| 21 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

× Portada España Investigación Opinión Medios Chismógrafo Andalucía Castilla y León Castilla-La Mancha C. Valenciana Economía Deportes Motor Sostenibilidad Estilo esTendencia Salud ESdiario TV Viajar Mundo Suscribirse
Felipe VI debe la existencia de su trono a la voluntad de Francisco Franco, como bien ha sabido siempre su padre
Felipe VI debe la existencia de su trono a la voluntad de Francisco Franco, como bien ha sabido siempre su padre

Juan Carlos I le debió todo, y Felipe VI casi todo

Los Borbones no reinan por derecho dinástico, sino por voluntad del monárquico Franco. Felipe VI es más heredero del general que de un bisabuelo que abandono el trono tras perjurar.

| Pascual Tamburri Opinión

Los Borbones no reinan por derecho dinástico, sino por voluntad del monárquico Franco. Felipe VI es más heredero del general que de un bisabuelo que abandono el trono tras perjurar.

 En 1969, conforme a la legalidad vigente en España, el entonces Jefe del Estado designó su sucesor ante las Cortes Españolas al joven Juan Carlos de Borbón, hijo mayor del tercer hijo del último rey, el mismo Alfonso que huyó del país en 1931 abandonando la Corona y abriendo las puertas a la República y la Guerra Civil.

Don Juan Carlos lo ha contado de muchas maneras desde entonces, según soplasen los vientos de la política, pero hace 40 años exactos se comprobó algo que él nunca ha negado: reinó desde 1975 porque Francisco Franco quiso. "Si no hubiera aguantado lo que aguanté -cohabitar con Franco y heredar de él la Jefatura del Estado- no habría sucedido lo que luego sucedió en España: la reinstauración de la democracia y de la Monarquía parlamentaria". Es seguro que Juan Carlos de Borbón quería reinar; no lo es tanto su fervor democrático y constitucional, como no lo había sido el de su padre don Juan: ambos querían reinar, que fuese o no con una democracia dependió más bien de los tiempos y las modas, como demuestra cualquier comparación entre las ideas del viejo conde de Barcelona en 1936 y en 1976.

Juan Carlos de Borbón reinó entre el 22 de noviembre de 1975, cuando recibió sin ninguna duda el legado y la legitimidad de Franco, y el 2 de junio de 2014, cuando abdicó en su hijo como resultado de su propia torpeza de movimientos. En Felipe VI descansa hoy la legitimidad de origen del Estado Nacional, alzado contra la ilegitimidad de origen y de ejercicio de los poderes vigentes el 18 de julio de 1936 y confirmado en 40 años decisivos para la vida de España.

A posteriori, don Juan Carlos de Borbón llenó de loas a su padre, de quien llegó a decir que "fue un hombre que renunció a todo por la democracia y la Monarquía". Nada menos cierto. Don Juan quiso reinar con el sistema que fuese, en cuatro ocasiones intentó combatir del lado franquista en la Guerra Civil y se relacionó íntimamente con Italia y Alemania cuando la moda en Europa no era la democracia parlamentaria liberal. Don Juan no renunció, justamente: fue Franco quien decidió por uno, por otro y por España. En 1947 decidió que se instituyese una nueva y diferente Monarquía, en 1969 –con Juan Carlos de Borbón ya casado y habiendo engendrado un heredero varón, don Felipe hoy reinante- nombró heredero y en 1975 la coronó con su muerte.

Y si no, que os lo demande

“El Consejo de Regencia, participando en el dolor que vive todo el país, ha de tomar, como medida encaminada a asegurar la continuidad en la más alta jerarquía del Estado, la de convocar a las Cortes Españolas y al Consejo del Reino para recibir el juramento del sucesor, Su Alteza Real el Príncipe de España Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, y proclamarle Rey”.

“Señor: Las Cortes Españolas y el Consejo del Reino, convocados conjuntamente por el Consejo de Regencia, en cumplimiento de lo dispuesto en el artículo séptimo de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado, están reunidos para recibir de Vuestra Alteza el juramento que la Ley prescribe: solemnidad previa a vuestra proclamación como Rey de España”.

“El presidente del Consejo de Regencia toma en sus manos el libro de los Evangelios y formula a Su Alteza Real el Príncipe de España la siguiente pregunta: Señor: ¿Juráis por Dios, y sobre los santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino, así como guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional?”

“Su Alteza Real, poniendo la mano derecha sobre los santos Evangelios, responde: Juro por Dios, y sobre los santos Evangelios, cumplir y hacer cumplir las Leyes Fundamentales del Reino y guardar lealtad a los Principios que informan el Movimiento Nacional”.

