| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Rajoy y el hijo de Suárez el pasado viernes en Ávila.
Rajoy y el hijo de Suárez el pasado viernes en Ávila.

El centro en campaña

La figura del querido expresidente del Gobierno es la forma rápida y directa de transmitir centralidad a la opinión pública, bien lo saben el PP y C´s que pelean por quedarse con la patente.

| Antonio Martín Beaumont Opinión

Un sugerente libro, Quiero tu voto, escrito por Pedro Bermejo, neurólogo en el Hospital Universitario Puerta de Hierro de Madrid, detalla los laberintos del cerebro que, convenientemente activados por impulsos (racionales y emocionales), nos orientan hacia este o aquel político. Son sorprendentes las técnicas y trucos que se emplean en las campañas para agilizar esas zonas cerebrales que inclinan el voto. Por ejemplo, desvela el doctor Bermejo que mensajes como “Tic, tac, tic, tac”, utilizado por Pablo Iglesias, provoca una emoción que bloquea la capacidad para tomar decisiones de forma razonada y libre. ¿Ciencia ficción? No: neurociencia.

Hay quienes son partidarios de que las campañas electorales consten más de una sucesión de gestos simbólicos que de mensajes racionales para lograr el apoyo del votante. En ésta del 20-D, cuyo ecuador hemos rebasado, algo así estamos viendo. No es la primera vez: recordemos 2004, cuando alrededor del candidato socialista, José Luis Rodríguez Zapatero, se elaboró una estrategia publicitaria dirigida a vender una marca, “ZP”, más que un presidente del Gobierno. Pero, la verdad, Zapatero acabó ganando las elecciones. Aunque el resto de la historia, tras el 11-M y siete años largos en La Moncloa, no hace falta extenderse demasiado para contarla. Es de sobra conocida. Por propios y ajenos.

Fíjense en la batalla por conquistar el centro que han librado PP y Ciudadanos en los primeros días de campaña. Como suele decirse: se han tirado los trastos a la cabeza, aunque sutilmente, a través de gestos. Mariano Rajoy se fue a Ávila, la tierra de Adolfo Suárez, para abrir la campaña electoral. El líder popular, de hecho, paseó por sus calles junto al hijo de quien seguramente es el más genuino símbolo del centro político.

Claro, que no es el único que tiene asumido que el “tótem” Suárez es la forma rápida y directa de transmitir centralidad a la opinión pública. Albert Rivera no ha dudado en presentarse como el nuevo Suárez en cuanto ha tenido espacio. Su escenografía no engaña además. El color naranja sobre fondo verdoso, es similar al usado en su día por UCD. Incluso ha buscado reforzar sus mensajes en esta dirección celebrando Ejecutivas de C’s en Ávila o abriendo la campaña en el mítico hotel madrileño donde seguía las noches electorales el político abulense.

Ni siquiera la izquierda renuncia al centro como objeto de deseo electoral. Lógico. Podemos porque, una vez rebañado el plato de IU, ahora desea comer del del PSOE. De ahí que desde hace semanas sean las caras más transversales y sin aristas del partido morado, quienes hayan tomado protagonismo. Lo que toca a Íñigo Errejón y otros, por mandato de Iglesias, es asaltar el socialismo arrebatándole votantes de “izquierda pura” desilusionados con la forma meliflua del PSOE. A través de mensajes muy ideologizados, pero que no asustan, Podemos va al encuentro de aquellos que, a fuerza de apoyar con su voto al partido que más años ha gobernado en España, se sienten ya “conservadores” del sistema y, por ello, no desean sobresaltos revolucionarios.

Pero si alguien sufre de verdad en esta campaña llena de guiños al centro es el candidato socialista. Porque el drama para Pedro Sánchez es saber que no puede hacer más que bailar La Yenka: “Izquierda/ izquierda… derecha/ derecha”. Claro: unos días le quita votos Podemos por su flanco izquierdo. Otros, ve cómo Ciudadanos le desangran por su lado derecho. Al final su estrategia es igual que tener una manta corta: cuando quieres taparte la cabeza siempre dejas los pies al descubierto. Así, no resulta extraño que las bases del PSOE, cada vez más desconcertadas, se quejen de la campaña de Sánchez por ser “políticamente esquizofrénica”.