| 20 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Maduro, listo para el mausoleo

La lúgubre entrevista que ofreció a Évole y la escalofriante huida del opositor Ledezma alargan la sombra rancia y tiránica del mandatario venezolano.

| Buendía Opinión

 

No se esforzó demasiado el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, en tratar de suavizarla imagen autoritaria y zafia que, con tanto empeño, se cultiva a diario en la larga entrevista concedida a Jordi Évole para su programa Salvados. Más bien logró estirar aún más esa fachada, que coincidiendo con la escapada del opositor Antonio Ledezma para refugiarse en nuestro país, han venido a agrandar el tamaño de su tiranía, a ojos de la opinión pública de este lado del charco.

En una sombría sala, presidida por retratos de Bolívar, Maduro soportó a duras penas las preguntas a las que le sometió Évole, armado de un talante incisivo y crítico que ojalá no olvide para otras ocasiones. Y del “interrogatorio”, como ha calificado el mandatario venezolano la entrevista, de pura mala costumbre entre tanto silencio y complacencia a su alrededor se supone, no salió bien parado, como era de esperar, por otra parte.

 

Del interrogatorio, como califica Maduro la entrevista de Évole, salió malparado

 

Tratar de encontrar una explicación a la falta del más elemental respeto democrático, al atropello a los derechos civiles, al imposible pluralismo mediático, a la concordia rota con otras naciones, o a la ruina económica en Venezuela, es misión imposible con un dirigente que escupe retórica pesada e impertinencia a cada momento.

El culto al Libertador

Si encima conocemos cómo se las gasta su régimen del que se ha fugado in extremis para salvar literalmente el pellejo el alcalde de Caracas Ledezma –Puigdemont debería lavarse la boca cada vez que se intitula como preso político o perseguido-, la cosa ya destila rabia directamente.

Y esta foto es la desangelada y desesperante metáfora de la oscuridad que aplasta el presente de Venezuela: el culto exagerado y ridículo al Libertador; una lúgubre estancia cuajada de tinieblas impenetrables; y un estadista de rictus tenso y altanero, ataviado con un traje antidemócrata y sectario que se remata, cómo no, con un cuello Mao.

Lo que se dice listo para entregar su cuerpo a la parafina e ingresar en el mausoleo de los dictadores.