| 20 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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Javier Maroto ha hecho saltar las alarmas en el Partido Popular.
Javier Maroto ha hecho saltar las alarmas en el Partido Popular.

El amago de dimisión de Maroto por el caso Barberá puso el PP patas arriba

Las posiciones del vicesecretario de Acción Sectorial le han otorgado la condición de “patito feo” del Partido Popular. Ya ha hecho sonar las alarmas en Génova 13.

| Ricardo Rodríguez Opinión

El runrún recorrió, como un escalofrío, el sistema nervioso popular: Javier Maroto había amenazado con abandonar de un portazo la Vicesecretaría General de Acción Sectorial y coger el portante para Vitoria ante la falta de reacción en el caso de Rita Barberá. Era verosímil y así lo llegó incluso a difundir uno de sus compañeros, miembro de la cúpula del PP y, como tal, habitual de esos Comités de Dirección que preside el propio Mariano Rajoy.

Las cosas ya se han puesto de tal modo con los tejemanejes de la corrupción y las financiaciones ilegales, las impúdicas miserias están tan a la vista, que Maroto podía haberse convencido de que cualquier intento de blanquear sus siglas solo podía conducirle a la melancolía. Lo raro era que ese amago se hubiera hecho esperar durante tanto tiempo. En cuestión de horas, la especie se desvaneció de los pasillos, un suspiro de alivio devolvió el color a los rostros pálidos de Génova y un expediente informativo le estalló en la cara a la ex alcaldesa.

En aquella aciaga jornada del pasado 15 de marzo, la de Barberá mostrándose de viva voz partidaria de declarar ante el juez y punto, más de un alto cargo obligado a dar seguridad, terminó travestido en representación de miedo. Fernando Martínez Maillo fue uno de esos requeridos a resolver problemas y que, por contra, acabó devorado por los acontecimientos. Un fracaso sin paliativos resultó ver a todo un vicesecretario de Organización saliendo a la palestra y anunciar la apertura del expediente de marras para buscar la “verdad política” de lo investigado judicialmente y transmitir a la vez una falta de confianza tan obvia en la proclama, que sonrojó a propios y extraños.

Aunque sea cierto el compromiso en la lucha contra comportamientos indebidos, nadie rastreó en simples disfunciones internas de comunicación las causas de las discrepancias exhibidas en público, desde la reacción de Maroto considerando insuficientes las explicaciones de Rita Barberá hasta el alborozo del propio Rajoy por la anunciada colaboración de la ex alcaldesa de Valencia con la Justicia.

El discurso, la imagen, las ideas y la conducta de Javier Maroto y de toda una nueva generación de políticos, léase también Pablo Casado, parecen incompatibles con la estrategia lastrada por el marianismo. Y, claro, a Maroto se le entiende todo. Más aún desde que correligionarios le atribuyeron la condición de “patito feo” del PP. Aunque en el edificio de la gaviota nieguen discrepancias. Algo que, a estas alturas, es sencillamente imposible de creer.

Las grietas provocadas por Barberá (amenazas mediante) parecen imposibles de recomponer. No hacía falta parar las máquinas para acusar recibo de los sartenazos vía SMS de RitaMartínez Maillo y de las contraordenes de la otrora regidora a los ediles investigados en el caso Taula frente los intentos de contundencia de la presidenta del PPCV, Isabel Bonig. Las bazas de las que dispone Bonig son escasas. Entre sus manos, una marca quemada y sin credibilidad.

De lo que sí queda constancia es de que el Partido Popular pisa terreno crítico, sigue empantanado y, lo que es peor, tiene difícil aguantar sin que les estallen costuras. Porque, al final, no hay mejor test que el de las urnas. Y para que un amplio espectro de españoles que terminó horrorizado con la anterior Legislatura se muestre de nuevo dispuesto a votar PP, Mariano Rajoy debería dejar de jugar con la sensación de provisionalidad absolutamente devastadora para la causa.

La conclusión en el bisbiseo Partido Popular es inequívoca: La regeneración ha de ser impuesta sin contemplaciones, con mano dura, o los nuevos rostros, las nuevas ideas y las nuevas formas de hacer política quedarán sepultados per omnía saecula saeculorum.