| 25 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Del ´Sanders´ Margallo al ´outsider´ Bayo. El PP ya no es el partido previsible

En los últimos años hemos vivido numerosas experiencias de aspirantes despreciados de antemano que consiguen dar un vuelco a los pronósticos. Macron, Corbyn o el socialista Pedro Sánchez

| Héctor González Edición Valencia

José Manuel García-Margallo, el ministro de Asuntos Exteriores por excelencia del Gobierno de Rajoy, ha apelado a la movilización de las bases para elegir al nuevo presidente del Partido Popular. Y para exhibirse como alternativa. En veteranía, en ese irredento carácter independiente que lo caracteriza, en su oposición a la estructura clásica del partido, ejemplificada, ahora y en el caso de Margallo, en las consideradas herederas naturales (Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal) y en su llamada a los afiliados para decidir el destino de su formación, recuerda a Sanders, el aguerrido senador de Vermont.

También con esa premisa de ejercer de portavoz  del afiliado de a pie ha rebrotado José Luis Bayo. El que fuera presidente de Nuevas Generaciones en la provincia de Valencia nunca ha acabado de eclosionar. Sus trazas de águila política de hace una década se han quedado, por el momento, en el sosegado vuelo de la gaviota que sirve de emblema a su partido. Como Santi Mina en el Valencia CF. Aunque todavía tiene margen de mejora.

Eso sí, en cuanto avista tierra, Bayo agita sus alas y se lanza en picado. Como cuando presentó guerrilla a Isabel Bonig para dirigir el PP de la Comunidad Valenciana. Ahora, con ese listón tan accesible de 100 avales, ha decidido optar también a la presidencia nacional. Sin complejos. ¿Por qué no?

En tiempos de vértigo político y con la figura paternal de Mariano Rajoy, experto en marcar pausas, entre bambalinas y fuera de escena, el Partido Popular puede dejar de ser el partido previsible. El trío mediático (Soraya, Cospedal, Feijóo) no convence a numerosos militantes. Las dos primeras  suponen más de lo mismo, cuando lo mismo las encuestas llevan meses demostrando que causa hastío al votante. Y la imagen de Núñez Feijóo arrastra sombras y desconfianza. En el resto de España no rezuma el aroma vencedor que embriaga en Galicia.

En este contexto de inestabilidad, un paso erróneo puede arrojar al precipicio una carrera política para quienes tienen bastante que perder. En cambio, para otros, como Margallo o Bayo, constituye una oportunidad. El neoyorquino Bernard Sanders colocó en un auténtico brete a toda la estructura demócrata y casi descabalga de la carrera presidencial a la candidata por antonomasia del partido, Hillary Clinton. Comenzó aparentemente sin posibilidad alguna, desdeñado por los medios, y logró configurar una ola de simpatía y apoyo espontáneo que le dejó a un puñado de delegados de ser candidato a presidente. Quizás él hubiera ganado al rival republicano, Donald Trump.

En los últimos años hemos vivido numerosas experiencias de aspirantes despreciados de antemano que consiguen dar un vuelco a los pronósticos. Macron, Corbyn…, el socialista Pedro Sánchez. Y todos  lo logran movilizando a las bases contra la estructura. O al votante desencantado que quiere castigar el acartonamiento, la arrogancia o el distanciamiento del partido en el poder. Ganan izados por la fuerza, la ira o el desenfreno de la militancia, del pueblo…, al que consiguen ilusionar o levantar.

La afiliación del PP tiene ahora la oportunidad de decidir por sí misma. Sin tutelas. Su anterior presidente, José María Aznar, estuvo jugando con tres cartas (Rato, Mayor Oreja y Rajoy) hasta que al final convirtió al último en el rey de la baraja. No había más opción. Solamente la de la aclamación.

Ahora, Rajoy ha dejado claro que no tiene delfín. Que ni tan siquiera va a condicionar susurrando un nombre. Deja a la militancia la elección. En las próximas semanas veremos si supone un peso o una oportunidad. Si se dejan llevar por la inercia de los candidatos conocidos y predecibles, por los dictados del ´aparato´ y las apuestas mediáticas, o se permiten arrastrar por la brisa del cambio, por virar hacia tierras ignotas, por votar a candidatos que ilusionen más que a aquellos que garanticen continuidad.

Desde su lugar en la oposición en el Congreso y en la mayoría de comunidades autónomas y ayuntamientos, el PP tiene mucho menos que perder con un cambio que en el pasado. También esta situación se extrapola a bastantes afiliados que antes  votaban o movilizaban para amarrar cargos y que ahora participarán como militantes de a pie, sin nada que conservar. En esta coyuntura, el PP puede dejar de ser el partido previsible.