| 28 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias.

El toro de Mónica Oltra y las faramallas de Pablo Iglesias

Para derrocar la Transición no hay mejor modo que librar a su propia suerte, esto es, a una muerte segura, a la generación que la hizo posible.

| Enrique Martín Edición Valencia

Las justificaciones del Gobierno a su desastrosa gestión en la lucha contra la pandemia, aduciendo que “era imprevisible”, son de una ridiculez casi entrañable. Obvio: la vida sólo es previsible para los profetas. Si las crisis se pudieran adivinar, no ocurrirían. Más singular aún resulta que Oltra use el proverbio castellano “a toro pasado macho seguro”: por amor a la igualdad, debería decir “a toro pasado, Oltra segura”.

Ella ha corroborado su ineptitud, más allá del espectáculo de camisetas mojadas con el que antaño deslumbraba. Los que en su día estudiamos el Samuelson, sabemos que la economía es una ciencia social basada en elecciones: o dedicas tus recursos escasos a fabricar cañones o a fabricar mantequilla.

La eleccion de la izquierda no deja lugar a dudas: no hay prácticamente muertos en las cárceles, pero las residencias de ancianos se han convertido en una gran morgue. Para derrocar la Transición no hay mejor modo que librar a su propia suerte, esto es, a una muerte segura, a la generación que la hizo posible.

Pablo Iglesias se dirigió a los niños con su grimosa perorata, pudimos comprobar que les hablaba como lo hace siempre – o lo que es igual: que trata a todos los españoles como a niños, a los que se puede engañar con faramallas.

El Coronavirus era inesperado, pero la incapacidad de este gobierno era completamente previsible. El Covid19 no es el causante de las largas colas fantasmagóricas que se hacinarán ante las agencias de empleo y los comedores sociales: tan sólo es un acelerador químico de los efectos de un gobierno rojo – tirando a apoplético-, incompetente y alérgico a las libertades.

Ahora que les da por citar a Churchill: nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos. Nos han puesto en la disyuntiva de morir de coronavirus o de hambre, arruinando la economía, mientras nuestros amedrentados compatriotas aplauden en los balcones la privación de derechos fundamentales más brutal de nuestra Historia. No, la autodetención de los españoles en su redil no es un acto de
admirable civismo. Es la docilidad de los corderos, a los que se pastorea con la vara, el callado y un variado repertorio de chasquidos, silbos y onomatopeyas. Para ser disciplinado hay que tener convicciones fuertes – la de la libertad, la más perentoria. Como diría Plá, este es un pueblo de hojaldre, desfibrado, sin fuerza para servir ni para protestar.

Lo ha dicho Arcadi Espada en algún artículo -magnífico, como todos los suyos. Lo
peor no es que cercenen nuestras libertades, ni que nos condenen al hambre bolivariano y a la pamema propagandística. Lo peor es la corrosiva cursilería. Cuando Pablo Iglesias se dirigió a los niños con su grimosa perorata, pudimos comprobar que les hablaba como lo hace siempre – o lo que es igual: que trata a todos los españoles como a niños, a los que se puede engañar con faramallas. Este Frente Popular va camino de repetir la tragedia del anterior, proveedor de camposantos.

Posdata: el vicepresidente de la CEV, Perfecto Palacio, proclamaba que había llegado la hora de la gestión, no de la política. Pero el despotismo tecnocrático ya lo inventó Franco y con expertos fetén, no como los pasmones que invoca el Gobierno para hipnotizar gallinas. El susodicho agradecía también la sensibilidad mostrada por Chimo Puig, que se ha convertido en el gran amor de la CEV roja: un amor juvenil, cómplice, de pulpa palpitante, de noches insomnes. Pero los empresarios de verdad, a los que dice representar, no quieren mimos: quieren liquidez. ¿No hay ni un solo valiente en la CEV que alce la voz?