| 23 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Nosotros tenemos ahora que cerrar la frivolidad de un siglo. Que desterrar hasta los últimos vestigios del espíritu de la Enciclopedia. Hablo de revolución sin que me asuste la palabra.
Nosotros tenemos ahora que cerrar la frivolidad de un siglo. Que desterrar hasta los últimos vestigios del espíritu de la Enciclopedia. Hablo de revolución sin que me asuste la palabra.

Memoria y olvido interesados, en periódicos y en políticos

La victoria de Franco trajo paz y forma aún parte de la España de hoy, junto con las demás memorias. Una amputación del pasado, como la de Zapatero, Rajoy o Carmena, sólo trae odio y dolor.

| Pascual Tamburri Opinión

Nos advertía hace unos días un amable lector de algo realmente escalofriante: por mucho que nos empeñemos, “Franco no va a resucitar”. Yo confieso no tener muchos vínculos, y menos de nostalgia, con aquel Régimen; pero él, sea de dónde sea, ¿está seguro de poder olvidar dónde estaban todos sus ancestros hace 78 ó 79 años? ¿Y hace simplemente 50? A ese olvido parcial, sectario o cobarde es al que los políticos y los periodistas apesebrados de hoy llaman “memoria”. Memoria frágil, como la de Esteban González Pons, que sólo en precampaña se ha acordado de “que son los comunistas de siempre”.

Hace 77 años, el 19 de mayo de 1939, se celebró el primer desfile de la Victoria. Antes de comenzar, el bilaureado general José Enrique Varela condecoró al Jefe del Estado con la más preciada condecoración militar, la Cruz Laureada de San Fernando. Durante seis horas en el Paseo de la Castellana desfilaron unos doscientos mil hombres de todas las armas y todos los medios, con 150 carros de combate y 1000 cañones, y destacando una presencia para nada ocultada sino muy aplaudida de portugueses, marroquíes, alemanes e italianos. Todas las portadas de la prensa se llenaron esos días de loas al Caudillo vencedor, a los Ejércitos de la nueva España y a sus gloriosos aliados. Por desgracia para muchos intereses, existen filmotecas y hemerotecas, y lo que esos días se dijo, se exhibió y se aclamó es embarazoso para la que ahora llaman “memoria histórica”, que no es memoria sino nuevo relato interesado, y no es historia porque no es ni verdadera ni científica. Simplemente, es política. Y gracias a la voluntad de unos y a la cobardía de otros, el pasado ha vuelto a ser política.

Embarazosa política además, si uno olvida que es pasado. El muy monárquico y muy libre ABC había abierto su edición de apenas un mes antes con algo que seguramente querrían hoy hacer olvidar aún más, al pie de un retrato de Hitler: “Hoy, 20 de abril, cumple el canciller del Reich cincuenta años, y con este motivo Alemania celebra grandes fiestas, a las que asiste una Comisión española, presidida por el glorioso general Moscardó, el héroe del Alcázar de Toledo. ABC se honra en esta fecha publicando en su primera página el retrato del jefe del Estado alemán”. Y nadie les obligaba, a ellos menos que a nadie, a expresarse a sí. Pero era el ambiente político y espiritual de aquella España, y sin entenderlo toda memoria será, como son las opiniones de un ilustre intelectual como el gladiador Piqué, basura política progre.

El viernes 19 de mayo de 1939 a lo largo de la Castellana, Recoletos –luego Calvo Sotelo- y El Prado, doscientos mil militares, más de quinientas mil personas y cien mil banderas aclamaron la victoria de Franco. La prensa, y la burguesa con enorme alivio y extremos de sumisión como se ve inimaginables conociendo a sus nietos, cubrió también el desfile. Incluyendo por supuesto doscientos periodistas extranjeros curiosos de la nueva España. Al término del desfile y en la celebración de la victoria, Franco no habló de memoria, sino de sus planes de futuro: “Nosotros tenemos ahora que cerrar la frivolidad de un siglo. Que desterrar hasta los últimos vestigios del espíritu de la Enciclopedia. Hablo de revolución sin que me asuste la palabra”, empezó diciendo ese día.

En palabras del mismo ABC, hace 77 veintes de mayo: “La ceremonia celebrada ayer durante cinco horas largas en el Paseo de la Castellana suspendió los corazones. Fue una comunión de entusiasmo y, al propio tiempo, un alarde de profunda y universal sustancia política. Tenía la sugestión de lo nuestro, localizado en el tiempo y en el espacio; pero tenía también un aire insólito de manifestación ecuménica. Ni el desfile interaliado de 1.918, que reunió en el Arco del Triunfo y la Plaza de la Concordia 80.000 combatientes, ni el celebrado hace semanas en Berlín, ni el que dos veces al año convoca la propaganda del Komintern en la Plaza Roja dan idea de la parada de ayer. Más numerosa que todas y tan moderna, rítmica y ordenada como el más exigente Estado Mayor haya podido soñar, este espectáculo dice lo que puede ser España, lo que será España si cada español se hace digno de la vida profesional y en la vida social de la épica manifestación que acaban de ofrecer a sus coterráneos y al mundo los Ejércitos de Franco.

Y lo certificó, fuera hoy de toda memoria, el propio Franco el mismo día: "[...] Yo quisiera, españoles, que la unidad sagrada que alienta en vuestro común entusiasmo, y en el fervor por la obra de nuestros combatientes, no decaiga jamás; ha sido la base de nuestra Victoria, y en ella se asienta el edificio de la nueva España… La Victoria se malograría si no continuásemos con la tensión y la inquietud de los días heroicos, si dejásemos en libertad de acción a los eternos disidentes, a los rencorosos, a los egoístas, a los defensores de una economía liberal que facilitaba la explotación de los débiles por los mejor dotados… Mucha ha sido la sangre derramada y mucho ha costado a las madres españolas nuestra Santa Cruzada para que permitamos que la Victoria pueda malograrse por los agentes extranjeros infiltrados en las Empresas o por el torpe murmurar de gentes mezquinas y sin horizontes”.

Hacemos una España para todos: vengan a nuestro campo los que arrepentidos de corazón quieran colaborar a su grandeza; pero si ayer pecaron, no esperen les demos el espaldarazo mientras no se hayan redimido con sus obras… Para esta gran etapa de la reconstrucción de España necesitamos que nadie piense volver a la normalidad anterior; nuestra normalidad no son los casinos ni los pequeños grupos, ni los afanes parciales. Nuestra normalidad es el trabajo abnegado y duro de cada día para hacer una Patria nueva y grande de verdad. [...] Acabaron, pues, los días fáciles y frívolos, en que sólo se vivía para el mañana; no es una frase hueca y sin contenido la de nuestro Imperio, a él vamos; pero sólo lo lograremos con renunciaciones, con sacrificio, con austeridad y con disciplina…” Desde luego que puede ser acusado de muchas cosas y muy graves, pero no de nostálgico de un pasado inexistente, ni de inventar una memoria a su conveniencia como ahora, para justificar los excesos presentes y futuros: no le hacía falta, pues decía lo que quería en ese momento hacer. Y la prensa, la misma prensa que hoy aplaude subvencionada, aplaudía casi sin subvencionar, de Godó a Luca de Tena e via dicendo; claro que lo hacía del brazo de los abuelos y bisabuelos de los mismos políticos que han impuesto o han conservado esa “memoria histórica” que nos lleva a una nueva división futura. Convienen que al menos se vean a sí mismos reflejados en las verdaderas caras de aquellos hombres de otro momento difícil.