| 17 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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La soledad del esclavo

El recién concluido mes de septiembre ha tenido lugar el concurso de tiro y arrastre Ciudad de Valencia. Los caballos se ven obligados a arrastrar entre dos y tres veces su peso.

| Raquel Aguilar * Edición Valencia

Para poner en antecedentes a aquellas personas que lo desconocen, el tiro y arrastre es una actividad cuyo origen data de los años 40, cuando los animales eran utilizados como herramientas de trabajo y el hecho de que demostrasen ser capaces de arrastrar una gran carga, suponía un reclamo de venta.

Actualmente, el tiro y arrastre consiste, en su modalidad más habitual, en que uno o más caballos recorran, cargados con entre 2 y 3 veces su peso, una pista de arena de unos 50-60 metros de longitud. Además de la dificultad que supone arrastrar este exceso de peso sobre la arena, al animal se le obliga a hacer tres paradas durante el recorrido, debiendo emplearse un tiempo total inferior a 5 minutos para recorrer la pista.
Esta actividad, además de ser totalmente antinatural para los caballos, pues les obliga a tirar de un peso abusivo, implica que los animales sean castigados físicamente y reciban golpes y tratos vejatorios, para que pueda llevarse a cabo.
Y a pesar de este constante sometimiento de miedo y castigo, hay caballos que, debido a la inmensa carga, no son capaces ni de hacer la salida.
Quienes quieren perpetuar esta forma de maltrato institucionalizado utilizan la tradición como intangible coartada, y han tratado de instaurar en el imaginario colectivo la visión del agricultor noble y afable, que acumula la sabiduría propia de quien está en contacto con la tierra de sol a sol y que encuentra en el caballo a un amigo que le acompaña en su día a día.
Personalmente he tenido la ocasión de presenciar y documentar diversos concursos, llevados a cabo en distintos municipios de la Comunidad Valenciana, y la realidad poco tiene que ver con esa imagen bucólica de un humano y un caballo, que comparten tranquilos una tarde de verano, bajo la sombra de un emparrado junto a una alquería de la huerta de Valencia.
La realidad es que de aquel entrañable y sabio labrador de antaño, sólo queda sobre las pistas el blusón que llevan los carreteros para competir.
La realidad son gritos, humillación y golpes.
La realidad es la soledad del caballo, ante un pelotón de hombres que, con un funesto protocolo, lo amarran a un carro que cargan con infinitos sacos de arena, para después llevarlo hasta el inicio de pista donde, al sonar el silbato, comenzará su macabra carrera. Y digo hombres porque en esta actividad, como en todas las que implican sometimiento a los animales, ellos participan en aplastante mayoría.
La realidad del tiro y arrastre es la indiferencia de nuestras administraciones. Esta actividad fue denunciada ante la Generalitat Valenciana en agosto de 2017, con numerosas pruebas gráficas. La Conselleria de Agricultura, Medio Ambiente, Cambio Climático y Desarrollo Rural indica en un informe que hay avistamiento de ensañamiento y actos violentos hacia las caballerías, pero se lava las manos con la excusa de que el tiro y arrastre no es su competencia.

La Conselleria de Educación, Investigación, Cultura y Deporte, en teoría competente en la materia, todavía no se ha pronunciado. No obstante, y pese a no existir reconocimiento oficial como actividad o modalidad deportiva, y permitir el reiterado incumplimiento de su propio reglamento, su federación sigue recibiendo de la Generalitat Valenciana 9.000 euros anuales de subvención, y en su desarrollo colaboran muchas administraciones locales, como el Ayuntamiento de Valencia, pese a tener una concejalía de “bienestar” animal.
La realidad del tiro y arrastre ha grabado a fuego en mi mente los alaridos de los carreteros, la violencia que recubre cada uno de sus golpes e insultos y el desamparo de los caballos.
Sin embargo, y por encima de cualquier otra percepción, me quedo con la imborrable muestra de orgullo de un caballo que, pese a la insistencia de los puñetazos y tirones, se mantuvo erguido en todo momento, y no accedió a iniciar la carrera. Decidió, él sólo, y pese a las consecuencias, rebelarse contra esta injusticia y no ceder ni un ápice de su dignidad.


*Coordinadora provincial de PACMA en Valencia