| 27 de Marzo de 2024 Director Antonio Martín Beaumont

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Niños con bozal

Los niños saben los límites y si los sobrepasan algún día es siempre dentro de casa, porque como les decimos a menudo: nosotros vamos a comprenderles siempre; fuera, se lo tienen que ganar.

| Dulce Iborra Edición Valencia

No me considero ningún ejemplo de madre, paso tantas horas fuera de casa que a veces me sorprendo de que Chip y Chop no me lo arrojen como una granada verbal cuando les exijo el mejor comportamiento a la hora de la cena. Creo que el padre de mis hijos está lejos también de ser el padre del mes. Muchas veces estamos cansados y no somos los más divertidos.
Somos exigentes con nosotros mismos y con ellos, como dice la máxima del método Kaizen, creemos que la mejora es infinita, así que en casa abundamos mucho en lo del esfuerzo. Ellos lo llevan bien, no conocen otra cosa. Saben los límites y si los sobrepasan algún día es siempre dentro de casa, porque como les decimos a menudo: nosotros vamos a comprenderles siempre; fuera, se lo tendrán que ganar.
En casa son perezosos, pero fuera son dispuestos; a veces rechistan con alguna cena pero cuando van a casa ajena se comen lo que hay en el plato y comentan lo bueno que está; entre ellos, a veces se matan, pero con otros niños siempre son respetuosos y misericordiosos.
Para nosotros, esa es la base de la educación. Saber qué es lo que puedes/debes y lo que no puedes/debes hacer en determinados sitios. Y eso se consigue cada día. Cada día que les obligamos a recoger su habitación; cada día que no consentimos que se dejen una miga en el plato; cada día que conversamos acerca de nuestros conflictos personales y cómo podemos resolverlos.
Mientras todo eso pasa en las casas en las que estamos convencidos de que a los niños que se adaptan, que agradecen, que respetan, todo el mundo les quiere, en otras casas hay padres que creen que sus hijos aprenden comportamientos por ciencia infusa.
No he estudiado psicología ni tengo experiencia como docente en el área educativa de infantil, pero ya son muchos los niños que han pasado alrededor de los míos y tengo una conclusión clara sobre el comportamiento de los enanos: ellos son el reflejo del espejo en el que sus padres se miran.
Hoy en el parque unos niños perseguían a los de mis amigos y a los míos, con piedras y palos en las manos. No ha sido 1 hora ni 2. Ha sido todo un día de parque, porque hemos comido allí. Nos han dado literalmente la comida. Pero lo peor no ha sido el comportamiento de los niños, sino el de sus padres, viéndolo todo ahí sentados, comiendo como si estuviéramos en un zoológico, donde los animales campan a sus anchas, siguiendo las normas de la selva.

Porque tener hijos no es traerlos al mundo y echarles pan en un plato.


Mis amigos y yo no sabíamos muy bien qué decir ni qué hacer: si ir directamente y llamarles la atención a los niños o recurrir a esos progenitores a los que la palabra padres les venía un poco grande. Porque tener hijos no es traerlos al mundo y echarles pan en un plato.
Al final nos hemos ido, no sin ganas de recomendarles a los padres un buen bozal o estropajo y jabón para la boca de sus babuinos. Como siempre, la mala educación ha ganado en el corto plazo. Pero la satisfacción de ver a nuestros hijos apesadumbrados por semejante comportamiento ajeno, es nuestro trofeo del domingo.