| 20 de Abril de 2024 Director Benjamín López

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La ciudad no es para mí. Gallos urbanos

El gallito es figura menor pero de interesante importancia. Enredado en emular al que manda, mientras a la chita callando -y cantando- va organizando el subgrupo que dirige.

| JM Felix Edición Valencia

Son pocas las ciudades en las que todavía pueda oírse -eso sí, a cualquier hora- el canto de un gallo. Desorientado por la iluminación nocturna, por el ruido ambiente, por la contaminación también, el gallo urbano canta desde el anochecer, al filo de la media noche, o al alba como toca.

Y antes de que lo haga, ese pedro colectivo y anónimo que somos el conjunto de ciudadanos, habremos negado tres veces lo prometido y comprometido, personas e instituciones, tradiciones y principios, en un mercadeo continuo en el que fungimos también como moneda de cambio. (Renuncio a seguir con analogías bíblicas y a evocar la figura del traidor, para no caer en la desesperanza y el desasosiego)

Sea como fuere, como los gallos urbanos, hemos superado dos campañas electorales sin solución de continuidad y -a fecha de hoy- sin solución, tampoco, de gran parte de los crucigramas de siglas y los sudokus de cifras en que hemos convertido con nuestro voto la política en España.

Tácticas y estrategias, fichajes y afiches, consignas, eslóganes y golpes de efecto, son analizados ahora con singular denuedo por asesores, consultores y creadores de opinión. Por aparatos de partido y por la inteligencia del estado, desde el atril de mando hasta la escatología del alcantarillado institucional. Por consejos de administración y gurús financieros y bursátiles, por gerentes y contables del beneficio dinerario en exclusiva y, pese a ello, legítimo en apariencia.

Han caído cabezas -Theresa May como referente- y hay mucha barba a remojo (si se me admite el viejo adagio sin prejuicios de género). Y, siempre Lampedusa, todo parece haber cambiado para que todo permanezca.

Durante el día, la ciudad recupera rutinas productivas de supervivencia y los gallos urbanos cantan a voluntad y discreción, según sea su capacidad de liderazgo y el comportamiento del gallinero. Son sabidos los problemas que comportan dos o más gallos en el mismo corral.

El gallito es figura menor pero de interesante importancia. Enredado en emular al que manda, mientras a la chita callando -y cantando- va organizando el subgrupo que dirige en espera ambiciosa y paciente, despertando burla o recelo, según resulte el éxito aparente.

Hasta la peligrosa llegada del zorro o la rapaz, el alboroto es habitual -casi característico- en el gallinero. Un cercado seguro y contundente es garantía de normalidad y ausencia de riesgo para la comunidad gallinácea y sus vulnerables polluelos. Y de permanencia para el plumaje y los espolones del jefe.

En la casa habanera de mi amiga Magali, un gallo blanco, musculoso y sin complejos, ha sustituido al anterior -colorido y enfático- más por capricho de su dueña que por necesidad demostrada.
En Venezuela, diezmado el corral, seguimos a la espera. Quiquiriquí.