| 26 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Que no te engañen: El dolor se puede medir

¿Te imaginas que pudieras demostrar a tu médico que el dolor que estás sufriendo no es fruto de tu imaginación?

| Dr. Jesús Sánchez Martos Belleza

¿Se puede medir el dolor?

Por supuesto que se puede medir el dolor, pero desde el principio de aceptar por parte del profesional sanitario, la sinceridad de nuestros pacientes, las personas que sufren cualquier tipo de dolor, agudo o crónico, aunque de momento no contemos con las pruebas diagnosticas a las que estamos acostumbrados, como las radiografías, el TAC o la RMN; la sinceridad de los que sufren el dolor en muchas ocasiones con la incomprensión del medio que les rodea, como sucede con la fibromialgia y el síndrome de fatiga crónica, por poner solo un par de ejemplos que se siguen conociendo como “enfermedades sin papeles” porque no hay pruebas diagnosticas que nos convenzan a todos.

 

¿Existe el “dolorímetro”?

Si escucharan en los medios de comunicación o leyeran, como ahora, en este periódico digital que se acaba de inventar el “dolorímetro”, un aparato capaz de medir el dolor que padecen tantas y tantas personas, pero con una exactitud matemática…¿qué pensarían ustedes?, ¿que se trata de un gran avance de la medicina moderna y la tecnología del Siglo XXI que pretende medir y cuantificar todo lo que tiene a su alcance?, ¿o que es una más de las fake news a las que desafortunadamente tanto nos estamos acostumbrando en todos los ámbitos de la vida en estos momentos tan convulsos de la comunicación en redes?.

Sigan imaginando, al menos durante un momento. El “dolorímetro” sería un aparato, nada complicado de utilizar y por supuesto barato y al alcance de todos los bolsillos, que con un par de “inocentes” electrodos pudiera medir y por tanto cuantificar el dolor que una persona sufre como consecuencia de una cefalea, una lumbalgia, o incluso por una molesta menstruación, que tanto puede llegar a incapacitar la vida diaria a algunas mujeres que en no pocas ocasiones son tildadas, sin rigor alguno por supuesto, de “debiluchas”. Pero, sigamos en el campo de la imaginación.

¿Se imagina usted que pudiera demostrar a su médico que el dolor que está sufriendo no es fruto de su imaginación y que tiene una medida exacta de su intensidad en una escala del “0” al “10”? Que no se trata de que uno es más “quejica” que otro, sino de que unas personas sienten y padecen el dolor de forma distinta que los demás. Y desde luego no se trata de defender la idea de que hay que sufrir el dolor ya que es algo que es indivisible e inseparable de la enfermedad que se padezca, que en muchas ocasiones ni se llega a diagnosticar con claridad.

Pues deje de imaginar, porque este aparato existe desde el principio de la humanidad aunque no se haya patentado con el nombre de “dolorímetro” y fue utilizado por Hipócrates, el padre de la Medicina, cuando establecía el proceso de comunicación con sus pacientes en la consulta o en el domicilio, un proceso que ahora se conoce como “entrevista clínica” y que tantos buenos resultados nos ofrece a todos, a los pacientes y a los profesionales sanitarios, cuando se establece con la adecuada metodología.

 

Los progresos de la tecnología en la medición del dolor

Como no puede ser de otro modo, también la ingeniería electrónica y la tecnología moderna, están intentando desde hace años llegar al “aparato” que pueda medir el dolor de forma cuantitativa, como lo hace el termómetro o el aparato que nos mide la tensión arterial, a través de electrodos que tratan de medir la presión mínima que el paciente puede percibir como dolor, aplicándola de forma gradual y creciente. Se conoce como “algómetro” y como ven se debe seguir confiando en la “percepción” del paciente, que es precisamente lo que defendemos en este artículo de opinión.

 

Volvamos a nuestro “dolorímetro”, el que está al alcance de todos

Nuestro modelo de “dolorímetro”, sin necesidad de gastar recursos en tecnología moderna, consiste en el simple hecho de escuchar de forma activa al paciente y aceptar que está sufriendo algún dolor y que cada persona tiene una escala muy personal, un “dolorímetro” que es individual e intransferible, que contribuye a que la entrevista clínica, aunque a veces tenga un tiempo demasiado limitado, sea algo totalmente “personalizado e individualizado”. Y es que cada persona es un mundo, cada uno lo vive de forma diferente, cada uno tenemos nuestro personal “umbral del dolor”. Si alguien tiene dolor, además de no tener que sufrirlo porque hoy disponemos los médicos de un gran arsenal terapéutico, debe ser atendido como se merece, con su escala personal del dolor, con su propio “dolorímetro”.

 

El dolorímetro no es una fake news

Y no, no es una nueva fake news. Muchos médicos y otros profesionales sanitarios, cada vez más utilizamos una escala del dolor que consiste en una “tabla con dos caras”, y que está cuantificada entre el “0” y el “10”; se conoce como E.V.A. (Escala Visual Analógica).

 

Escala Visual Analógica (E.V.A.) del dolor

En una cara, la del paciente, es él quién tiene que marcar el valor con el que cuantifica su propio dolor. Una vez que se ha marcado por parte del paciente este lado de la escala, la otra cara, la del médico, que la está viendo directamente, nos está informando a los galenos del tratamiento más adecuado para este tipo de dolor, leve, moderado o intenso, aunque nuestra subjetividad de lo que está ocurriendo sea diferente. El paciente dice que le duele y en principio, tiene derecho a la “presunción de inocencia”, porque de otro modo, si está mintiendo, debe saber que al único que está perjudicando es a su propio estado de salud.

Y es que no todo se ha de cuantificar. Hay cosas como el dolor, que se padecen y que aunque no se puedan medir con exactitud, necesitan de una ayuda por parte de quién entiende de esto, es decir, del médico, del profesional sanitario. Seguro que de esta forma se evitaría tanta automedicación fruto de la falta de relación y de confianza entre el paciente y su médico.

El mejor instrumento de exploración

con el que cuenta el médico, es la silla

para que el enfermo se siente a hablar,

y el profesional le pueda escuchar

 Dr. Gregorio Marañón (1887-1960)

 Jesús Sánchez Martos

Catedrático de Educación para la Salud

Universidad Complutense de Madrid