahora sí lo es. Se llevan la culpa y la mala fama los deportistas profesionales, en especial los de deportes más populares como el fútbol o el baloncesto, pero es una realidad de nuestro siglo y de nuestra (¿decadente?) cultura: el éxito se paga, y más si genera beneficios para enormes grupos económicos, como es el caso.

Por supuesto que el barón Pierre de Coubertin era un educador idealista, un insensato si se quiere; sólo siéndolo podía pretenderse retomar esta tradición griega, pagana, muerta hacía quince siglos. Pero lo hizo. Y otros creyeron en las virtudes de la convivencia y la competición juveniles, en el deporte como escuela y símbolo, y tantas cosas. Hoy, a pesar de su habilidad y de su indudable realismo al buscar en su tiempo apoyos y financiación, no le dejarían hacer lo que hizo. Por insensato.

Hoy los juegos son un negocio y el espíritu olímpico es una realidad marginal. También lo es la cultura europea tradicional, cristiana o precristiana, en una celebración que se analiza, se organiza y se valora sólo si triunfa en lo económico. Y no somos nosotros los más indicados para criticarlo, si cnsideramos no ya nuestro deporte sino nuestro sistema educativo en función de sus repercusiones económicas y laborales, y no de todo lo que hubo antes. Lógico… ¡en un país con todos nuestro problemas, los políticos-mercaderes hacen sus campañas hablando sólo de porcentajes y de millones!