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Tippu Tip.
Tippu Tip.

Sobre la culpa como arma disolvente

Una de las armas antinacionales más poderosas que existen es la culpa. La inducción de culpas colectivas, arrastradas de generación en generación, provoca finalmente el odio hacia sí mismo.

| Eduardo Arroyo Opinión

Una de las armas antinacionales más poderosas que existen es la culpa. La inducción de culpas colectivas, arrastradas de generación en generación, tiene el fatal desenlace de provocar finalmente el odio hacia sí mismo. Hay muchos ejemplos de esto. El que nos toca más directamente, como españoles, es la “leyenda negra”, fabricada en las cloacas de los Países Bajos por gente turbia que odiaba a España. La citada “leyenda” ha tenido sobre nuestra conciencia un peso injustificado por dos razones: primero, no hay culpa terrenal que pese eternamente. Menos aún, que deba deformar la percepción de sí mismo que tiene todo un pueblo. En segundo lugar, y esto es lo peor, porque se debía a sucesos inventados en su mayoría, a medias-verdades aderezadas con mentiras esenciales.

Uno de estos fraudes, también de enorme importancia en la historia de Occidente, es el de la esclavitud. En otro momento nos ocupamos del mito de la esclavitud, como culpa unilateral del “hombre blanco”. Esta unilateralidad ha servido, entre otros motivos análogos, para impregnar de rechazo todo el pasado occidental y hacerlo indigerible a las nuevas generaciones. La mecánica del asunto es como sigue: dos errores son dos errores, no solamente uno. Aquellos que prescinden de un error para centrarse exclusivamente en otro normalmente es porque están interesados en ocultar un cierto sofisma. Esto es lo que han hecho multitud de ideólogos, sobre todo durante el siglo XX. Por ejemplo, según algunos, esta culpa unilateral tiene su origen en el horrible crimen de la esclavitud cuyo motivo son las “relaciones de clase”. De este modo, la teoría marxista explicaba las razones de la esclavitud africana en los países de cultura cristiana, la cual era solo una “superestructura”. La culpabilidad por asociación hacía el resto y servía para impugnar la supuesta buena fe de esa cultura cristiana, totalmente banal ante las “relaciones de clase”, que era lo que importaba.

Pero al contar solo parte de la historia en realidad muy pocos se apercibían de que se estaba haciendo pura propaganda ideológica. Así, todos hemos oído sobre la brutalidad del viaje en barco transoceánico que los esclavos padecían. Nadie o muy pocos sabían de la brutalidad del viaje intracontinental que sufrían esos mismos esclavos: los profesores de historia afro-americana Linda Heywood y John Thornton, de la Universidad de Boston, coautores del libro Central Africans, Atlantic Creoles, and the Foundation of the Americas, 1585-1660 (Boston University, 2007), nos cuentan que cerca del 90% de esos africanos transportados al Nuevo Mundo ya habían sido esclavizados por los mismos africanos. Al final las sociedades tribales africanas hacían esencialmente lo mismo que las de la sociedad industrial. Los citados profesores calculan que alrededor de un millón de personas perecieron en estos viajes, por el interior del continente africano.

Casi nadie sabe de Tippu Tip, de nombre real Hamad bin Muḥammad bin Jum'ah bin Rajab bin Muḥammad bin Sa‘īd al-Murjabī, un comerciante de esclavos de la isla de Zanzíbar, muerto de malaria en 1905 y que, hacia 1895, poseía un imperio de tráfico de esclavos que se extendía por toda África Central, poseyendo él mismo 10.000 esclavos. Tippu Tip no era un puritano de Virginia, precisamente, pero abastecía de esclavos a multitud de dueños de plantaciones (el poseía siete) africanas.

Se puede seguir indagando y averiguando datos parecidos sin demasiado esfuerzo. Lo importante es que la historia de la esclavitud en el mundo tiene una lectura bastante diferente: la esclavitud ha sido una lacra que ha aquejado a todos los pueblos independientemente de su condición, raza o religión. Los países cristianos recurrieron a ella a pesar de su condición de cristianos y si fue abolida lo fue en base precisamente a consideraciones cristianas sobre el valor de la vida humana.

Por lo demás, la esclavitud se origina en la misma naturaleza humana pervertida, que no depende de la cultura, raza o país. Solo la distorsión ideológica del hombre occidental, donde sigue teniendo predicamento el mito del “buen salvaje”, admite como verosímil otra leyenda negra que pesa, esta vez, sobre todo Occidente. En este sentido son mucho más honestos ciertos líderes africanos –los denominados “afro-americanos” de los EEUU se han prestado con demasiada frecuencia a la farsa- que han pedido disculpas por unos errores del pasado que no solo deberían pesar sobre el “hombre blanco”. Así, en 2009, el Congreso de Derechos Civiles celebrado en Nigeria, declaró oficialmente que “no podemos continuar, como africanos, culpando al hombre blanco. Especialmente los dirigentes tradicionales no están exentos de culpa… A la vista del hecho de que muchos americanos y europeos han aceptado la crueldad del papel y se han disculpado forzosamente, sería lógico, razonable y humilde si los jefes tradicionales africanos (pudieran) aceptar la culpa y disculparse formalmente a los descendientes de las víctimas de su colaboración y explotación del comercio de esclavos” (The Guardian, John Smith, 18.11.2009). Esta declaración oficial tiene su origen en la continuada recriminación de líderes y otras figuras de renombre, africanos, hacia sus jefes tribales: desde el abolicionista africano del siglo XVIII Ottobah Cugoano hasta el presidente de Uganda Yoweri Museveni, en pleno siglo XX.

¿A dónde nos lleva todo esto? Primero, a admitir que el hombre es susceptible de las peores villanías en todo lugar y condición; segundo, que la culpa irracional normalmente está inducida por oscuros intereses. Llegados a estos extremos, la filosofía de la sospecha puede abrirnos puertas tras las cuales intentar explicar el por qué de la utilización de la culpa como arma disolvente. Lo que sí que está claro es que unos pocos poderosos viven mejor de la culpa que en la verdad.