| 18 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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El plan de la CIA para explotar la muerte de Stalin

En diciembre de 2016 se desclasificó el plan diseñado por los servicios secretos de EEUU para los días posteriores a la muerte de Stalin, sin descartar un escenario de "conflicto general"

| Juanjo Crespo * Edición Valencia

En la España de los años 60, en pleno diseño de la Transición, se acuñó una frase que servía para referirse a la muerte de Franco: “el hecho biológico inevitable”. Era la manera en la que en los documentos oficiales se hablaba del fallecimiento del Jefe del Estado.

Muchas veces en la Historia, la muerte se ha tratado como un tema tabú, y esta semana hemos leído (casi escandalizados) algunos planes -ya preparados por el gobierno británico- para cuando ocurra otro “hecho inevitable”: el fallecimiento de la Reina de Inglaterra Isabel II.

La desaparición física de los líderes políticos es algo inevitable, y a veces ocurre que afecta a toda una sociedad, a un país o incluso a una época.

En 1952 Stalin tenía 74 años y signos evidentes de fallos de memoria que no habían pasado desapercibidos para sus colaboradores y, por lo tanto, para algún confidente de la CIA. Los EEUU decidieron, pues, preparar el escenario de una URSS sin el “héroe de la patria” al frente de sus designios.

El tema era complicado: la Unión Soviética no era una sociedad muy homogénea, y además el régimen de terror distorsionaba –en parte- la información que de ella llegaba a los analistas de la CIA.

Por primera vez en muchos años, la agencia era incapaz de trazar un plan concreto, así que recurrieron a otra agencia de la administración norteamericana: la “Junta de Estrategia Psicológica”, con sede en Washington.

Juntos, los analistas de inteligencia y los psicólogos, desgranaron las partes más ocultas de los líderes políticos y militares de la URSS, estudiando distintas posibilidades en función del sucesor como Jefe de Estado.

Además, se decidió que los EEUU no emitirían ningún mensaje oficial de condolencias al pueblo ruso. El tirano no lo merecía.

También se tomó la determinación de no apoyar a las múltiples mini-repúblicas que –quizás- querrían aprovechar el momento para liberarse del yugo ruso. Se respetarían las fronteras existentes. Ni a EEUU ni a la Europa Occidental les interesaba en ese momento el nacimiento de más países (y menos aún, de manera descontrolada).
¿Malenkov? ¿Beria? ¿Kruschev? ¿El ministro de defensa Bulganin? ¿Quién apoya a quién? ¿A quién el ejército? ¿Y a quién el partido comunista?

El informe fue anticipando, casi construyendo, distintos escenarios, entre el que no se descartaba un conflicto militar a gran escala. Millones de personas al albur de la muerte de una sola. Un ejército de almas unidas a la suerte de un desalmado. En Washington sabían que tenían que aprovechar el momento de la desaparición de Stalin.

El 28 de febrero de 1953 (menos de un año después de aprobarse el plan norteamericano) Joseph Stalin caía desplomado contra el suelo. Por unas horas parecía que ya había muerto, pero entre su hija y algún aterrorizado colaborador consiguieron estabilizarlo en sus aposentos.

Mandaron llamar a los mejores doctores de la URSS, pero tras el “complot de los médicos” (complot que sólo existía en su imaginación) Stalin había mandado encarcelar a los 37 mejores facultativos. Nadie podía, ya, salvar su vida.

Tuvo pequeños momentos de conciencia en los que parecía enojado, mucho. Intentó hablar sin conseguirlo. La mala circulación ennegrecía su piel hasta que, finalmente, el 5 de marzo llegaba el “hecho biológico inevitable”.

Tras su muerte se activó el plan MIDRIB (así se llamaba) con la idea de explotar el enfrentamiento entre los líderes soviéticos que luchaban por la sucesión.

El plan, a la vista está, fue un auténtico fracaso. Las tesis norteamericanas, avaladas tras sesudos estudios psicológicos, no sirvieron de nada. La CIA fue incapaz de traducir la desunión de esos líderes en un foco importante de disidencia, revolución o guerra civil. El régimen de terror es lo que tiene…. Que -por desgracia- no se rige por nuestros parámetros.

La muerte es siempre el último capítulo en la historia de un hombre, y muchas veces la muerte de una persona cambia la Historia, pero no siempre como se había planeado.

Los norteamericanos imaginaron por unos meses que la desaparición física de Stalin podría acabar con el comunismo en Rusia. No fue así y hubo que esperar hasta principios de los 90.

Una cosa sí cambió. Los líderes comunistas se cuidaron muy mucho de encarcelar a los médicos más brillantes del Estado. Mejor tenerlos a mano, nunca se sabe.

 

*Experto en Seguridad y Geoestrategia.