“El presidente del Consejo de Regencia contesta a Su Majestad don Juan Carlos de Borbón y Borbón: Si así lo hiciereis, que Dios os lo premie, y si no, os lo demande”.

“A continuación, el excelentísimo señor presidente de las Cortes y del Consejo del Reino declara solemnemente: En nombre de las Cortes Españolas y del Consejo del Reino, manifestamos a la nación española que queda proclamado Rey de España Don Juan Carlos de Borbón y Borbón, que reinará con el nombre de Juan Carlos I. Señores procuradores, señores consejeros: Desde la emoción en el recuerdo a Franco, ¡viva el Rey! ¡Viva España!”

No se trató de una mera fórmula franquista, sino de un paso necesario para reinar, como el mismo don Juan Carlos afirmó en su discurso de proclamación: “Una figura excepcional entra en la historia. El nombre de Francisco Franco será ya un jalón del acontecer español y un hito al que será imposible dejar de referirse para entender la clave de nuestra vida política contemporánea. Con respeto y gratitud quiero recordar la figura de quien durante tantos años asumió la pesada responsabilidad de conducir la gobernación del Estado. Su recuerdo constituirá para mí una exigencia de comportamiento y de lealtad para con las funciones que asumo al servicio de la Patria. Es de pueblos grandes y nobles el saber recordar a quienes dedicaron su vida al servicio de un ideal. España nunca podrá olvidar a quien como soldado y estadista ha consagrado toda la existencia a su servicio”.

¿Un balance?

En tiempos en Libertad Digital César Vidal reprochó nuestros males nacionales a "una cosmovisión –nefasta para la Historia de España– que arrancaba del pensamiento reaccionario católico del s. XIX al que se habían sumado elementos del fascismo". Es libre de creerlo él, aunque no creo yo que el franquismo fuese exactamente eso. Los paseantes habituales de esta casa no dudarán sobre mis personales preferencias, digamos, entre Manuel Azaña (que al fin y al cabo pretendía ser un liberal, sin conseguirlo de verdad) y J.R.R. Tolkien (que modo suo lo era sin saberlo). ¿Fue Franco antiliberal? Por supuesto y sin duda, y si hubiese alguien que lo negase no merecería más que una sonrisa. Lo que pasa es que su antiliberalismo, a su modo, nos trajo este régimen liberal-democrático, con todos sus defectos, que también gracias a Vidal conocemos bien. Así que sin Franco no habría hoy ni monarquía, ni Borbones; justamente porque diseñó un régimen autoritario, flexible y mutable, mutó y vino esto. Lo que por cierto, visto lo visto, tampoco es una maravilla tan absoluta.

Pero recordemos que los secuaces del tuñonismo y demás escuelas "ortodoxas" no hacen prisioneros, y para ellos Moa y Vidal son igualmente antiacadémicos –en lo que probablemente tengan razón puesto que los resortes de la ‘legitimidad’ académica están en las manos que están-, acientíficos, indeseables y etc. Lo de los beatos Javier Tusell, Paul Preston, Santos Juliá y Edward Malefakis, por ejemplo, no deja de ser lo que Stanley G. Payne llama una "religión política": una creencia con sus dogmas. Una cosa es cierta: sin Franco y su régimen hoy no tendríamos la democracia que tenemos. Puede que tuviésemos otra, o que viviésemos en un paraíso terrenal, pero lo cierto es que sería otra cosa, con múltiples oportunidades además de no ser siquiera una democracia. Pío Moa  cree que hay que agradecérselo, sin por ello decir que él fuese liberal o proliberal.

España vive, desde hace 40 años exactos, una Instauración. Franco quiso una nueva monarquía, y nueva fue de origen, “católica, social y representativa”. Por eso jamás Juan de Barcelona fue rey de nada, y su padre don Alfonso murió en Roma tras haber traicionado a todos los que de un modo u otro quisieron servirle. Una tradición familiar, según parece. Instauración, hasta tal punto que Franco no dio paso a don Juan Carlos hasta saberlo con un heredero (y asistir al bautismo de éste, por cierto). Pero Juan Carlos I trajo todos los vicios de sus mayores, deslealtad, chalaneo, traición, egoísmo, sumisión al exterior –desde el mismo 1975 en el Sahara-, corrupción, elecciones falseadas, políticos profesionales, leyes sin principios, división de España. Y en ese sentido no es nueva, sino vieja y restaurada esta monarquía de Felipe VI. ¿Qué podremos decir dentro de otros 40 años?

 Pascual Tamburri