| 24 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La vergüenza de acribillar a un toro en Algemesí

Un toro se escapó. El animal sólo buscaba una alternativa al suplicio que intuía que le esperaba. Desgraciadamente, el destino le deparaba un final igualmente cruel. Su suerte estaba echada

| Raquel Aguilar * Edición Valencia

Mis sentimientos se encuentran fundidos y confundidos. La verdad es que no sé qué se apodera más de mí, si la indignación, la rabia, la tristeza o el dolor.

Pasó anteayer en Algemesí.

Algemesí, municipio de poco más de 27.000 habitantes, con un maravilloso patrimonio cultural, pero que tiene el vergonzoso honor de ser conocido por ser uno de los pueblos más crueles con los animales de toda la geografía española.

Algemesí ha sido protagonista durante años de uno de los espectáculos más dantescos y repugnantes que existen dentro del ya de por sí contexto atroz de la tauromaquia, las becerradas.

En ellas, los chavales del pueblo, vestidos con ridículos disfraces y acicalados algunos con tasas considerables de alcohol, por grupos, humillaban y destrozaban el cuerpo de los animales (para quien no lo sepa, los becerros son toros de menos de dos años de edad, de tamaño no mayor que el de un perro mastín) perforando reiteradamente cada centímetro cúbico de su organismo con la espada, mientras la música sonaba y el público reía y aplaudía la hazaña, festejando el espeluznante sufrimiento al que era sometido ese inocente animal, y que terminaba con su agónica muerte.

Ahora a los becerros no se les mata en la plaza así. Ahora, cuando tienen ya los dos años cumplidos (y que en ese momento pasan a llamarse erales), no son torturados por la gente del pueblo.

Son masacrados por aprendices de torero. Un eral para cada aprendiz. Este año, de los ocho participantes, tres pertenecen a la escuela taurina de Valencia, que es pública y está financiada con nuestros impuestos.

A estos erales hay que sumar los animales maltratados a parte, en tentadero, por los alumnos de la escuela taurina que son del pueblo, cuyo desenlace no se especifica pero podemos imaginar.

Además de esos animales, otros 30 toros han sido torturados y ejecutados en Algemesí. Y todo ello, en tan solo nueve días.

Esa es la “Setmana de bous” de Algemesí.

Este año ha habido un caso que ha puesto de manifiesto, más si cabe, el despropósito de estos actos, el riesgo que entraña para las personas, además del sufrimiento que supone a los animales y la falta de interés de quienes nos gobiernan, sin importar el sino político, por poner fin a algo que nos denigra como sociedad.

Anteayer, un toro se escapó. El animal sólo buscaba una alternativa al suplicio que intuía que le esperaba.

Desgraciadamente, el destino le deparaba un final igualmente cruel. Su suerte estaba ya echada.

Tras perseguirlo y conducirlo a una zona junto al río, recibió 27 disparos procedentes de las armas de dos agentes. Sí, 27 impactos de bala que agujerearon su cuerpo mientras se retorcía y bramaba de dolor. En plena calle y ante la presencia de un grupo de personas. El fin a la vida del animal lo puso un individuo con un arma blanca de grandes dimensiones que lo apuntilló en plena calle.

La muerte del animal fue aplaudida y celebrada por los presentes. La violencia desmesurada de un puñado de hombres había puesto fin a las ansias de vivir de un animal solo, indefenso y acorralado.

Desgraciadamente, nos enfrentamos otra vez a una actuación policial resuelta a base de pistola, en que un animal es el involuntario protagonista.

Nuevamente debemos plantearnos varias cuestiones.

Algunas, ajenas a la tauromaquia en sí.

¿Dónde están los principios de congruencia, oportunidad y proporcionalidad que deben aplicarse antes de utilizar un arma?

¿No había otra alternativa? ¿Qué tipo de munición han utilizado? ¿Dónde están los dardos tranquilizantes para este tipo de casos?

¿Se puede disparar un arma en plena calle? ¿Qué habría pasado si un proyectil hubiese impactado en alguna de las personas que por allí se encontraban?

Y por supuesto, debemos plantearnos que la tauromaquia es algo totalmente injustificable e intolerable. Sólo deja sangre y sufrimiento a su paso. Para los animales, siempre. Para las personas, muchas veces. Pagando las consecuencias incluso aquellas que no participan de la barbarie.

Quienes lo permiten son cómplices de todas estas muertes. De todos estos heridos. De todo este sufrimiento. A estas alturas del siglo XXI, debería darnos vergüenza seguir comportándonos como en el medievo y disfrutar con el sufrimiento de otros que, como nosotros, sólo quieren vivir en paz.

Después de escribir todo esto, ya sé lo que siento.

Vergüenza.

*Presidenta de PACMA provincia de Valencia